Estrellas Fugaces

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No tardaron mucho en darme el alta, Claudia ya se encargó de ello y de recoger mis cosas para que me fuese a casa lo más rápido posible. Ella todavía no se podía ir, pero no le hacía gracia que tuviese a Maca cerca, aunque intentase disimularlo.

—Me voy a terminar de arreglar. No puedo salir a la calle con esta cara. —Sonreí a Claudia mientras me levantaba de la camilla.

—Estás perfecta... Venga, vete a casa ya. —Me agarró la mano y me ayudó. Me miraba seria.

—Cariño, coño, que es un minuto.

Me empezaba a agobiar, no dejaba de insistir en que me fuera cuanto antes del hospital. Sabía porqué, y la entendía, pero necesitaba un poco de aire. Ya estaba suficiente agobiada como para que me insistiesen, necesitaba que me dejasen sola, aunque tampoco quería decírselo así a Claudia.

Ella levantó las manos en señal de rendición y yo sonreí, como gesto de disculpa. Caminé en dirección al gabinete sin decir nada más, dejando a Claudia de pie, sin moverse. Mejor no saber qué estaba pensando.

Antes de maquillarme un poco, me senté en el sofá durante unos segundos, en silencio. Todavía me dolía el pecho, me había hecho daño intentando respirar... qué ironía. Si precisamente lo que me hacía daño era lo que me quitaba el aliento. Me pasé las manos por la cara y me eché el pelo hacia atrás. Más de medio año en Madrid y todavía no sabía qué estaba haciendo con mi vida. ¿Por qué había aceptado la relación con Claudia? ¿por qué me había dejado llevar? No tenía claro si eso era lo que quería... Hacía tiempo que no tenía claro nada.

Saqué de mi bolso un lápiz de ojos y un rimmel, también un espejo de mano. Cogí el espejo y lo apoyé como pude en la mesa, manteniéndolo de pie con la ayuda del bolso. Me acerqué con el lápiz de ojos a él y comencé a intentar pintarme lo mejor posible, todavía me temblaba el pulso.

Oí la puerta abrirse y cerrarse a mi espaldas, pero no le di importancia. Hasta que oí las voces. Rai y Maca. No podía ser verdad.

—¡Rubiaaaa...! —Rai apoyó su cabeza en mi hombro, besándome la mejilla.

—Tío, me vas a mover. —Me reí y me incorporé un poco más para dejarle un beso en la comisura de labio.

—¿Estás mejor? —Asentí. — Me han contado la movida y parece que dabas miedito y todo ahí temblando...

—Tú eres imbécil. —Me reí y le di con la palma de la mano en la frente. — Anda, déjame, que me tengo que arreglar para irme a casa a dormir todo lo que tú no puedes.

—Cabrona... —Rai se separó de mí y se sentó en una de las sillas de gabinete. Maca no había dicho nada, de reojo la pude ver apoyada contra el mueble. Se había servido café y le estaba dando tragos.

Terminé de echarme el rimmel y me pinté los labios de un color suave, lo más rápido que pude. Quería irme de allí ya. Guardé las cosas en el bolso en medio de un silencio un poco tenso. Rai miraba a Maca y luego miraba al suelo, jugando con sus manos. Me eché el bolso al hombro y me coloqué el pelo.

—Bueno, chicos, me voy. —Sonreí, pasando por detrás de Rai y dándole un beso en la frente.

Continué caminando en dirección a la puerta, pero los dedos de Maca rozaron mi codo, haciendo que me girase. Rai carraspeó.

—¡Vero! —Asentí, fijando mi mirada en sus ojos, esperando. Ella no sostuvo su mirada, agachó la cabeza. — Me alegro de que estés mejor.

Suspiré hondo. No tenía ganas de esto, mejor dicho; no tenía fuerzas. Asentí de nuevo.

Fiebre en la mirada [Maca y Vero // Hospital Central]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora