RHIANONSiento que mi cabeza va a explotar en cualquier momento. Mi corazón late más alocado que nunca en mi pecho y me falta el aire. Me siento en una esquina en el suelo, cubriendo mi cuerpo desnudo con la toalla como si eso pudiera servirme de algo.
Realmente siento que mi cerebro va a explotar.
Aprieto mis dientes para impedir que ningún sonido salga, como si el silencio absoluto podría ayudarme a desaparecer de este universo cruel. Sería demasiado bueno para ser verdad.
Trago saliva y dirijo mi temerosa mirada a la puerta cerrada. No ha sido una imaginación mia. Hace aproximadamente unos segundos Drakovich Pietre alias "el dragón" o también conocido como mi compañero de habitación, había estado allí, estático, con la boca abierta y los ojos desmesuradamente abiertos como si hubiera descubierto algo esperpéntico.
Su expresión de asombro total difería mucho de la que normalmente llevaba, su ceño fruncido y la mandíbula contraída como si nada mereciera su tiempo ni le importara.
Estropear su cara de "tipo duro" era un gran logro. Si mi situación no hubiera sido tan precaria, tal vez me habría sentido orgullosa de haber sorprendido al gran dragón, pero en mi situación, no tenía cabida para nada de eso.Mi vida había acabado.
Finito.
Reducido a nada.
La academia no dudaría ni un segundo en echarme de aquí. He cometido fraude y usurpación de identidad, y ninguna de las dos cosas son buenas. Este sitio pertenecía a Rhys, nunca a mi. Él fue quien hizo las pruebas requeridas para que le aceptaran en esta academia de élite. Yo solo aproveché la oportunidad y me presenté en su lugar, a ciegas y contando con la suerte de que Rhys no había revelado su legado real.
Habría sido más fácil si me hubiera presentado con mi verdadero género, pero el problema había estado en que las pruebas para entrar ya habían finiquitado hacía tiempo, y teniendo en cuenta que yo estaba viva y presente en la vida periodística de mi país, era muy probable que alguien pudiera reconocerme.
Sin embargo, desde la muerte de Rhys, la prensa había hecho un acuerdo tácito con mis padres para eliminar cualquier artículo referente a él desde su muerte. Dada la perdida, de repente, el gran Rhys Grimaldi, anteriormente dueño de todas las portadas de la revistas de Mónaco, había dejado de existir.
Pero nadie, ni siquiera mis ignorantes padres habían descubierto aquél secreto que Rhys había guardado con meticuloso esmero, incluso de mi. Él había querido huir, hacerse una nueva persona, empezar de cero en una vida completamente distinta.
Él tenía demasiada presión encima.
Los constantes acosos de mi familia y después el hecho que tanto le aterrorizaba lo habían obligado a tomar esa decisión. Rhys, al nacer antes que yo por unos minutos y al ser varón, era el sucesor al trono y una vez que mi padre muriera, el futuro rey habría sido él, quien habría gobernado siguiendo las instrucciones de los veinticuatro miembros del consejo nacional de Mónaco.
La poca libertad que tenía le habría sido prohibida, y él lo sabía.
Y entonces, todo cambió con su muerte. La nueva ley de transmisión de derechos dinásticos, según la reforma de la Carta Magna (abril 2002), reconoce que el derecho de reinar también podría pasar de hermano a hermana.
Y allí entraba yo.
Mi padre no tenía hermanos ni hermanas que pudieran seguir la sucesión, así que la línea seguía con su descendencia directa, y ya que su primogénito había muerto, yo era obligatoriamente la sucesora al trono.