Capítulo 1

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¿Crees que todos merecemos una segunda oportunidad?, ¿crees en la vida después de la muerte? O, ¿en la reencarnación?
No importa la religión, eso es punto y aparte.

Perder a un ser amado duele, duele en lo más profundo del alma; y ese dolor a veces hace tomar decisiones incorrectas de una u otra forma. Básicamente irracionales ante los ojos de algunas personas, desesperadas para otras y para pocas es depresión absoluta. Quien no ha amado a un animal, parte de su corazón y alma permanecen dormidos. Pero, ¿sí te dan una segunda oportunidad de amar? De volver a ver a ese ser querido. De darte cuenta que el amor evoluciona. Escala. Enseña. Te sorprende.
Te sorprendería lo que un ser humano es capaz de hacer por amor, por pasión, por la única persona que ama a pesar de los defectos. En éste mundo tan injusto y podrido puede haber un grupo de personas que en verdad ama; y un sólo ser humano que es capaz de entregarlo todo por ti, por tu corazón, está dispuesto a renunciar a todo, incluso su vida por la tuya.

La recompensa más grande viene del sacrificio más doloroso.

El sufrimiento de una persona a veces es recompensado, la sangre derramada a veces tiene valor. Las lágrimas, gritos, depresiones son canjeadas por años de absoluta felicidad, de risas continuas, ser amado por alguien, momentos que atesorarás hasta el final de tus días.
Incluso, una familia.

Era tarde, iba retrasada al trabajo, todo por pensar estupideces en la noche, pero gracias a Makoto puedo dormir tranquila.
Makoto es mi perro, lo tengo desde hace 2 años; mi abuela me lo dio, dijo que necesitaba a alguien en mi vida. A mis 18 años.
Es el ser vivo más hermoso, tiene unas esmeraldas por ojos que me cautivan, él me sigue a todos lados; y vivo sola, ya que mi madre murió hace mucho tiempo y mi padre a duras penas sabe que tiene hija, así que la única persona que me queda es mi abuela. O mejor dicho, mis abuelas.

En fin, reviso todo en mi mochila que esté en orden. Makoto, como siempre siguiéndome. Llego a la puerta y me despido de él dándole un beso en su cabeza y después en la nariz, seguido le digo "tranquilo, regresaré" y lo miro a los ojos. Salí tan a prisa que sólo jalé la puerta con fuerza inútil, no me di cuenta que se quedó entreabierta.

Yo corrí lo más rápido ya que llegaría tarde como anteriormente dije.
Al quedarse la puerta abierta, Makoto salió corriendo detrás de mi, intentó alcanzarme, corriendo por la calle él me buscaba, yo había pasado por un café cargadísimo para despertar ya que ese café estaba a una cuadra del trabajo.

Makoto me había divisado así que corrió pero de la avenida venía un automóvil a toda prisa.
Él nunca llegó a mis brazos. Sólo escuché el enfrenón del auto, poco después alcé la mirada para ver a un Golden Retriever tirado agonizando. Rápidamente lo reconocí por su collar verde y placa en forma de hueso del mismo color.
Corrí con lágrimas surcando mis mejillas, mi vista cada vez más nula por el agua salada que emitían mis ojos; pero al menos fueron amables al dejarme llegar con él.

Arrodillada, cargando el cuerpo de mi perro; con sangre en el costado derecho de su cabeza, su pelaje comenzó a humedecerse ya que mis lágrimas culminaron en ello. El llanto cada vez se hacia más fuerte y me dolía la garganta, varias personas observaban la escena. La señorita del café estaba atenta y el piloto arrodillado a mi lado con su mano posada en mi hombro como consuelo indirecto.
No emitía palabra alguna, sólo observaba.
Algunas bocinas empezaron a hacerse presentes, cargué el cuerpo ya sin vida, no tuve oportunidad de observar por ultima vez aquellas esmeraldas tan hermosas como él mismo. Olvidé por completo el café, el trabajo; sólo quería estar con él, con paso sumamente lento, agotado y rendido, me dirigía a mi casa con Makoto en brazos, las lágrimas seguían acompañándome y lo hicieron todo el camino.

Al estar frente a mi casa, vi la puerta entreabierta, mi mirada se tornó seria, sin expresión y caí de rodillas abrazando el cuerpo de él con fuerza, lamentando y culpándome por la estupidez que comentí. Fui tan idiota de no fijarme en cerrar bien la puerta, mis lamentos chocaban contra él, logré pararme como pude, entré y volví a caer de rodillas, posé su cuerpo frente a mi y me quebré en ese momento, mis puños se tornaron blancos por la fuerza y mi llanto ensordecedor, me sentía una mierda, una completa basura sin valor.

Nunca tuve una buena autoestima y eso seria la gota que derramaría el vaso.
Alcé un poco la mirada para verlo y pedí perdón varias veces, con besos y cargándolo pedía misericordia, quería que me lo devolvieran, verlo, sentirlo y olerlo de nuevo.

Sentía que moría.

El más hermoso regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora