Parte 40

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El escenario estaba en penumbra. Los enormes focos iluminaban al público. La noche era cerrada y soplaba una brisa fría, que solo notaban los que estaban detrás del todo.

Al público le daba igual la temperatura, estaban ansiosos por escuchar más, por rebañar todo lo que pudieran de aquel concierto. Bea no era una excepción. Trataba de adivinar movimientos sobre el escenario. Se moría de ganas de que empezaran los bises. Deseó que sus amigos estuvieran allí.

Los conciertos la llevaban a otro nivel, enloquecía y los disfrutaba al límite; este además estaba sonando de miedo y el setlist era perfecto. Pero esos momentos se disfrutaban más si podía desafinar con sus amigos.

Quedaban unas tres canciones. Las dos últimas estaban casi anunciadas, todos sabían cuáles eran y se moría de ganas de oírlas. Habían sido las mismas durante toda la gira. Para la primera no estaba segura de si quería que tocaran "Whiskey in the Jar" o prefería que la sorprendieran con otra canción.

Sintió la mano de Wences acariciando distraídamente su brazo. Su aliento aproximándose a su nuca.

Otra vez volvía a la carga.

Cada vez que le sentía cerca no podía evitar desear que fuese Hugo.

No lograba quitárselo de la cabeza y no quería ser deshonesta con Wences. Tenía que encontrar el momento para decirle o insinuarle que tenía la cabeza en otra parte. En otra persona.

A Wences probablemente eso le daría igual. Era obvio que ella solo le interesaba para echar un polvo. Para Bea eso no era un problema, al contrario, ella buscaba lo mismo aquella noche. Pero tenía que ser después del concierto.

Wences no parecía captar aquella condición en frases como "Me encanta esta canción", "Esto no me lo quiero perder", "Me gusta prestar atención en los conciertos"; así que tuvo que recurrir a algo más directo: "Ahora no".

Eso tampoco le detuvo.

Había buscado su boca. Insistiendo una y otra vez a lo largo del concierto, como un ariete en la puerta de un castillo.

Aquello anunciaba un polvo decepcionante. No esperaba fuegos artificiales con un tío que no entendía, o no quería entender, su idioma.

Las luces que iluminaban al público se apagaron.

Wences cargó con todo lo que tenía. Pegó su cuerpo contra el de Bea, aprisionándola contra la valla.

Hugo, a escasos metros, se obligó a detenerse. Veía los labios de él recorrer el cuello de Bea. Sus asquerosas manos invadiendo su cintura, subiendo por sus costillas. La sangre le hervía.

La única idea que flotaba en su cabeza, en ese momento, era servirle una ensalada de puños a Wences.

Una idea terrible, que solo empeoraría las cosas y que no surgía del deseo de ayudar a una amiga. Surgía de un innecesario y destructivo impulso primario: los celos.

Necesitaba ser más listo, necesitaba estar calmado si quería ayudarla.

Se obligó a contar hasta tres.

Vio a Bea intentar resistirse y a Wences obligarla a darse la vuelta, agarrándola con más fuerza. Ella esquivó su beso.

Su sentido común le decía que Bea no necesitaba un caballero andante que la salvara. Necesitaba un amigo con la cabeza fría. Pero su lado primario sólo veía a una dama en apuros.

Hugo se obligó a contar hasta lo que hiciera falta.

Con habilidad pasmosa, Bea se deshizo de las manos y la cercanía de Wences. Sin ser brusca, sin dejar de sonreír. Agachándose, girando y haciendo lo que quiso con las manos de aquel hombre. Como una artista del escape.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora