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﹏ Año 1845﹏

Unos fuertes gritos se escuchaban, haciendo eco en la enorme sala del subsuelo

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Unos fuertes gritos se escuchaban, haciendo eco en la enorme sala del subsuelo. La sangre brotaba y corría por la piel pálida de aquella mujer, dejando líneas irregulares como si hubieran sido mal pintadas. El dolor era insoportable, así como salía su sangre, también lo hacían sus lágrimas. Su rostro redondo se arrugaba con cada golpe que recibía, su garganta se desgarraba.

—¡Por favor, deténgase! —suplicó con la poca fuerza que le quedaba.

—Las pecadoras como tú deben ser castigadas. Has traicionado la confianza de Dios, te ha dominado el mal y has engendrado un ser impuro—la voz del hombre se oyó más fuerte, alzó nuevamente el látigo con el que estaba castigando a la joven y volvió a golpearla.

Los castigos dentro de la iglesia no eran desconocidos para nadie en los alrededores, mucho menos en un lugar como ese donde la mayoria se conocía y sabía todo de la vida del otro. Ese había sido un año duro para muchos debido a los constantes rumores de saqueos de cadáveres que se encontraban en el cementerio del pueblo. Aun no habían encontrado pruebas de quién podría ser aquel malhechor. La iglesia fue la primera en intervenir en ese momento, los vecinos acudieron a ellos cuando empezaron a escuchar tales actos delictivos. Decían que había un grupo de personas que practicaban sacrificios y hacían extraños rituales de los cuales desconocían su intención.

Bajo la estructura de la iglesia se había construído hacía muchos años atrás un subsuelo donde no había más que una enorme sala y pasillos que no llevaban a ningún lado. Más tarde, se usó el lugar como almacén para guardar alimentos y resguardar a los vecinos de las fuertes tormentas que azotaban los hogares y cosechas de algunos. Lo cierto era que no duró mucho más de tres años y luego se fue transformando en una sala de torturas. Quienes se atrevían a confesar sus pecados al superior, pedían ser castigados para poder sentirse libres de culpa.

Los métodos tan poco ortodoxos que fueron adaptando como forma de castigo hacia los pecadores, cada vez se volvían peor.

Después de haberle asestado varios golpes más en la espalda, la joven quedó arrodillada, abrazándose a sí misma y temblando por el dolor que su cuerpo tan frágil no pudo aguantar.  Las marcas eran notorias, más aun por el contraste que hacían con su tono de piel. Ella volvió a llorar, susurrando cosas que el hombre que la había estado golpeando no pudo entender. Sentía como sus labios también temblaban, y eso le dificultaba poder hablar con claridad.

— ¿Dónde está tu disculpa? —le preguntó mientras se acercaba hacia ella, hasta el punto de agacharse para poder verla a los ojos y oirla con claridad— Hye Ji, sabes que las cosas son así.

—Pero, yo... —lo miró de reojo, con miedo de hablar y decir la verdad —Yo no hice nada, Padre. Esas cosas que le dijeron no son ciertas, nunca haría algo así.

El hombre se levantó, bastante decepcionado por oirla decir aquello. La dejaría ahí hasta que llegara quien debía de buscarla. Salió de la sala sin decir una palabra y caminó por las escaleras de piedra de forma lenta. Una vez en el piso de arriba, siguió por un largo pasillo hasta la sala de reunión y donde solía pasar la mayor parte del tiempo ya que estaba encargado de cuidar el lugar.

Caminos al infierno YoonMin +18 [Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora