Capítulo 6: Amargas confesiones

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Varias semanas habían pasado desde el incidente del baile en casa de Monsieur de Courfeyrac, y Margot seguía ausente tanto en las reuniones, como en las salidas a bares de Les Amis de l'ABC, pero los estudiantes apenas notaban su falta debido a que la mayoría estaba estudiando para los exámenes de la universidad. El hijo del anfitrión había intentado ir repetidas veces a la casa de la chica, pero cada vez que llamaba a la puerta, la ama de llaves le abría diciendo que su señora aún no había vuelto de su viaje, por lo que el pobre tenía que irse a algún bar con Grantaire y con la culpa de no haberse podido disculpar aún por haberla utilizado semanas atrás. El pintor le ofrecía siempre un sitio a su lado y los licores más fuertes de todos los locales, ya que los había probado todos al menos una vez y era un experto, y cuando la fiesta se acababa y los dueños les echaban, ellos iban a alguno de sus dos pisos y continuaban bebiendo con la desaprobación de Enjolras y Combeferre, cuyos esfuerzos de ayudar a Courfeyrac eran en vano.

Una noche, en la que susodicha pareja iba más ebria que nunca antes, consiguieron convencer a dos mujeres, que quizás irían peor que ellos, de llevarlas a su casa para que pasaran allí la noche, pero lamentablemente, ligaron en el Musain, lugar al que acudía cualquiera que tuviera algo que ver con la revolución. Una muchacha pálida y de ojos claros entró al café subiendo las mangas de su vestido morado, puesto que hacía calor a pesar de ser Abril, y empezó a caminar ignorando a la poca gente que había allí. Subió a paso lento las escaleras escuchando los murmullos, ruidos que le iluminaron rápidamente la cara, pero que, al mismo tiempo, la hicieron perder la sonrisa en cuanto llegó a la parte de arriba y miró a la mesa en la que se solían sentar a discutir problemas de su próxima revuelta. Ahí se encontró a un chico robusto y un tanto moreno enrollándose con una mujer a la que no había visto jamás, y los murmullos que oía desde abajo, eran, en realidad, palabras obscenas que se intercambiaban entre beso y beso. Con el mismo silencio con el que había llegado, Margot empezó a bajar las escaleras de nuevo, pero no pudo evitar que se le saliera un tosido, sonido que el abogado pudo escuchar e hizo que pudiera avistar por el rabillo del ojo la figura de una chica a la que tenía ya muy vista. Se levantó de golpe de su sitio, sorprendiendo a la joven a la que estaba besando hacían solo unos segundos, y se dispuso a seguir a la otra, pero el alcohol y el haberse levantado de prisa hicieron su efecto y, mareado, tuvo que sentarse de nuevo.

—¿Estás bien? —preguntó la moza rubia con preocupación—. ¿Quieres agua?

Courfeyrac asintió con la cabeza, a lo que ella se bajó a la barra, tambaleándose, a por un vaso de agua. Cuando la vio desaparecer, el chico se giró a su amigo, quién ligaba descaradamente, y le tocó el hombro un par de veces para llamar su atención.

—¿Qué? —se giró, molesto, y tomó un trago de su botella.

—Creo que acabo de ver a Margot —contestó mientras tocaba su frente, sabiendo que le había visto besando a otra y por eso se había marchado.

—¿Cómo?¿Margot?¿Estás seguro? —Grantaire abrió los ojos con sorpresa y, acto seguido, se levantó poniéndose el abrigo. A él no le hacía tanto efecto el alcohol.

—Sí, creo que era ella —dijo extrañado—. ¿Qué haces?

—Vamos a buscarla —sugirió seguro para después dirigirse a la chica con la que hablaba antes—. Lo siento, mademoiselle, pero tengo una cosa urgente que hacer. 

Le dio un veloz beso en los labios y tomó del brazo a Courfeyrac, quien aún no se había recompuesto de su mareo y sentía que su cabeza iba a explotar. Cuando bajaban las escaleras, se encontraron con la pobre muchacha que le llevaba un vaso de agua a Courfeyrac, por lo que se tuvieron que despedir apresuradamente de ella y salir del local casi corriendo con tal de no tener que dar más explicaciones, pero apenas salieron, las dos chicas ya estaban fuera también reclamándoles su compañía, pero que volvieron a entrar casi al instante al notar un frío viento traspasar sus finos vestidos. Los chicos caminaron con torpeza por algunas calles que no recordaban haber visto nunca, y no les llevó mucho tiempo reconocer que estaban perdidos. Mientras la pareja vagaba sin un rumbo fijo buscando a su amiga, esta había conseguido llegar a una pequeña plaza de un barrio abandonado en la que había poco más que una fuente y un par de bancos deteriorados.

Drink with me {Enjoltaire}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora