Prólogo

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—¡Por el amor de Dios, Grantaire! —vociferó el rubio, dando un golpe en la mesa—. Si todo lo que vas a aportar a esta rebelión es basura y bromas sin gracia, ¡todos agradeceríamos que te matases!

El más cínico de los dos pensó durante unos segundos el horrible comentario que acababa de recibir por un chiste, pero en vez de contestar y levantar la voz, una tétrica sonrisa salió por la comisura de sus labios. 

—¿Sabes qué? Tal vez debería hacer eso. Hoy. Ahora. ¿Por qué no? —Se levantó de la silla, botella en mano, y bostezó—. Me lo llevaba planteando desde hace bastante, no te voy a engañar.

Enjolras se asustó por eso último, pues él solo quería que se callase de una vez y les dejase en paz. ¡No quería que cometiese una locura!

El llamado Grantaire dio un largo sorbo a su amada botella de vino y miró a los profundos ojos azules de su compañero. Y se perdió en ellos. Se perdió tanto que dejó de ser consciente de lo que su cuerpo hacía. 

No se dio cuenta de que una lágrima se arrastraba por su mejilla. No se fijó en la mirada de lástima de algunos en el café. No se percató de que su ídolo estuvo a punto de abrir la boca para pedirle disculpas. 

Pero lo que sí vio fue que en vez de volver a su esquina de siempre para ocultarse en la oscuridad, se dirigió a la ventana, bajo las miradas expectantes de los miembros del grupo de revolucionarios, y se tiró por ella sin más.

Cerró los ojos sin la más mínima pizca de miedo y esperó a su final. Quería hacerlo. Quería morir. Y también quería que la mirada de Enjolras fuera lo último que viese jamás.

—¡Grantaire! —escuchó gritar a uno de sus amigos mientras caía.

Llegó al suelo de pie. Escuchó un "pop" en su pierna y un dolor horroroso le recorrió el cuerpo de cabeza a dedos.

Cayó al asfalto de la calle por la falta de fuerza en una de sus piernas, pero decidió levantarse con la poca dignidad que guardaba y salió cojeando antes de que sus compañeros consiguieran alcanzarle.

Si no había muerto por la caída, lo haría por la sangre que estaba perdiendo. Sentía que a cada paso que daba con la pierna izquierda, un poco de vida se le escapaba por los labios, y siguió corriendo. El dolor era insoportable, y posiblemente acabaría desmayado por él en cualquier momento, pero prefería morir de dolor que morir de vergüenza.

«No hago nada bien» se dijo a sí mismo. «Ni siquiera sé morirme».

La cabeza le daba vueltas, y ya empezaba a ver manchas negras alrededor suyo. Le dolía la nariz por culpa del mareo, y cada vez tenía más ganas de vomitar. No obstante, eso no le hizo detenerse. 

Callejeó con cuidado de no llegar a la calle principal, y consiguió llegar medio cojo a un descampado. Decidió no ir a casa, pues estaba seguro de que sus amigos decidirían ir allí a buscarle, y como no podía explicarles por qué se había tirado y después había huido de ellos, se quedó allí.

No tenía lugar para huir.

Se sentó en el suelo y se levantó costosamente la parte de abajo del pantalón. Gimió al ver el hueso del peroné saliendo de su cuerpo y el enorme rastro de sangre que había dejado en el suelo.

Metió la mano en el bolsillo y sacó de él cinco francos; sin duda, eso no le iba a servir para pagar una operación, pero sí para un par de bandas y unos cuantos botellines.

Lo que necesitaba para morir en un par de días sin mucho sufrimiento. 

Suspiró e intentó levantarse, pero, al hacerlo, ahogó un grito y se tiró de nuevo al suelo. 

Lloró. Pero no solo lloró por haberse roto un hueso, sino que también lo hizo porque Enjolras no se daba cuenta de que era su razón de vivir y moverse de la cama todos los días y él, que no lo sabía, lo trataba como un pedazo de mierda.

Lo confesaba. Amaba a Enjolras.

— ¿Duele? —Una voz femenina atrás suya hizo que se sobresaltara y se alejara lo poco que le permitía su cuerpo, secándose las lágrimas—. No le voy a hacer daño, tranquilo.

— ¿Quién es? —preguntó con voz ronca.

Entrecerró los ojos cristalizados y vio la figura de una mujer.

—Mi nombre es Margot. —La chica se acercó a él, dejándose ver con un candelabro. Era linda, con facciones pálidas que apenas se notaban por el camisón blanco que llevaba. Su pelo, negro como la noche, estaba recogido en un moño bajo y tenía unos ojos azules marino tan bellos y profundos como los de Enjolras. Su vocerío debía haberla despertado.

—Yo soy un estúpido. —Levantó débilmente la mano y tomó la de Margot, que estaba temblando—. Grantaire.

—Parece que lo de su pierna está muy mal, ¿qué ha pasado?

—Me he intentado matar.

Margot abrió los ojos como platos y se forzó a reír, pensando que la estaba tomando el pelo con una broma de muy mal gusto, pero la seria cara de Grantaire la decía que no mentía.

— ¡Madre mía! —gritó, tirando al suelo el candelabro.

Le soltó la mano sin pensarlo y salió corriendo en dirección a una solitaria y pequeña casa en la que el joven no había reparado, quizás a buscar a alguien para llevarle a un loquero.

—De nuevo solo —se musitó a sí mismo. 

Fumigó con un suspiro una pequeña llama que se había formado al caer el fuego en la hierba seca y se desmayó del esfuerzo.

Tres días pasaron hasta que Grantaire fue capaz de abrir los ojos de nuevo, totalmente ignorante a todo lo que había ocurrido en Les Amis de l'ABC por culpa de su intento de suicidio.

Porque René Grantaire había cambiado demasiadas vidas tratando de quitar la suya.

Bienvenidos y bienvenidas a Drink with me, un fanfic de Los Miserables, con pareja principal a Grantaire y Enjolras

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Bienvenidos y bienvenidas a Drink with me, un fanfic de Los Miserables, con pareja principal a Grantaire y Enjolras. 

Antes de seguir leyendo, quiero darte un aviso, lector:

-En esta historia se hace uso de malas palabras; comentarios salidos de tono, racistas y homofóbicos; escenas de violencia explícitas; temas como la homosexualidad, el maltrato y el suicidio; etc. Si te sientes incómodo leyendo sobre alguno de estos temas, recomiendo que dejes de leer por tu salud mental.

¡Gracias por leer! 

Nos vemos 🌼


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