Parte 27

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Valeria salió de la casa de invitados, a toda prisa y con el gesto torcido. Vio a Germán sentado en una banqueta, frente a la casa grande y se sentó a su lado, estaba segura de que le contaría alguna batallita metalera. Eso la ayudaría a distraerse. El chico tenía dos cubos cerca y un recipiente sobre las rodillas.

—¿Alguna vez has pelado guisantes? —preguntó Germán.

Valeria negó con la cabeza examinando los cubos, uno lleno de vainas sin abrir y otro con vainas vacías.

—Coge una banqueta y ayúdame por favor, te explico cómo va la historia esta —dijo mostrando una vaina—. Me ha dicho Delicia que hasta que no los pele todos no puede cocinar y mira todo lo que me queda.

Efectivamente, el cubo con las vainas sin abrir estaba casi lleno. Valeria se sentó a su lado y Germán le explicó cuál era la forma más eficiente de abrir las vainas, y sacar los guisantes con rapidez. Él tampoco tenía experiencia, pero Delicia le había dado un curso acelerado.

Mientras pelaban guisantes, Germán decidió continuar con el seminario intensivo de heavy metal que estaba dedicando a Valeria. Esta vez trató de explicarle qué era el grunge, y el daño que este había hecho al virtuosismo, y a lo que él consideraba la música que merecía la pena.

El día anterior Valeria había escuchado con atención, y aunque casi todo le había sonado igual, algunas canciones le habían gustado.

Hoy tenía la cabeza en otra parte. Repasaba mentalmente los años que había vivido en Madrid. Cómo había tenido que compatibilizar el trabajo en el supermercado con el instituto. Cómo había rebañado cada hora para poder ponerse al día con las materias hasta convertirse en la mejor de su clase. Eso le había ayudado a conseguir una beca para poder estudiar en la universidad. Le habría gustado estudiar Periodismo, pero sabía que era muy complicado encontrar un trabajo estable con esa profesión, así que eligió una ingeniería.

Era algo totalmente opuesto a lo que le gustaba, pero la idea de tener un buen trabajo, para ayudar en casa, fue suficiente motivación. Además, no se le daban mal las matemáticas.

Tuvo que cambiar de trabajo, para reducir el número de horas. Ahora trabajaba los fines de semana en una tienda de aparatos electrónicos. Allí fue donde conoció a Iker.

Le encantaba conocer gente nueva, y tenía dos grupos de amigos bien definidos: los de la universidad y los del trabajo. A los de la universidad los veía en clase y en la biblioteca, y a los del trabajo los veía en la tienda. El resto del tiempo lo pasaba estudiando en casa.

Poco a poco fue consiguiendo los objetivos que se había propuesto, y vivía tranquila y feliz.

Todo cambió durante las últimas Navidades. El día de Navidad lo pasó con sus primas. Tenían uno y dos años menos que ella, y llevaban una vida muy distinta a la suya.

Contaron decenas de anécdotas sobre fiestas, novios y aventuras. Valeria las escuchó fascinada durante horas. Ella sólo había oído historias así en las series y películas. Al final del día se sintió muy mal. Se sintió como un bicho raro.

Aceptó la invitación que le hicieron sus primas para ir a una fiesta de Nochevieja en una discoteca. Eso terminó de desorientarla.

El día no había empezado bien. Toda la ropa que tenía Valeria era apropiada y cómoda para la universidad y la tienda, pero sus primas le advirtieron de que no la dejarían entrar en ninguna fiesta vestida así. Así que, pese a las protestas de sus primas, su madre le prestó un vestido largo hasta los tobillos, de manga larga y sin escote, que le quedaba algo grande. Cuando salieron de casa, sus primas le hicieron ponerse unos tacones y la maquillaron, tratando de compensar aquella ropa.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora