Elise

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Odiaba esa maldita habilidad. Solo bastaba verla para saber que era un demonio, pero a él no le importaba, él era feliz con ella.
Por supuesto que lo era, gracias a esa habilidad no necesitaba que el "lobo plateado" le protegiera. Gracias a ese demonio su trabajo era más rápido.

Si hasta nombre le había puesto.

Pero ¿Qué podía esperarse? ¿Que aceptara sus sentimientos? Vaya broma.

No, él nunca le aceptaría, él jamás le amaría y él jamás se enteraría. Al menos no de forma directa.
Si era tan ciego para ignorar la flor que cada mañana era dejada en su escrito, si solo le llamaba cuando quería protección, si solo iba a reír cuando estuviese nervioso e iba  mirarle con superioridad cuando le mostrase sus sentimientos en una mirada, entonces era mejor ahorrarse la humillación que recibiría si pronunciaba esas palabras.

Sí, lo mejor era guardar esos sentimientos, los eliminaría si pudiese, cuánto deseaba hacerlo, mas sabía que era imposible.

Los guardaría, junto a su katana y ninguno volvería a ver la luz del día si no fuese  estrictamente necesario.
Así era mejor, así debía ser y así sería.

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