La última vez.

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Chūya esta ebrio, como cada sábado por la noche que no tiene trabajo.
Chūya ha sido dejado en su casa  por Hitotsu, como cada sábado.
Esto es ya una rutina, una viciosa e insoportable rutina.

Dazai sabe lo que sigue:
Chūya le va a insultar, le llamará traidor, intentará golpearle
Él se comportará como el demonio que en realidad es: burlándose, deteniendo los golpes.

Entonces Chūya le besará y él devolverá el beso, sus bocas ansiosas de unirse una vez más, sus manos temblando por la emoción de sostener al otro, como cuando fueron más jóvenes.
Y mientras sus cuerpos se unen se dedicarán palabras de odio aunque sus miradas rueguen para no separarse.

Al terminar Chūya se irá, mirándole con asco y Dazai le mirará como si no mirase más que a un perro.

En su departamento, Nakahara llorará, se romperá una vez más al creerse estúpido por buscarle ya otra vez.  En su soledad, el cuerpo de Dazai tendrá nuevas cicatrices, una por cada palabra que no puede decir, una por cada mentira.

Dazai desea acabar con esto, desea no abrir esa puerta, no permitir que Chūya entre una vez más. Desea dejar de matarlo de a poco, desea dejar de fingir un odio que no siente, pero ¿qué puede dar un humano con alma de demonio al mismísimo Dios de la destrucción encarnada? 

Porque aunque Dazai sea un humano no se siente como uno, él actúa y se siente  un demonio. Y Chūya, que no es más que un destructor tiene emociones demasiado humanas para su propio bien.

Más no puede acabar con esto, porque aunque Chūya este maldiciendole, es el único momento en que puede sentirse vivo, en que puede olvidarse de que debe controlar cada pieza del tablero en que se ha convertido el mundo.
Porque cuando sus pieles chocan, cuando siente las manos de Chūya acariciar su cabello, cuando él puede tocar al contrario, cuando las navajas cortan su piel y la sangre caliente escurre por sus brazos él puede sentir que aún tiene algo humano en sí.

Y es eso lo que le lleva a abrir la puerta una vez más, sin embargo, esta vez deja que Chūya le golpee, no tiene energía para detener los golpes, no tiene energía para burlarse una vez más, no, él ya no tiene nada de eso. Lo único que tiene es la necesidad de Chūya, necesita que lo mire, necesita que le abrace por primera vez, lo ha deseado estos seis años que se conocen, necesita que Chūya no se vuelva a ir.

Necesita abrazarlo y rogar que le perdone por todo el daño que le ha hecho y todas las burlas. Necesita llorar para sentirse humano nuevamente, como cada vez que están juntos.

Y Chūya le mira cuando no le ve defenderse, le mira como nunca le ha mirado desde que se conocen. Y el llanto empieza, llora por él, por si mismo, siente los brazos de Nakahara al rededor de él y solo puede llorar más, porque le ha dañado, porque se ha dañado a si mismo, porque le seguirá dañando, porque se seguirá dañando.

Porque esta vez no necesita fingir, porque se siente como un niño perdido dentro del juego que él mismo ha creado, porque quiere pedirle que se quede, que deje la mafia, que le acompañe a mirar el mundo, a conocer todos esos lugares que vio en libros desde que era un niño, donde no importará si uno es indigno de ser humano ni que el otro no sea un humano siquiera, donde no habrá tablero que controlar ni tendrán que estar lejos, fingiendo nuevamente.

Pero aunque él es egoísta sabe que Chūya no le seguirá, sabe que ya le ha quitado todo en una ocasión, que provocó le apuñalaran las ovejas y alejarle de la mafia solo provocará ese odio se vuelva real.

Y todo es confirmado cuando sus miradas se encuentran.
Todos estos años no ha hecho más que destruirle, no hay forma de reconstruir sus corazones. Quizá en otra vida, quizá en otro mundo. Quizá... Quizá jamás.

Es por eso que besa la mejilla de Chūya, es por eso que esta es la última vez. No abrirá más esa puerta, nunca más. Ya no. Es demasiado tarde.
Y Nakahara lo entiende, porque le suelta y se levanta, avanzando hacia la puerta.
Sus manos desean detenerle, quiere sentir ese abrazo nuevamente, pero su cuerpo de queda estático, sabiendo esta es la desicion correcta.
Y en cuanto la puerta es cerrada todo queda en silencio. El muro que ha creado a base de mentiras que aseguran no necesita al pelirrojo se resquebraja. Los cimientos se destrozan a como sus emociones lo hacen, esas emociones que creyó no tener, esas que escondió y ocultó desde su adolescencia ahora le torturan. Y el silencio es roto por sus gritos, por su llanto, por su voz gritando el nombre de quien ama, porque le ama pero ahora que le ve partir es conciente de ello.
No quiere sentir ese torrente de sensaciones, es peor que la tortura física, es peor que cualquier dolor que ha sentido nunca, es morir mil veces.

Y la puerta es abierta nuevamente. Con un hilo de voz, la única que le queda, susurra "No me dejes, perdóname, por favor".
Y antes de perder la conciencia en los brazos contrarios puede sentir que su cabello es acariciado.
Por primera vez en su vida es capaz de descansar, sabiendo que al despertar no estará solo.

VidasWhere stories live. Discover now