Capítulo 7: Dúo de plata

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—Básicamente: Grantaire es estúpido —afirmó Enjolras mientras apoyaba los codos en los muslos y daba un sorbo a la taza de café.

—¿Qué te dije de menospreciarlo? —le riñó Combeferre—. Está pasando por una situción muy delicada y necesita nuestra ayuda.

—Me da igual, Ferre. Sé que me pediste que le tratara mejor, pero es muy complicado cuando él actúa como si todo le diera igual.

—Enjolras, hicimos un trato: yo le mantendría alejado de ti en la medida de lo posible, pero, sin embargo, cuando le tuvieses cerca, tendrías que tratarle como un amigo. O al menos con respeto.

—Pero, al parecer, tú casi no cumples tu parte del trato —se quejó mientras fruncía el ceño.

—¿Cómo que no? Apenas hablas con él. ¿Quién crees que le mantiene alejado?¿Jesucristo?

—Mira, un ejemplo: la fiesta del padre de Courfeyrac —señaló—. Tuve que sonreírle y hablar sobre su vida privada, ¿qué más me da a mi que su padre le odie o que su madre sea prostituta?

—Se llaman amabilidad y amistad, Enjolras. Y si confió en ti, en un amigo, para contarte su infancia o problemas personales, no deberías contárselo a la primera persona que cojas —sugirió, esperando a ver si el rubio pillaba la indirecta, una especie de riña por decirle cosas que, quizás, el pintor no quería que se supiesen.

—Pero yo no quiero ser su amigo, ni su compañero, ni un conocido suyo —suspiró con enfado—. No cree en nada por lo que yo lucho y, es más, lo único que hace es estorbar en mi meta. ¿Por qué está siquiera en Les Amis de l'ABC? No cree en la lucha y no cree en la libertad, ¿por qué molestarse en asistir?

—Deja de ser tan inmaduro. Grantaire es adulto, y sabrá lo hace o deja de hacer, no está en tu mano decidir si acude a las reuniones o no —Combeferre, ya molesto por el infantil desprecio que le tenía al estudiante, se cruzó de brazos, esperando así que su amigo le explicara al fin que había ocurrido apenas un par de horas atrás.

—En realidad, sí que está en mi mano, soy el líder al fin y al cabo —convencido de que había ganado la discusión, levantó la cabeza y le miró altivo a los ojos.

—Dices que eres un líder como si dijeras que eres un rey —el médico le devolvió la jugada, el doble de poderosa, y no pudo evitar ocultar una leve sonrisa al ver al otro apartar la vista y chasquear la lengua, aceptando así su derrota. En cuestión de segundos, volvió a recordar por lo que estaba realmente preocupado y se sentó en el sofá—. Volvamos a lo importante, ¿qué ha pasado con Courfeyrac?

—Ah, sí —exclamó de repente para, acto seguido, comenzar a explicar—. Grantaire y él se bajaron al Musain, supongo que a emborracharse y conocer chicas, como siempre, pero esta vez tomaron demasiado. Debe ser que Margot fue también, pero no les saludó y se marchó, por lo que los dos la siguieron. Estaba yo con ella en la plaza abandonada que está al norte de aquí cuando llegaron.

—¿Y qué hacías tú ahí a esas horas? —Combeferre le interrumpió y se colocó bien las gafas, tanto enfadado, como angustiado.

—Comprar —acordándose de golpe, se sacó las pistolas del pantalón y las dejó encima de la mesa bajo la atenta mirada de su amigo.

—¿Otra vez el mismo señor de la otra vez? —preguntó. Al verle asentir, bufó—. No me gusta que le compres nada a ese señor, Dios sabe que le pasa en la cabeza para tener tantas armas cada semana. Lo mismo es un enfermo mental, un ladrón, un ex-convicto...

—Me da igual su estado de salud u oficio siempre que las pistolas estén bien.

—O un policía que sabe perfectamente quién eres y dónde vives y te pueda meter en la cárcel treinta años por compra y posesión de armas ilegales —terminó de decir el castaño, sabiendo que esa idea le había pasado varias veces por la mente, pero, por amor a su causa mayoritaria, la había ignorado innumerables veces.

Drink with me {Enjoltaire}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora