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Los ojos cerrados y la mente abierta, para que saliese todo de golpe. Y rápido. La presión del agua me mantenía aislada de todo el ruido que pudiese haber al otro lado de la ducha. Mi vida había sido de todo menos silenciosa los últimos cinco años.

Un golpe en la mampara me sobresaltó.

— ¡Joder, Rai! — Me aclaré lo más rápido posible el pelo y cerré el grifo. — Pásame la toalla, anda. — Una toalla blanca voló por encima de mi cabeza y me tapó la cara. — Estás muy gracioso.

Salí de allí ya envuelta en el confortable algodón para cubrir mi cuerpo. Rai se lavaba los dientes mirándome a través del espejo con una ceja levantada.

—¿Me vas a seguir mirando así siempre que vaya sin ropa? —Puse los ojos en blanco y comencé a frotarme el pelo con una toalla de mano.

Se aclaró la boca pero en vez de girarse, siguió mirándome a través del espejo.

—Es difícil acostumbrarse a ti, rubia. —Sonreí y asentí. "Seguro". — Venga, corre que vamos a llegar tarde y no soy yo quien empieza hoy.

Salió del baño dejando la puerta entreabierta. Me coloqué delante del espejo notando el aire  fresco que provenía del salón acariciándome la espalda. Apoyé ambas manos sobre el lavabo y me miré fijamente a los ojos. Otra vez Madrid. Otra vez aquí, otra vez el Central. No sabía si estaba preparada para tantos recuerdos ahogándome la garganta.

Al final, por supuesto, llegamos tarde. Si ya de por sí me costaba arreglarme, el ritual se hizo todavía más lento al intentar encontrar la ropa exacta que quería ponerme entre todas las maletas que había dejado en medio del salón la noche anterior, cuando llegué agotada del tren que me traía desde Valencia. La resaca tampoco ayudaba, los reencuentros con Rai siempre traían más de una botella de vino a las espaldas.

Entré por el lado de Urgencias del Central con un vestido, un amigo, una resaca y un nudo en el pecho. Pero la primera imagen que vi nada más cruzar las puertas me calmó. Parecía todo normal, sin ningún recibimiento especial, algo que me temía conociendo a Rai. Pero había respetado la discreción que le había pedido y se lo agradecía. En la recepción eso sí, Teresita me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja, justo al lado de Claudia.

Me abalancé sobre esta última, escondiendo mi cabeza en su cuello, su olor me recordaba de alguna que otra manera a Maca, y eso todavía me reconfortaba, sin saber por qué.

—Oye, pues haríais muy buena pareja... —Rai rió mientras apoyaba los cascos de la moto sobre la mesa.

Claudia también rió y me mordió la mejilla. Sonreí.

—La verdad es que si yo quisiera y tú pudieras... —Le siguió el juego a Rai y a mí todo esto empezó a ponerme nerviosa. Me separé de mi amiga y les sonreí.

—Bueno, vamos a dejarnos de tonterías. ¿Cómo estás? —Antes de poder escuchar la contestación de Claudia, Teresita no se aguantó más las ganas de darme un abrazo que recibí con mucho gusto. — ¿cómo estáis? — Reí.

—Pues echándote mucho de menos... Hace años que el Central ya no es lo mismo. —Contestó Teresa apenada.

—Ya, claro, ¿y es por mí, no?

—Por ti, por Maca, por Est... —Teresa se dio cuenta de lo mal encaminada que iba su frase y cortó casi a tiempo. Yo carraspeé y me rasqué la frente. Rai me miraba expectante, la noche anterior le había hecho algunas confesiones que quizás debería haberme guardado.

—¿Y tú Claudia? ¡Qué ganas tenía de veros! Y qué pocas de trabajar...

—Pues eso se soluciona rápido, vente a por un café conmigo y te cuento, así no trabajas.

Fiebre en la mirada [Maca y Vero // Hospital Central]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora