XXVII

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Querida señora Ward:

Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que ha recibido una palabra mía. Y más aún, desde que nos vimos frente a frente.

¿Cuántos años han pasado? ¿Más de trece años?

Creo que, si usted me viera hoy en día, no sé si lograría reconocerme.

Mi rostro se ha endurecido tanto y mi complexión podría recordarle a uno de esos boxeadores que tanto detestaba por su tosquedad, pero los cuales Kenneth y yo solíamos admirar cuando nos escapábamos para ver alguno de sus encuentros. Pero a pesar de esto, sé que yo a usted sí podría reconocerla. Jamás podría olvidar aquellos ojos tan similares a aquel hombre el cual aún hoy en día, no puedo dejar de recordar.

Y durante años me he debatido entre si debía o no escribir esta carta... Así ya haya pasado tanto desde aquel maldito día (y pido disculpas por usar la palabra), mis sentimientos aún siguen presentes. Todavía siento tanto dolor y rabia que las maldiciones siguen luchando por escapar de mi boca y no sé muy bien cómo debería en verdad comenzar esta carta, porque incluso luego de todo este tiempo, me es difícil contener mis palabras.

¿Pero debería empezar diciéndole cuánto he pensado en usted y las palabras de dolor y consuelo que me dijo aquel día? ¿Agradeciéndole por su apoyo cuando mis padres se enteraron de la verdad de mi dolor y furia ante aquella maldita noticia, y en un arrebato de ira (como aquellos que Kenneth siempre solía reprocharme) les grité la verdad detrás del dolor y la rabia de haber perdido por una maldita guerra estúpida; a alguien que era mucho más que un «hermano»; a alguien que iba más allá de ser solo un amigo? ¿O debería haber empezado disculpándome por desde ese día desaparecer y no responder ninguna de sus cartas, aun cuando a pesar de todo, usted dio con mi paradero y siempre estuvo dispuesta a darme su apoyo y jamás opinar sobre aquella relación?

Debo confesar que siempre deseé contestarle sus cartas. Pero al leerlas no encontraba las palabras para hacerlo. En especial, cuando durante aquel 25 de octubre; el segundo cumpleaños en el cual Kenneth ya no estaba para poder celebrarlo, recibí junto a su carta aquellas malditas medallas que aún hoy cuando las miro, no dejo de preguntarme por qué me las ha entregado.

¿Fue porque pensó que Kenneth hubiera querido que algo así? ¿O fue porque esas maldita medallas representan el sacrificio de la vida de Kenneth, representaban al amigo valiente y desinteresado que fue (y que era una de las cosas que más admiraba y amaba de él)? ¿O tal vez fue porque para usted el solo verlas le traía dolorosos recuerdos?

Sinceramente, aún no puedo comprenderlo. Pero algo que sí sé es que cuando veo aquellas medallas, solo puedo pensar en que eso es lo único que quedó de aquel hombre que siempre estuvo lleno de optimismo y de sueños. Solo eso quedó de aquel que conocí siendo un niño débil, pero que también era valiente y obstinado. Solo quedaron unos malditos pedazos de metal y tantos recuerdos de años de vida juntos.

Cuando vuelvo a pensar en esto siento ganas de gritar y de golpear a aquellos bastardos responsables de todo porque ¡¿En verdad solamente ha quedado unas medallas; unos malditos trozos de metal para recordar a aquel hombre siempre valiente y optimista, que al final jamás pudo regresar?

¡Aún no puedo aceptarlo!

Sinceramente no dejo de preguntarme cómo pudo superarlo usted. Yo aún no dejo de sentirme furioso e indignado al pensar en de qué sirvió esa absurda guerra, de qué sirvieron tantas muertes en nombre de un ridículo patriotismo que se usó como excusa para una guerra sin sentido; algo que hace que incluso pequeños niños crean que la guerra y la muerte es genial.

¿Es genial ver morir a un compañero frente a tus ojos volado en pedazos o dejado como un maldito colador? ¿Es genial matar en nombre de alguien más; mancharse las manos de sangre bajo las excusas del honor y el patriotismo? ¿Es genial perder a quien era sumamente importante para ti solo por el cumplimiento de un deber absurdo?

¿Esto es el significado de ser un soldado que cumple con un deber «patriótico»: glorificar la sangre y la muerte?

Hace poco vi a unos niños jugando a la guerra, orgullosos de «matar enemigos» y, al verlos no pude evitar pensar en todo esto y en mi hijo (quizás algún día yo tenga el valor de verla de nuevo y usted pueda conocerlo); en cómo que a pesar de que aún es solo un bebé, cuando crezca le hablaré de la verdad de la guerra; de la sangre, las esperanzas destruidas, del dolor y de la muerte. Pero, sobre todo, de cómo le hablaré de la manera en que esta pudo arrebatarle la vida a alguien sumamente preciado para mí.

Me pregunto qué pensará usted de todo esto e incluso, qué pensarían mis padres si conocieran mis pensamientos... Aunque, eso ya no es importante porque sé que jamás entenderán. De la misma manera en que yo jamás podré entender cómo aquella carta llena de esperanza se transformó en las últimas palabras que tendría de Kenneth; en cómo aquella carta se convertiría en las últimas palabras de un hombre al que al final y al igual que muchos, aquel sangriento y cruel monstruo llamado guerra logró devorar.

Quien por siempre recordará con amor a su hijo,

Phong.

El significado del deberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora