Capítulo 2: Frío Noviembre

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"Mi querido poeta Jehan,

Si estás leyendo está carta, significa que Margot, la chica que me está cuidando y ayudando, ha conseguido encontrarte. La dije que te buscara en el Musain y en el Corinto, y aunque no sé si te ha encontrado a la primera o la vigésima vez.

Me alegra saber que por lo menos tú estás bien. Al caerme, un hueso de mi pierna (no sé cuál es, a decir verdad) se salió, y como comprenderás, prefería morirme del dolor que de la vergüenza, así que salí corriendo y acabé llegando a la casa de esta chica. Un médico llegará mañana para curarme, y hasta que no recupere un poco de dignidad, dudo que vuelva a pasar por ninguno de esos dos bares.

No os preocupéis demasiado por mi, locos revolucionarios.

Saludos, R. Grantaire"

Jehan miró confuso la carta y después a la chica que se la había entregado. Ella no le prestaba atención, pues estaba demasiado atenta a lo que le contaba Courfeyrac y parecía que nada más la importase en ese instante. De repente, al poeta se le ocurrieron un millón de poemas de amor, como cada vez que veía a su amigo ligar con una muchacha, pero tuvo que dejar esos versos aparte cuando se acordó de lo que debía hacer: escribirle a Grantaire. Se acercó a la mesa, sin interrumpir la conversación, tomó la pluma y la hoja y se dispuso a explicarle todo lo que había sucedido en el corto intervalo de tiempo que había estado desaparecido: le habían buscado sin cesar, tomaron cerveza a su salud, dio un discurso de que era una gran persona y Enjolras dijo delante de todos los estudiantes que él estaba muerto. Prouvaire sabía que lo último le iba a doler, así que escribió un "lo siento" y un pequeño dibujo de corazón al lado para aminorar el golpe. Seguidamente, le dio la carta a Margot, quien sin revisarla por respeto a Jehan, se la metió en el bolsillo. Siguieron hablando y contando anécdotas  hasta que el dueño del café les echó a la calle ya entrada la madrugada.

—¿A dónde piensa ir, mademoiselle? —preguntó Courfeyrac ofreciendo su brazo a la chica—. Ya es tarde, y usted dijo que su casa quedaba lejos de aquí. No nos lo perdonaríamos si la sucediera algo.

—Pensaba en ir a algún hostal a pasar la noche. Seré campesina, pero no pobre —respondió ella tomando el brazo con gusto.

—Aunque tenga dinero, los hostales aquí en la capital son brutalmente caros. Pueden cobrar hasta treinta francos por cama —Combeferre se echó a andar y todos le siguieron por las oscuras calles de París sin temor, ya que iban en grupo.

—¡Treinta francos! No llevo tanto dinero encima, me temo. Iré algún callejón donde no haya mucha gente e intentaré dormir allí, entonces.

—¡No, mademoiselle!¡No puede hacer eso! —saltó su acompañante—. Por favor, venga a nuestro apartamento. La dejaré mi cama si es necesario, pero por favor, no duerma en la calle, muchas enfermedades contagiosas rondan por aquí.

Margot miró tímidamente a Combeferre, sabía que Courfeyrac había dicho eso sin pensarlo, y ella no quería ser un estorbo, ni, que mucho menos, los dos amigos discutieran por eso. El de gafas la sonrió ampliamente y sacó un cigarro del bolsillo. Lo encendió y empezó a fumar.

—Por mi no es un problema, Margot. Y tampoco creo que a Enjolras le importe, si es que ha llegado ya a casa.

—¡Muchas gracias, monsieur! No sé cómo hubiera podido dormir en la calle. Con esta ya le debo tres favores.

Courfeyrac sonrió para sí mismo y se juntó más a la chica con la excusa de que "hacía demasiado frío", a pesar de que su abrigo estuviera hecho de la mejor calidad y arropaba más que tres colchas juntas. Decidieron a acompañar a Jehan a su casa, puesto que esta les pillaba prácticamente de camino al piso de los chicos; solo tendrían que girar cuatro veces a la izquierda y llegarían.

Drink with me {Enjoltaire}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora