Gigantes

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Odiaba los putos turnos de noche con toda mi alma. Lo de pasarme toda la noche despierta sin alcohol en sangre no lo llevaba demasiado bien. Por suerte, o por desgracia, había sido un turno relativamente tranquilo y tenía ratitos para descansar. Me había cogido un café bien cargado y estaba dispuesta a bebérmelo en la posición más horizontal posible sobre el sofá del gabinete.

Hacía dos días que Maca se había ido de Madrid y no podía dejar de querer volver atrás en el tiempo. Estaba enfadada y triste a la vez, con ella, conmigo, con el mundo. Había recibido un mensaje suyo horas después de haberme ido del apartamento. En él me decía que lo sentía, que quería volver a verme. No quería irse con un mal sabor de boca.

Ya.

No le contesté, no podía. Cada vez que pensaba en aquel momento solo me salían lágrimas. Había sentido un puñal clavándose un poquito más dentro de mí. Maca no estaba enamorada de mí, nunca lo había estado. Esto fue algo que me costó aceptar pero que finalmente no tuve más remedio que interiorizar. Pero joder, me merecía más que un polvo, que unas prisas, que unos besos sin más atracción que la física. Yo me merecía más, aunque la quería a ella.

Su siguiente mensaje fue para decirme que su amiga me llamaría para hablar sobre el apartamento, que si yo no quería no tendría que saber más de ella. Ahora estaba enfadada ella también, y contra sus enfados era muy difícil competir.

Pero tampoco respondí. No, no y no. El orgullo se había apoderado del poco corazón que me quedaba y lo estaba recogiendo del suelo. Necesitaba a alguien a mi lado que me quisiera, que me quisiera de verdad. Joder, es que ni siquiera había sido su única amante. Igual esto último era lo que más me dolía.

Los pensamientos se me acumulaban en la mente y desde hacía unos días iba por la vida sin ver más allá de mí misma. Abrí la puerta del gabinete y caminé rápido hasta el sofá; al final acabaría quemándome los dedos con el café. Lo dejé sobre la mesa, y cuando estaba a punto de caer a plomo sobre los cojines, oí un carraspeo a mi lado.

—Joder, no te había visto. —Sonreí lo más amable que pude. Era Claudia. Con ella las cosas tampoco habían ido precisamente... bien. Llevaba sin hablarme desde que me había dejado en casa el otro día.

—Ya veo ya. —Se rió y me miró de reojo. Parecía que ya no estaba enfadada. Caí sobre los cojines por fin y me tapé los ojos con la mano. — ¿Cansada?

—Odio los turnos de noche, quiero mi cama. —Puse voz de niña pequeña y después reí. No me sentaba bien la falta de sueño.

—No será porque no estás acostumbrada a acostarte de madrugada.

Abrí mis dedos para que se me pudieran ver los ojos entre ellos y Claudia me dio con la mano en la cara, riéndose.

—Alguien ya me ha perdonado, ¿no? —Me incorporé y puse una amplia sonrisa, acercándome a Claudia.

—No hay nada que perdonar. —Me agarró con un brazo del cuello y pegó mi cabeza a su pecho. Sonreí y pasé mi mano por su espalda. — Pero si quieres para que me perdones tú... Te invito a cenar mañana.

—Ya podías invitarme a desayunar, rancia, que no he cenado casi. —Claudia se separó y levantó una ceja, riéndose.

—¿Perdona? —Me empujó, para que cayera de espaldas en el sofá. — Pues ahora por lista me invitas tú.

Sonreí. Claudia era un ángel, y yo a veces sentía que no la valoraba lo suficiente. Tiré de su brazo para que cayese sobre mí.

—No, venga, por fa... Invítame tú. —La tenía frente a mí, me miraba a los ojos nerviosa. No respondía, se había quedado en silencio. Me estaba pareciendo tan tierna, tan vulnerable, tan bonita tumbada sobre mí... Yo tenía una falta de cariño y autoestima impresionante, y ella siempre me miraba así, como si fuese de otro planeta. Casi sin pensar, cogí su cara con ambas manos y presioné mis labios contra los suyos. — Guapa. — Me separé antes de que le diese tiempo a reaccionar y ambas nos incorporamos. Me bebí el café de golpe, había sido como un chute de energía y necesitaba activarme. — Nos vemos, chiqui.

Fiebre en la mirada [Maca y Vero // Hospital Central]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora