Capítulo 15: Gritos y delirios

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Combeferre trató de forzar la vista repetidas veces a base de entrecerrar los ojos con fuerza y así lograr ver algo de su alrededor, pero dejó de intentarlo al no ser ni capaz de ver a la chica que tenía a dos palmos de su cara.

La persona que lo había salvado, esa niña, casi mujer, de la que se había olvidado momentáneamente, sí que lo podía ver, pero no lo miraba a él, sino al cielo.

Combeferre la estaba muy agradecido por salvarle la vida, ¡faltaba más! Aunque tampoco descartaba la idea de que fuera una cazarrecompensas o algo por el estilo, y eso le aterraba también.

Recordó que le había pedido que se mantuviese en silencio, pero esconder los latidos de su acelerado corazón en ese instante era casi imposible. La adrenalina podía con él. Solo para estar seguro de que no le pudiera dar un paro cardíaco por la presión, o incluso desmayarse de nuevo, se tomó el pulso en la muñeca, y suspiró pesadamente al chequear que estaba alto, pero no lo suficiente como para que le pasase nada. La chica le pellizcó en la superficie de la mano por el sonoro ruido en forma de riña, pero, al parecer, no se le había oído tanto como creían.

Mientras tanto, los policías rebuscaban entre cajas vacías, telas rotas y restos de comida en mal estado para encontrar a su fugitivo, pero no lograban verle por ninguna parte. Finalmente se rindieron, y después de que el mayor de los dos soltara una blasfemia y tirara las gafas que se habían encontrado antes al suelo, el otro le dio una ligera palmada de consuelo en la espalda y decidieron irse de vuelta a su recorrido de patrulla habitual.

Por suerte, no notaron en ningún momento el tablón de madera al final de la calle en el que estaban escondidos.

Pasó un minuto y medio hasta que la chica lo soltó y le dejó ir a por sus gafas, las cuales habían sido destruidas al chocar contra el suelo. Combeferre las tomó con toda la delicadeza que pudo, pero el cristal derecho estaba totalmente agrietado, y era imposible repararlo. Aún así se puso las gafas, ya que vería mejor con ellas agrietadas que con nada, y, guiñando el ojo para poder ver por el cristal bueno, logró divisar por primera vez el horripilante aspecto que presentaba su salvadora. No es que fuese horripilante en el modo que lo era Grantaire, ni mucho menos, pues la niña parecía ser muy mona, pero iba tan sucia y desaliñada que aparentaba ser más fea de lo que realmente era.

El médico decidió alargar la mano para presentarse, mas no logró evitar pegar un pequeño salto en el sitio cuando una escuálida y fría mano estrechó la suya.

—Éponine —musitó la niña con cierta timidez. Hizo una torpe reverencia y soltó su mano para apartarse un mechón de pelo de los ojos.

—Es su nombre de pila —afirmó él con ternura.

Éponine agachó la cabeza y miró sus pies descalzos.

—Sí. Padre me ha prohibido decir mi apellido. No se lo puedo decir ni a los policías —confirmó—. Dice que es para no deshonrar a la familia.

Combeferre asintió y dobló un poco las rodillas para llegar a su altura.

—Frédéric —se presentó él también.

Éponine levantó la cabeza y le sonrió, demostrando su carismático hoyuelo en la mejilla izquierda.

—Es su nombre de pila —repitió.

—Sí. Solo mis amigos lo saben —asintió de nuevo—. Me puede tutear si quiere, mademoiselle.

La niña se sorprendió al oír esa última sugerencia, y encogió los hombros insegura.

Drink with me {Enjoltaire}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora