Parte 21

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Bea volvió a los pocos minutos envuelta en una manta azul marina que se había echado a los hombros. La arrastraba un poco pero no parecía importarle. En la mano traía dos botellines de cerveza abiertos. Le pasó uno a Hugo que lo recibió sorprendido.

Bea levantó su botella y brindaron en silencio. Su mano izquierda sujetaba la manta para que no se deslizara. Apretaba el puño con fuerza.

—Gracias —dijo Bea tras dar un buen trago—. Gracias por decirlo, Hugo.

La cerveza era suave, amarga y, debido al apagón, no estaba excesivamente fría.

—Tenía que haber dicho algo hace tiempo —contestó Hugo.

—Me hiciste polvo.

—Lo sé.

—No era lo que buscaba. —Hugo miraba hacia el cielo—. Molestarte sí, estaba cabreado. Pero... la cara que pusiste... no se me quita de la cabeza. —Hugo hizo el amago de tomar un trago, pero se lo pensó mejor—. Luego traté de arreglarlo de la peor de las maneras, justificándome y culpándote.

Se encendió un cigarro e invitó a otro a Hugo. Con una cerveza en la mano y usando la otra para fumar, Bea tuvo que pegar la espalda a la pared de la casa para que no se le cayera la manta.

Hugo se quedó donde estaba, más cerca del huerto, que estaba iluminado solo con la escasa luz de las estrellas y la lámpara. Tenía un aspecto fantasmal que contrastaba con la impresionante noche estrellada.

—No es mi tema de conversación favorito —dijo ella mientras observaba cómo el humo que echaba por la boca se perdía en la noche.

—Siento que pasaras por todo eso.

Bea echó los hombros hacia adelante y miró al suelo.

—Puede parecer una chorrada —dijo Bea— y va en contra de mi discurso, pero... no sabes lo importante que es para mí, que tú admitas que estuvo mal. Necesito que todo el mundo diga que estuvo mal, porque... porque yo aún me culpo.

—¿Qué? —Hugo se volvió hacia ella sorprendido.

—Lo sé. No dejo de preguntarme qué hice para que me hiciera eso. Qué podría haber hecho de otra forma y —suspiró—, sé que no debo pensar así. Si oyera a una amiga hablar así la abofetearía —empezó a mover la pierna con nerviosismo—. Cada vez que me acuerdo maldigo el día en el que me hice esas fotos. Me siento tan ridícula... Que imbécil fui, joder.

Lo dijo llena de rencor. Se movió para cambiar el peso de pierna y se le cayó la manta. Mientras trataba de decidir qué hacía con la cerveza y el cigarro, Hugo recogió la manta y se la volvió a colocar sobre los hombros.

—No te voy a abofetear —Hugo cogió con cuidado el pelo de Bea y lo sacó por fuera de la manta—, pero te traería a una amiga para que lo hiciera. Tú no tienes ninguna responsabilidad en lo que pasó. Entiendo que te cueste verlo porque a mí me ha costado verlo. Pero ahora lo tengo claro. No hay matices, es tan simple como que ese tío se merece que le partan las piernas. Ese y todos los que compartieron esas fotos y te trataron como si les pertenecieras, como si fuera su derecho compartirte. Eso me incluye a mí.

Permanecieron un rato en silencio. Hugo apagó el cigarro y se acercó al huerto para enterrar la colilla. Estaba dando el último trago a su cerveza cuando oyó a Bea sollozar.

Se giró hacia ella.

—Lo siento —dijo Bea tratando de esquivarle para ir hacia la casa.

Hugo la detuvo, dejó el botellín en el suelo, volvió a colocarle la manta y la abrazó. Bea se derrumbó y se echó a llorar sobre su hombro.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora