El es todo lo que hay. Todo lo que alguna vez habrá. Estoy cayendo a través de la eternidad, y su tacto es la estructura que la construye. Su beso es la sustancia de lo infinito. Estos pensamientos no tienen sentido, incluso en mi propia mente, pero éstos siguen siendo veraces, de alguna manera extraña. Sus brazos son como las rejas de una prisión, pero es una celda de la que no tengo ningún deseo de escapar. Tienen todas las contradicciones, duros y suaves, dulces y salados, perfecto e imperfecto.
Mis manos se cierran sobre su pecho desnudo, mis uñas raspando su piel mientras nuestras bocas se funden. Mis pezones son grava contra su pecho, rígidos a través del material de mi sujetador y la camiseta de algodón fino. Sus pantalones cortos son un casi una resbaladiza capa de rayón, y siento la gruesa y rígida, intrusión, de su caliente virilidad contra mi vientre, la evidencia física de cómo hago que se sienta. Esa presencia, gruesa contra mi estómago, me asusta. Es enorme y dura como una roca, y... quiero verlo. Quiero tocarlo. Quiero sentirlo...y probarlo. Me siento pecadora y mala de sólo pensar en ello, pero lo juro, es verdad. Quiero probar todo de él. Quiero sentir todo de él. Quiero darle todo de mí.
Pero él tiene que saber que sería el primero, el único. Trato de hacer que las palabras salgan, pero lo beso en su lugar.
Me levanta, acunada en sus brazos, y el beso no se rompe mientras me lleva a través de su casa. Mis manos se aferran a sus hombros y a su cuello, y tomo aire en la boca, jadeando, con los ojos cerrados, luchando por la claridad y lucidez e incapaz de hacer otra cosa que ser arrastrada por la necesidad.
Estamos en su habitación. Estoy de vuelta en su cama. Pone los labios en mi boca golosa. Dedos fuertes e insistentes tiran lejos la camisa y la echan a un lado. Mi sujetador es negro y básico, agarrado por la espalda por tres ganchos y ojales. Me arqueo en mi espalda, y él hace un corto y eficiente trabajo de desbloqueo, sacándolo de mí y haciéndolo a un lado. Cruzo los brazos sobre el pecho, y él me lo permite. Se sienta en su lado junto a mí y me mira fijamente a los ojos.—Déjame verte, nena.— Cierro los ojos con fuerza y niego con la cabeza. Se ríe, y traza un patrón inactivo en mi vientre con el dedo índice, perezosos círculos vagando que conducen hacia abajo a mis capris de color caqui. Sus ojos están sobre mí, y me obligo a tener mis párpados abiertos, forzando la mirada hacia él, como una piedra inmóvil mientras aprieta los bordes de mi cintura juntos y libera el cierre.
No me muevo mientras baja la cremallera lentamente, dejando al descubierto un trozo de encaje negro que coincide con el sujetador.
Sigo observándolo mientras se separa de mí cuando toma de la cintura de mis pantalones en sus manos y les lleva abajo sobre mis caderas generosas. No ayudo, pero tampoco se lo impido, y pronto estoy en mi ropa interior.
Un familiar estado de desnudes, pero nunca me he sentido más vulnerable. Sus ojos arden entre el verde-avellana-gris, con toques de azul en los bordes. El deseo y el fuego sin paliativos me abrasan desde su mirada.
Con una mano en el vientre, y luego un dedo inmerso bajo el elástico negro, por debajo del impreso de Victoria Secret en escritura rosada. Parpadeo, dos veces, y me trago el nudo palpitante de miedo. Ese dedo, el dedo índice derecho, se desliza alrededor de la circunferencia del elástico, de cadera a cadera, y luego otra vez, tirando suavemente hacia abajo. No levanto mis caderas, mantengo mis ojos en él y dejo que me los quite.
Él ya me ha desnudado. Ahora solo está terminando la tarea. Ha visto todo lo demás, y ahora quiere verme completamente desnuda. Pero para cuando la ropa está apenas cubriendo la parte superior de mi hendidura dice —:Te las quitas. Si quieres esto, sácalas.— Ésta es mi última oportunidad, ya lo veo. Si me niego a esto, sabrá que soy demasiado miedosa. ¿Y lo soy? No estoy mareada, no hiperventilando, no hago ninguna de las cosas que suelen acompañar a mis emociones más fuertes. Me aterra, porque siento las dos palabras de verdad burbujeando en los labios. Bueno, hay dos verdades que compiten por la palabra, y ambos vienen en frases de dos palabras.Voy por la más fácil.—Soy virgen.— Él no responde en absoluto. Sólo se queda mirándome por un largo y silencioso momento. Ninguno de los dos aún respira. Entonces levanta una ceja.