Estando a solas, con la luz apagada, canciones preelegidas, y muchos pensamientos a la vez, que más que racionales básicas son solo imágenes, tantas que se superponen. Los temblores rutinarios, y de imágenes paso a sentirlas, debajo de mi piel, transversal en mis piernas, en mi cuello. La misma imagen de la que me hablaste se repite una y otra vez, y hasta ya puedo escuchar tu voz; mejor dicho, tu respiración.
Vuelvo a este recuerdo inconscientemente, casi sin quererlo y totalmente culpable de hacer eso, pero por alguna razón hace que se intensifique, tu boca casi pegada a mi oreja.
Mientras más tardes e intentes, más satisfactorio es el resultado dicen, y poniéndolo a prueba estoy.
El frío se vuelve rojo, y se hace materia a lo largo de mi cuerpo, y ya no sé si no es calor lo que realmente siento, uno casi religioso, incomparable con el del hipotético caso de que mis imágenes mentales sean reales.
Y la calma se hace presente justo antes de la tormenta, ese momento donde sabes lo que va a pasar y sin embargo no, la intensidad la desconoces, el suspiro lo desconoces, el sabor en la boca lo desconoces, pero al fin y al cabo, lo sabes.
Ese inexplicable momento de electricidad atravesando tus venas de oro, a la velocidad de la luz, creando esa efusión roja, iluminando la habitación llena de culpa, melancolía y dolor, con la más sana representación de amor.
Las razones y preguntas invaden mi cabeza en el momento en que el éxtasis se exilia, y tratando de evitarlas, no puedo retener la ansiedad de tres años.
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Narraciones de una ordinaria
PoetryEscribo porqué me gusta, y me gusta porqué escribo.