Las cosas iban mal, Harry podía sentirlo en cada molécula de su cuerpo. Algo tenía Olivia, ya no había días buenos. Ni siquiera podía decir que eran días de The Smiths, porque ya no iba a su casa. La madre de Harry le preguntó si todo estaba bien, y él rompió a llorar. Harry rara vez lloraba.
Olivia iba de casa al colegio y del colegio a casa, justo como los primeros días. Pero Harry no podía pasar por alto que ahora Olivia estaba más pálida, más ojerosa, aun más distante.
Ya casi no hablaba, y mucho menos se reía. Sus interacciones se limitaban a cogerse de la mano, y eso solo cuando Harry tomaba la iniciativa. Ella aun encendía y apagaba la luz dos veces para indicarle que estaba bien, y aunque era algo tonto, algo en Harry se alimentaba con esperanza. Cada vez que regresaban, ella decía que estaba cansada y quería dormir. Pero no parecía que estuviera durmiendo, no se veía para nada descansada. Harry tampoco se quedaba atrás.
¿Se habrá cansado de mí? ¿Estará molesta? Quizás lo que pasó la última vez fue peor de lo que creía. Harry no sentía que la había forzado a hacer nada, pero quizás ella no estaba tan cómoda con él como él con ella. Que idiota, lo arruinaste.
Lo último que quería Harry era molestar a Olivia, por lo que, después de varios días insistiendo en qué pasaba, decidió dejarlo estar. Si ella quería hablar, sabía que él la escucharía, pero no iba a preguntárselo más, simplemente terminaba frustrado, triste y con ganas de llorar.
Porque eso es lo que pasa cuando amas a alguien roto. Es imposible no cortarte con sus pedazos afilados.