Capítulo 9: Sentimientos confusos

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—Muévete —le ordenó el oficial con un empujón.

Sin soltarle, le llevaron con brusquedad por la abrumada calle bajo las miradas despectivas de los pueblerinos. Notó cómo, sin querer, le hacían chocar levemente con otro de los presos, y no pudo reprimir la sonrisa al descubrir a su amigo Courfeyrac, que con un ojo morado y la camisa roja miraba al frente con desprecio. "Al menos no estaré solo en la celda" pensó Grantaire mientras observaba cómo un grupo de policías se acercaba a ellos.

—Tú —el que parecía el general señaló al abogado con el dedo índice y se aproximó más a él—. ¿Has sido tú el que ha pegado a mi soldado?

Ni un buenas tardes ni un tratado de usted, el señor estaba tan alterado que había incluso olvidado los modales. Un chico joven apareció por detrás del comandante, con un ojo sangrando, la mano mordida, falto de un diente y la mejilla hinchada. Courfeyrac reparó en él, pero no se giró a verle, en vez de eso, continuó contemplando al jefe, desafiante.

—Sí, fui yo —respondió sonriente, sabiendo las consecuencias de su respuesta.

Con un leve movimiento de cabeza, los cinco policías que estaban atrás y los dos que sujetaban al arrestado le rodearon, y antes de que nadie pudiera darse cuenta, le empezaron a pegar. No se molestaron siquiera en intentar ocultar que lo disfrutaban, y, de hecho, prácticamente obligaron a Grantaire y al resto de presentes asistir a la escena, la cual incluso revolvió el estómago del pintor. Había pasado por cosas peores, pero ver cómo machacaban a su amigo era demasiado para él.

Le tiraron al suelo con tan solo un puñetazo directo en la mandíbula, y al tener las manos atadas a la espalda, no podía defenderse de ninguno de los golpes. Fuertes patadas recibían las partes del dorso y del esternón mientras que el pobre se doblaba sobre sí mismo y gemía de dolor. Uno, que parecía bastante mayor que los demás, se empezó a emocionar de más y le pisó la mano, posiblemente rompiendo algunas partes de ella, pero el herido seguía sin gritar, comprendiendo que si salía la más mínima exclamación de su boca, sufriría incluso más. Entre jadeos por el esfuerzo de los policías y gimoteos del que estaba siendo pegado, se escucharon pasos rápidos y cortos entre la multitud, y tras un par de quejas de los ciudadanos por los empujones que estaban recibiendo, una chica consiguió hacerse paso y llegar hasta el corrillo de agentes, que parecían haber parado y se habían distanciado del cuerpo del estudiante.

—¡Courfeyrac! —aulló Margot con la voz desgarrada. Aprovechó el hueco que había quedado alrededor de este y se puso de rodillas en frente suya para ayudarle a incorporarse. Le tomó la cara entre ambas manos y le acarició con el pulgar las mejillas rojizas, manchándose de su sangre. Le contempló con lágrimas en los ojos, y con la voz a punto de romperse, apoyó su frente contra la de su amigo bajando un poco la vista—. Dios, Courfeyrac, ¿por qué dices nada? Esto es culpa mía, Dios mío, lo siento.

—No es culpa tuya —la intentó calmar con hilo de voz ronca. La separó de él y la dio un intento de sonrisa—. Yo soy el que lo siente. Por todo.

—No te disculpes por nada, cualquier cosa que hubieras hecho está perdonada —susurró, de forma que solo ellos dos pudieran oír lo que decía—. ¿Por qué no dijiste que tú no le habías pegado?¿Por qué no le has dicho que había sido yo? Dios de mi vida, Courfeyrac...

Se acercó un poco más a ella con disimulo, consiguiendo que tan solo unos centímetros les separaran. Apenas pestañeaba, solo analizaba cualquier mínimo detalle de la cara de la chica, puesto que sabía que pasaría en la cárcel bastante tiempo y a su cuerpo no le gustaba la idea de no tener a mano por la noche el dibujo de la chica que había encargado hacer a Grantaire unas semanas atrás. La otorgó la sonrisa ladeada que solía darle a sus presas antes de atacarlas y se arrimó un poco más.

Drink with me {Enjoltaire}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora