Jugador 3: Heiji Hattori

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- Ey, Heiji - escuchó detrás de él la voz de Kazuha - ¿al final no me vas a decir por qué tienes que ir a Tokio?

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- Ey, Heiji - escuchó detrás de él la voz de Kazuha - ¿al final no me vas a decir por qué tienes que ir a Tokio?

Ignorando a la chica, se concentró en buscar en su cartera el dinero que necesitaba para pagar el billete de tren. Entregó la cantidad al hombre del mostrador y tras coger el billete, se echó al hombro su bolsa de viaje y empezó a andar hacia el andén. Kazuha fue tras él.

- Al menos dime por qué vas tú solo. - le insistió - Me gustaría acompañarte.

- Ya te lo he dicho - la dijo volviéndose a mirarla con cara de estar ya cansado de su interrogatorio - Es trabajo. Tra-ba-jo. Una colaboración especial entre la policía de Osaka y la de Tokio en un caso. Si vinieras conmigo, sólo me distraerias.

- ¿Yo te supongo una distracción? - las mejillas de la chica se ruborizaron un poco con esas palabras.

- Aaah, noo... lo que quise decir... - notaba un nudo en el estómago y que su cara se ponia roja por completo, no era ni el lugar ni el momento - Es que... Es que serias una molestia más que otra cosa con tu continuo parloteo.

Oyó un bufido por parte de Kazuha.

"Bravo Heiji. Pero no puedo decirla que no puede venir porque su vida podría estar en riesgo y eso me importa más que nada en este mundo. Y tengo que ser mejor que Kudo en declararle mi amor." pensó el detective del oeste.

Habían llegado al tren y se dispuso a subir. Kazuha le sujetó de la chaqueta cuando sus pies pisaron el primer escalón, sorprendido por el gesto se giró. Ella estaba con la mirada baja, mirando sus zapatos. Así permanecieron unos instantes, hasta que la chica rompió el silencio con un susurro.

- Sé que pasa algo serio. Te conozco. Ten cuidado, ¿vale? No desaparezcas como Kudo.

Después de decir eso le soltó y se alejo corriendo, perdiéndose entre la gente.

Mientras el tren avanzaba, y el paisaje de Osaka iba quedando atrás, se concentró en volver a dirigir su mente en el asunto que le llevaba a Tokio.

Unos días atrás, al regresar su padre a casa, había ido derecho a su habitación y sin rodeos le había preguntado si había notado algo extraño en los alrededores de su instituto. La pregunta le sorprendió pero respondió negativamente. Desde entonces, todas las noches se había repetido la misma escena. Aquello le había intrigado lo suficiente para que, durante la noche anterior, le hubiera pedido explicaciones a su padre.

En un principio no había querido contarle nada. Pero ante su insistencia, y tras encerrarse los dos en su despacho, le puso al corriente de la investigación conjunta que estaban llevando a cabo con la policía metropolitana de Tokio acerca de un asesino en serie de estudiantes de secundaria.

Como la actividad del asesino había cesado, se temía que se hubiera trasladado a otra ciudad. El inspector Megure había hablado con él pidiendo su colaboración para investigar cualquier indicio en Osaka. De ahí, sus continuas preguntas sobre la normalidad en el instituto de su hijo.

Se tenso al escuchar aquello, ya que temió por sus amigos. Quería ir a verlos, comprobar que todo estaba bien.

Había logrado convencer a su padre de que le enviara como enlace entre las comisarías de ambas ciudades. Por supuesto prometió que ni una palabra de todo a Kazuha y que, para mantenerla a salvo, ella se quedaría en Osaka.

Y ese era el motivo por el cual, después de dos horas de viaje, sus pies le dirigían a la Mansion de los Kudo.

No había nadie en ese momento. Miró su reloj. Medio día. Seguramente Shinichi estaría en clase. Él había tenido el día libre, pero entendía que no todos los institutos eran iguales. Con un suspiro decidió ir al hotel a inscribirse y luego a la policía.

Observó una furgoneta de reparto que estaba parada un poco más abajo de la calle. El conductor llevaba una gorra oscura y consultaba una libreta. Seguramente la lista de pedidos. La ignoró y se alejó.

El conductor sonreía de forma siniestra mientras leía la información que tenía sobre aquel chico, era una oportunidad única encontrarle allí mismo, aunque la presa a por la que venía era otra persona. Puso el motor en marcha y le siguió.

De reojo notó que algo no estaba bien. Era mucha casualidad que aquella furgoneta tuviera un recorrido idéntico al que él estaba haciendo. Quiso probar sus sospechas y empezó a andar por calles aleatorias, sin rumbo definido. En efecto, siempre volvía a encontrarse con ella. Le estaba siguiendo.

Pero el conductor también se había dado cuenta de las sospechas y de la táctica del chico. Era ahora o nunca. Aceleró para echarsele encima.

Corrió al ver que la furgoneta venía a por él. Rodó por el suelo apartándose de la trayectoria justo a tiempo, mientras que con un frenazo, la furgoneta derrapaba y quedaba de costado a su lado.

La parte de atrás se abrió bruscamente y alguien bajo. Sin darle tiempo a reaccionar le sujeto con fuerza por el cuello. Sintió una descarga eléctrica por todo su cuerpo que le aturdio. Lo último que vio antes de quedar inconsciente fue que le introducían en la furgoneta y que todo quedaba oscuro al cerrar las puertas.

Sentía frío. Mucho frío. Temblando abrió los ojos. Estaba tirado en un suelo en donde había escarcha. Su ropa estaba helada por el contacto.

A su mente acudió un recuerdo de lo sucedido. Le habían secuestrado. Se sentó para mirar dónde se hallaba y abrió los ojos con terror.

Era una cámara frigorífica industrial. En las estanterías había botes transparentes cerrados con liquido. Cogió uno y casi se le cae al suelo. Dentro había una mano. En otros había ojos, curiosamente todos con tonalidades azules. Había caído en manos de un demente.

Tenía que salir de allí. Pero la puerta estaba bloqueada. No se abría. Y él cada vez notaba más frío.

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