Capítulo 2: Malditas cervezas.

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— ¿Está todo bien, joven Pimentel?

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— ¿Está todo bien, joven Pimentel?

Joel Pimentel sentía como el agua de la ducha aún goteaba por su cuerpo, abandonando su cabello para deslizarse por su cuello y continuar el recorrido por su firme espalda. Esa mañana había dormido a sus anchas y ahora se encontraba sentándose solo a la mesa, mientras su cabello negro se encargaba de humedecer su rostro y parte de la camiseta blanca estampada que había adquirido en Francia en una de sus últimas huidas al extranjero. Tomó unas cuantas frutas cortadas y se las metió a la boca, vertiéndose luego el agua con infinitos cubos de hielo. Siempre tenía que desayunar ese tipo de estupideces.

— Eso creo. — Observó como la anciana se disponía a limpiar parte de la sala. — ¿Mis padres ya se largaron, verdad?

La mujercita continuó su labor sin mirarle a los ojos. — Sus padres salieron esta mañana y su hermana también, aunque me dijo que no demoraría en volver.

— ¿Y que pasó con todo el personal? No veo a nadie, ¿se han tomado el día libre?

— Su madre nos está volviendo a dar el fin de semana libre, joven Pimentel. Solo hemos quedado en casa, Erick y yo.

Joel abandonó sus jodidas frutas y empezó a verificar todos sus nuevos mensajes. Había cincuenta mensajes más, pero todos eran más de la misma mierda.

— ¿Erick? — Cuestionó, moviendo sus dedos en la pantalla de su iPhone.

— Sí, el bueno de Erick tampoco quiso marcharse, porque le es difícil volver a su pueblo y es mejor para él estar...

Había dicho "bueno", así que no cabía duda de quien estaba hablando.

— ¿Qué edad tiene Erick? — Interrumpió con voz calmada, enviando diez mensajes a la vez. — Es mi mayor, ¿no?

— Él tiene veintidós años, joven, usted es menor por dos años.

— Oh, vaya, sí lo había notado. ¿Erick está aquí, entonces?

Deslizó un cubo de hielo del vaso hacia su boca, atrapándolo entre los dientes.

— Sí, Erick está aquí en casa.

— ¿Y qué está haciendo ahora? No lo veo mucho por aquí, ¿solo se encarga de lavar los platos o qué?

Platos. El solo mencionarlos le hizo recordar lo que sucedió el día anterior. El hielo punzó en su garganta y no pudo evitar toser, ¡al demonio con el puto hielo!

— No, él se encarga de todo también... ahora está ordenando la biblioteca, señor.

— Vaya, cuánto trabajo. — Se levantó del asiento, estirando sus músculos todo lo posible. — Sabe, voy hacer una reunión en la noche, solo quería avisarle.

Se metió otro cubo de hielo en los labios, sintiéndolo deshacerse en su lengua y luego abandonó el comedor, rumbo a su dormitorio. Podría largarse de la casa, desaparecerse todo el puto día y disfrutar hasta las últimas consecuencias, pero no se le daba mucho la gana. Al final, la casa era toda para él nuevamente, así que era mejor esperar que le resto llegase, que él mismo ir a buscarlos. Además, los críos que tenía como compañeros de caza-sexo-y-bebida, no tardarían en llegar a alborotarle la tranquilidad, así que tendría que aprovechar perfectamente lo poco que le quedaba de soledad. Estuvo al borde de meterse a su habitación, pero decidió cambiar el rumbo y continuar hacia a las escaleras, bajando cinco escalones de un salto y mordiéndose el pulgar cuando aterrizó en el largo pasillo de la parte trasera de su maldita mansión.

Inocencia Pasional || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora