El olor del café me despierta. La luz del sol es brillante en mis párpados cerrados, y estoy caliente. En paz. Adoro dormitar en la comodidad. No hay que preocuparse. No soy nadie, sólo una mancha conteniendo calor, flotando en la nada.
Suspendida en el tiempo donde nada importa. Y luego más ráfagas de café llegan a mí, y derivo para despertar. Por fin abro los ojos y veo el espacio en blanco de la habitación de Herman, la pantalla negra de un billón de pulgadas, una puerta corrediza de vidrio larga con las persianas abiertas que dejan entrar un día gloriosamente brillante y una impresionante vista de Los Ángeles. Y luego la vista más gloriosa de todas: Herman en nada más que un par de pantalones cortos. Sus piernas se curten con una cicatriz en diagonal a través de la pantorrilla izquierda, una línea arrugada de piel más clara. La cicatriz le humaniza de alguna manera. No está pulido, como una piedra perfecta. Dios, tengo una visión de su cuerpo la noche anterior, pero ahora se está moviendo con gracia felina a través de su dormitorio con una gran taza de café en la mano, y ondulando su cuerpo con cada movimiento. Hay una ligera capa de vello claro en el pecho, y una parte más gruesa que va desde el ombligo hasta debajo de sus pantalones cortos.
La visión de su cuerpo casi desnudo, envía escalofríos corriendo a través de mí, envía temblorosas lanzas de fuego en mi vientre. Me hace sentir... caliente, en el interior. Hace que me sienta totalmente femenina.
Herman se sienta en la cama cerca de mi rodilla y sonríe. Él tiene una charola en la otra mano, un bagel tostado con una generosa cantidad de queso crema. Me incorporo, y mi estómago ruge cuando huelo el bagel.
Me trajo el desayuno. En la cama. Y lo ha hecho sin camisa.
Todas las mujeres del mundo debían estar celosas de mí.
Arranco la mitad del panecillo e inhalo, doy tragos de café. Me quemo la lengua, pero no se siente. Quemo mi lengua en mi café cada día.
Herman está mirando con una expresión un poco aturdida y desconcertada.-¿Estás apresurada?- Dejo el panecillo abajo lentamente, limpio la esquina de mi labio con el pulgar, y luego lamo el queso crema de este. Me encuentro con Herman mirando mi boca, y me sonrojo.
-No- le digo, luchando contra la vergüenza -Yo sólo... siempre he comido así, supongo. Especialmente en la mañana.
-Es lindo. Actúas como si el bagel fuera a huir de ti- Se ríe de mí aumentando mi vergüenza -No reduzcas la velocidad por mí. Sólo relájate.
-¿Relajarme?- Es un concepto extraño.
-Sí- Me quita la taza y bebe un poco de café, luego me lo devuelve -Sólo... tranquila. Tomate el día y pásalo conmigo. Hagamos lo que sea. Simplemente pasar el rato.- Estoy desorientada.
-¿Qué día es hoy?
-Es sábado. Es un poco más de las once. Nos dormimos de más. Normalmente me levanto a las seis.- Suspiro.
-¿Las once? -No he dormido así en los últimos siete años -No pueden ser las once. Tengo un trabajo que terminar antes de trabajar esta noche.- Sus ojos se oscurecen y se endurecen. Habían sido como una suave avellana silenciada por su buen estado de ánimo y al instante se desplazan hacia la tormenta casi esmeralda a la construcción de la ira.
-¿Cuándo es la fecha límite?
-Martes. Pero tengo otro para el miércoles, y una prueba el lunes, y trabajo todo el fin de semana, así que tengo que lograr que funcione.- Él me empuja la otra mitad del panecillo.
-Claro, no. ¡Ya no estás trabajando ahí!- Su voz tiene una nota de mandato que me eriza la piel.
-¿Qué? ¿Qué quieres decir, con que he terminado de trabajar ahí?- Estoy hablando con la boca llena de panecillo, trago y dejo de lado el resto -No me gusta, pero no tengo otra opción. Ese es mi trabajo. Es cómo voy a sobrevivir. Si esto se resuelve, Camp me va a contratar a tiempo completo, pero no puedo dejarlo hasta entonces. Tengo clases... miércoles, en realidad, además de alojamiento y comida en mi dormitorio y un plan de alimentación. No puedo... no puedo dejarlo.