Qué bonita es, pensó el chico de rizos color chocolate mientras observaba desde su ventana a Olivia caminar por el jardín ya podado y lleno de flores. Hace una semana que no hablaban. Olivia dejó de asistir al instituto, al fin de cuentas solo faltaban unos días para las vacaciones de invierno. Ya no encendía las luces para decirle que estaba bien.
Pese a que había decido no presionarla, Harry no pudo evitar plantarse en la puerta de su casa para exigirle una explicación. Para él, no tenía sentido alguno simplemente dejar de tratar a alguien, especialmente si se trataba de tu novio. Había llegado en mal momento, al parecer, una discusión familiar. El tío de Olivia era quien había abierto la puerta, y le pidió−cabe destacar que no de una manera muy amable−que se largara de inmediato, y como Harry no estaba dispuesto a irse sin hablar con Olivia, la cosa terminó con un golpe en la nariz del rizado y otro en el ojo izquierdo el aquel hombre.
Ningun golpe, claro, había sido tan intenso como el que recibió de parte de Olivia, cuando con lagrimas en los ojos le pidió que la dejara en paz.
Y ahora él la veía por su ventana, y era tan bonita. Llevaba puesto un simple pantalón−que le quedaba más ancho que la ultima vez que lo usó− y un sueter vinotinto. Iba descalza, se percató, y su cabello estaba por todas partes. Acarició una flor antes de sentarse junto a ella. La miró y la miró y la miró, hasta que pareció cansarse y la arrancó molesta.
Y luego rompió a llorar.
Harry se preguntó cuantas veces un corazón puede romperse antes de destruirse por completo.
Esas lágrimas, las consecuencias se estaban viendo ahora. Todo lo que sabía, y todo lo aun no comprendía, son cosas por las que tenía pesadillas cada noche.
Y son razones por las que estoy pidiendo a gritos estar contigo, Olivia.