Capítulo 14: Más vale 'Aquí corrió' que 'Aquí quedó'

317 24 107
                                    

Los motociclistas silbaban mientras nos perseguían. Silbaban una melodía de dos únicas notas, una alta y una baja, cuya desincronización mutua hacía de ello una sinfonía diabólica. Y con los motores de las motocicletas a modo de acompañamiento, resultaba peor.

--¡Corre más rápido! --me indicó la chica.

¡Eso hago! ¡Maldición!

La callejuela por la que corríamos no tenía ninguna vuelta hacia la derecha; estaba bardeada de ese lado por un muro de ladrillo. No podíamos cruzar la calle, hacia alguna de las que estaban al otro lado por el riesgo a ser arrollados por los motociclistas.

No nos quedaba más alternativa que seguir de frente.

--¡Detente! --exclamó la chica de amarillo repentinamente, mientras frenaba de golpe su carrera.

Unos pasos más adelante hice lo mismo que ella. Por la calle, los Inquisidores pasaron de largo delante de nosotros y frenaron sus pesadas motocicletas intempestivamente, haciendo chirriar las llantas. Unas nubecillas de humo se desprendieron de las llantas traseras de cada motocicleta y el olor a quemado no se hizo esperar.

--¡No te quedes allí! --La chica me jaló del brazo y cruzamos la calle lo más rápido que pudimos, adentrándonos en un nuevo camino.

Alguno de los infelices que nos perseguían soltó un aullido.

--¡ASÍ SE HACE, CANARIO! --gritó en el acto.

Con el ruido que hacen, espero que alguien de por aquí haya llamado a la policía ya.

--Por aquí --indicó la chica, doblando en una esquina, hacia la derecha.

La seguí.

Sólo por cerciorarme, miré por encima del hombro mientras corría y distinguí los destellos de los faros de las motocicletas. De algún modo, consiguieron enfilar en la misma dirección que nosotros.

--Mierda --mascullé.

--Por aquí. ¡Rápido! --indicó la chica, cruzando la calle y perdiéndose en una esquina que daba a la izquierda.

¡Con un demonio! ¡¿Está chica sabe hacia dónde va?!

No importaba lo aleatorio que fuera su escape, me mantuve pisándole los talones para no dejarla sola.

--¡NO IMPORTA CUÁNTO TIEMPO CORRAS! ¡NO PODRÁS ESCAPAR DE NOSOTROS POR SIEMPRE, CANARIO! --gritó uno de los motociclistas.

Las luces de los porches de las casas se encendieron uno tras otro. Vi al menos a tres personas asomándose a sus ventanas para saber por qué era aquel escándalo.

--¡Por aquí! --dijo la chica, dando vuelta a la izquierda.

Le obedecí y ambos nos internamos en un andador angosto, en el que había árboles plantados justo por el centro. Gracias a ellos, le resultaría imposible a los motociclistas seguirnos por ese camino.

Desafortunadamente, el andador tenía un límite. Al fondo había una pared blanca, como una especie de callejón.

--Ayúdame a brincarla --dijo la chica.

Estuve a punto de replicarle con una pregunta, pero tantos días de cazar demonios con Clarice me había enseñado que a veces resultaba más prudente actuar. Y con un cuarteto de motociclistas persiguiéndonos, aquello era una lección valiosa de la que no podía olvidarme.

Entrelacé las manos para servirle de punto de apoyo y la chica trepó el muro ágilmente. Luego saltó al otro lado. Yo, por mi parte, y algo molesto porque la chica parecía haberse olvidado de mí, trepé por el muro y salté al otro lado.

El extraño mundo de mi noviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora