Tenía 14 años cuando mi familia y yo nos trasladamos de casa.
La primera persona que conocí cuando llegamos al edificio fue mi vecina de arriba, una señora viuda con siete hijos, seis chicas y un chico.
En aquel entonces hice cierta amistad con Irene, la hija pequeña, el resto de hermanos eran mayores y con ellos el trato era el típico de vecinos que se encuentran en el ascensor y se saludan, pero poco más.
A los 20 años empecé a trabajar en una tienda de ropa como aprendiz de dependienta, fui ascendiendo de categoría hasta que, siete años después, me nombraron encargada de turno y mis jefes me trasladaron a un nuevo local que abrieron en un centro comercial.
Por casualidades de la vida, empecé a coincidir con el hijo de mi vecina en los horarios de salida del trabajo, Fran pasaba con el coche todos los mediodías por la parada donde yo cogía el autobús, y como íbamos al mismo sitio, me acercaba hasta casa.
Al principio era algo casual, si coincidíamos me recogía y si no, me iba en bus, pero pasado un tiempo se convirtió en costumbre incluso que me esperase allí si yo llegaba un poco tarde.
El trayecto era de unos veinte minutos, no era mucho, pero suficiente para que durante varios meses mantuviésemos conversaciones que hicieron que nos conociésemos un poco más.
Aparentemente no teníamos mucho que ver uno con el otro, él tenía 34 años, era unos siete años mayor que yo, y llevaba una vida bastante más tranquila que la mía.
No es que me importase la diferencia, pero estábamos en momentos distintos y eso sí que tenía que ver un poco con la edad de cada uno.
Yo era de salir de noche, irme a tomar unas copas, bailar y regresar a casa de madrugada y él ya había pasado por esa época de desmadre y prefería salir tranquilo a tomar unas cervezas por la tarde.
Pero a pesar de ciertas diferencias, descubrí que teníamos algo en común, el gusto por la música, y más en concreto por un cantante al que los dos admirábamos, Bon Jovi.
Y si hay algo que a mí me pierde, es la música.
Nuestras conversaciones se reducían casi exclusivamente a hablar de canciones, de versiones, de letras, de grupos...
Y cuando llegaba a casa me descubría a mí misma rememorando esas conversaciones y deseando que llegase el día siguiente para continuar.
Fran me atraía, pero era extraño para mí, porque no sentía mariposas en el estómago, era algo diferente y es que, me ponía muchísimo escucharle hablar.
No sé si fue que yo cambié mi actitud desde ese momento o es que empecé a ser más consciente, pero notaba que a él le pasaba lo mismo, y no me equivocaba.
Aunque todo giraba en torno a la música, nuestras conversaciones poco a poco se llenaron de dobles sentidos.
Siempre me ha hecho gracia esa expresión sobre la tensión sexual, pero era exactamente lo que había entre nosotros.
Un viernes al mediodía llegando a casa hizo algo que me extrañó, y es que, normalmente aparcaba el coche en la calle, pero esa vez me dijo que iba a dejarlo en el garaje.
Al llegar a la puerta mi intención fue bajarme, pero me pidió que me quedase, el garaje estaba en un sótano y como tenía ascensor directo al portal, me propuso subir juntos por allí.
Mientras terminaba de aparcar y cerrar el coche, yo me bajé para ir llamando al ascensor, estaba de espaldas a él y no le vi venir.
Me pilló desprevenida, me sujetó por detrás, me dio la vuelta empujándome contra la pared y me besó de una forma intensa, incluso un poco brusca, pero muy placentera.
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El Vecino
Teen FictionCualquier cosa que nos rodease desaparecía cuando compartíamos esos momentos. Sujetó mi cintura acercándome a él sin dejar de mirarme a los ojos, sonriendo. Me ponía muy nerviosa, pero él sabía perfectamente que aquel juego de lentitud y espera hací...