Parte 28

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—Tienes razón —dijo Bea al teléfono—, dejaré que sea ella quien saque el tema si quiere. Le dejaré espacio. —Suspiró ya más tranquila—. Nos vemos esta tarde. Un beso a ti también.

Bea buscó un cigarro en el paquete de tabaco, pero estaba vacío. Cuando llamó a Camino le quedaban tres. No se había dado cuenta de cuánto había fumado. Estaba perdiendo el control, tenía que dejar de fumar lo antes posible.

—Be, te estamos esperando —dijo Martín apareciendo detrás de la esquina—. Hay chocolate con churros para desayunar.

—¿En serio? —La idea de una taza repleta de chocolate hizo que le brillaran los ojos a Bea.

—Y porras.

Bea dio un salto de alegría. El día se había vuelto a arreglar. Estaba segura de que Valeria también se animaría al probar el mejor desayuno del mundo.

—Tío, vi tu mensaje —dijo Bea cuando llegó junto a Martín—. Así que... Esta noche...

—¡Metallica! —exclamó Martín.

—¡Sí!

Lo celebraron improvisando un breve baile desacompasado. Echaron a andar hacia la casa grande, ante la promesa de un buen desayuno.

Entraron en el comedor entre risas, pero enseguida pararon. A pesar de la apetecible fuente repleta de churros y porras, todo el mundo estaba en silencio.

Bea iba a sentarse cuando reparó en Hugo, que estaba de espaldas. Estaba colocando la vajilla en la mesa. Llevaba una camiseta que favorecía demasiado la musculatura de su espalda. En sólo un segundo descartó el plan que había trazado en la ducha, y decidió que la mejor opción era acostarse con él.

Tendría sus consecuencias y su coste emocional, pero aquel era un problema de la Bea del futuro.

La Bea del presente se merecía pasar un buen rato.

Se sentó en una esquina, junto a Germán. Martín se sentó a su lado, lejos de Iker. Los dos amigos ni siquiera se habían mirado. Se sirvieron el chocolate caliente en silencio.

Bea esperó a que Hugo se sentara y se sirviera para mirarle. Le dedicó una sonrisa que daba unos alegres "Buenos días", a la vez que arqueaba la ceja sutilmente en un gesto que decía muchas cosas, ninguna de ellas apta para menores de dieciocho años.

Hugo desvió la mirada, fastidiado. Resopló. Bea, sorprendida, esperó a que volviera a mirarla, pero él no lo hizo.

—¿Tenemos plan para esta noche? —preguntó Iker—. Los albergues van a estar hasta arriba.

—No hay casi albergues esta noche con plazas —dijo Hugo—, pero el camping de al lado tiene plazas. —Iker fue a decir algo, pero Hugo se adelantó—. He llamado a Marcos y nos deja tres tiendas, con colchones hinchables y todo. Vamos a dormir como marqueses, Iker.

Que Hugo fuera amable con Iker y ni siquiera mirara a Bea era otra forma de decir que él no tenía un problema en general, tenía un problema con ella.

Sonreía pensando en lo irónico de la situación. Hacía menos de un minuto se debatía en la mejor forma de deshacerse de Hugo. Ahora sentía una punzada en el orgullo porque él se le hubiera adelantado. Se había convertido en otra chica a la que no llamaría nunca.

También estaba estupefacta. Llevaba el suficiente tiempo soltera como para entender el juego y saber que el interés de muchos amantes se diluye, como azúcar en agua, después del sexo. ¿Pero antes? Ni siquiera había contemplado esa posibilidad.

Le picaba el orgullo, y en cierto modo se arrepentía. No por haberse liado con él. Sino por haber llorado sobre su hombro. Por haberse abierto así. Por haberle hablado de la culpa que sentía. No había hablado de eso con nadie, ni siquiera con Cecilia.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora