Parte 29

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No volaron más cuchillos durante el desayuno.

Mientras fregaba los platos, Bea se admiró de lo sorprendentemente bien que llevaba el rechazo de Hugo. Pensaba que le dolería más y no era así. Además, gracias a aquello se había creado cierto clima de incomodidad entre ellos que le garantizaba que no iba a molestarla el resto del viaje. No se atrevería a hacer ningún comentario sobre su forma de conducir. Respiró profundamente, notando el aroma a limón del jabón lavavajillas, y disfrutó por fin de algo de paz aquel fin de semana.

—Voy a secar —murmuró Valeria apareciendo a su lado—. ¿Te parece bien?

—¿Ahora pides permiso? —Bea rio, pero a los pocos segundos recordó el consejo de Camino. Demasiado tarde.

Se giró hacia Valeria, era la personificación de la expresión "estar rojo como un tomate".

—Es broma —intentó arreglarlo.

—Lo siento —dijo Valeria sin saber qué hacer.

—No pasa nada. —Bea le pasó un trapo—. Ayúdame a secar, por favor.

Fregaron y secaron en silencio, hasta que oyeron a Delicia barriendo y canturreando "Yo quiero bailar". Sin darse cuenta, la canción se les pegó y empezaron a fregar al ritmo. Segundos después estaban tarareando la canción, y cuando quisieron darse cuenta la estaban cantando. Se miraron y se rieron.

A lo lejos se oían las risas y los gritos de sus amigos, que estaban jugando a la consola con Santi.

Con una taza sucia en la mano, Bea se asomó y comprobó que Hugo no estaba antes de hablar. Tampoco estaba Martín.

—Mucha casualidad que solo haya mujeres recogiendo —dijo poniendo los brazos en jarra—. ¿Podríais echar una mano?

—Nosotros lo haríamos mal —la voz de Hugo hizo que a Bea le diera un escalofrío, había aparecido por su espalda—. Nuestros genes no nos han dotado de la capacidad de fregar.

Respiró profundamente. Ella no iba a entrar al trapo. Era una clara provocación infantil, ella no iba a rebajarse a contestarle. Se dio la vuelta y volvió al fregadero.

—No te vayas así, Beatriz. Hemos manchado todos esos platos para que os divirtierais limpiando. Deberíais darnos las gracias.

La taza que Bea tenía en la mano parecía haber pertenecido a la familia de Santi desde hacía décadas. Eso salvó a Hugo de que Bea se la lanzara a la cara. Delicia había desaparecido, Hugo no se atrevía a decir esas cosas delante de ella porque sabía que se ganaría una buena colleja.

Meter las manos de nuevo en el agua le ayudó a tranquilizarse. Miró por la ventana el verde y apacible paisaje y respiró profundamente.

—Todo eso lo manché yo. De nada—dijo Hugo detrás de ella, señalando los platos sucios.

Bea tenía el estropajo en la mano, listo para estampárselo en la cara. Cuando se dio la vuelta y sus miradas se cruzaron durante un instante. Hugo fue el primero en apartar la vista.

—Deja que acabe yo —dijo serio, cogiendo el estropajo. Bea había levantado la mano, pero no había llegado a darle—. Mart te estaba buscando. Está fuera.

A Hugo parecía incomodarle estar cerca de ella, pero para fastidiarla no tenía ningún problema.

Bea salió de la casa y se encontró con Martín, escuchando música en el móvil y apoyado en el muro de la casa.

—¿Qué querías? —le preguntó Bea.

—No, lo sé. —Martín salió de su ensimismamiento—. ¿Qué quiero de qué?

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora