Parte 16

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—Nos quedamos sin ver a Metallica —dijo Germán apesadumbrado, sentándose sobre el bloque de hormigón.

Habían perdido la esperanza en llegar al concierto, ya solo les quedaba lidiar con la decepción y el cansancio después de tantas horas en la carretera.

—Sí. —Suspiró Bea con tristeza.

—Habrá más ocasiones —dijo Martín—. Los viejos rockeros necesitan dinero para financiar sus jets privados.

—Lo siento. —Iker se sentó en el bloque entre Germán y Valeria.

—No pasa nada. —Le sonrió Bea.

Se quedaron en silencio un rato.

—Bueno. —Hugo regresó de despedir al conductor de la grúa—. Me ha dicho el tío del seguro que puede venir mañana si cambiamos de opinión. A ver si el abuelo del chaval nos ayuda, y por la tarde volvemos a Madrid. ¿Os parece bien?

Todos asintieron.

—Hay un problema. —Valeria sonrió tímida cuando se dio cuenta de que todos la miraban—. Pero no por el plan. Yo también creo que es mejor que nos ayude el abuelito de Santi.

—¿Cuál es el problema, Val? —le dijo Iker.

—Este —dijo Valeria—, no más que en el hotel sólo tienen una habitación libre.

—¿Doble? ¿Triple? —preguntó Bea—. Podemos apretarnos. A mí no me importa dormir en el suelo.

—Perdonad que me meta —intervino Santi que al no tener otros clientes seguía cerca—. Hablé con mi abuela, le conté lo que ha pasado y me dijo que os podéis quedar en la casa de invitados.

—¿La casa de invitados?

—Joder, cómo maneja aquí el Santi —dijo Germán señalándole—. Su familia tiene un negocio petrolero y vive en un Falcon Crest con casa de invitados.

—No os esperéis gran cosa —Santi se había puesto rojo—. Es una granja apartada, ni siquiera está en Villamierda. La casa de invitados la usamos en Navidad, cuando venimos toda la familia y no cabemos en la casa grande. Algún año hemos usado también el pajar.

—¿Pajar? ¿Qué es eso? —preguntó Valeria.

—Pues donde la gente va a... —empezó a decir Germán entre risas.

—Es como un almacén —interrumpió Iker.

—...almacenar cosas —dijo Germán—. Es lo que iba a decir.

—¿No es molestia? Somos muchos —preguntó Martín.

—Qué va —contestó Santi—. Esto es muy aburrido, a mi abuela no le importa.

—¿Y cuánto...? —Martín dudó cómo formular la pregunta—. ¿Cuánto costaría?

—Ah, no, no —dijo Santi—. Mi abuela se ofendería mucho si le intentáis pagar. Os invita. Ella es así.

—¿Hay ducha? ¿Cuántas habitaciones tiene? —preguntó Bea.

—Hay un baño y tres habitaciones —dijo Santi—. Yo creo que seis cabéis bien.

—¿Cuántas camas grandes? —preguntó Hugo cogiendo a Bea de la cintura.

—Al menos una.

—¿Hay un sofá para capullos a los que han mandado a la mierda? —Bea cogió con dos dedos la mano de Hugo, la apartó de su cintura y la dejó caer.

—Hay un sofá —contestó Santi—. Ya os digo que la casa es un poco cutre. Y... —resopló avergonzado— hoy cortan la luz de las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Y tampoco hay internet, claro.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora