Se veía frágil, y sumamente pequeña. Estaba usando una camisa mía, una blanca que le quedaba increíblemente grande; no abría querido que usara nada más. Su cabello lo habían trenzado en dos trenzas, iguales a las que se hizo aquel día que bailó en el parque, porque así lo había pedido. Estaba solo con ella, en esta habitación sombría; no podía ser de otra forma.
Sus párpados estaban cerrados y sus ojeras, gracias a la palidez de su tez, se acentuaban en su rostro y le daban un aspecto un tanto fúnebre. ¿Qué podía esperar? Esos labios resecos estaban cerrados y daría todo, hasta la última pieza de mi ser, por verlos moverse de nuevo.
Arrastré una silla y me senté a su lado, porque no desconfiaba de mis piernas para mantenerme en pie un segundo más.
Viéndola allí, solo podía pensar en qué bonita era.
Tomé su mano entre las mías, intentando torpemente hacerla entrar en calor. ¿Tendrá frío? ¿servirá si le coloco mi chaqueta? Ella necesita un suéter, ¿por qué no traje su suéter? Debí recogerlo, debí...
—¿Harry Styles? —una voz sonó en la habitación, pero no me volteé. No podía dejar de ver a mi chica—, ya debes salir.
—Un momento más, por favor.
—El doctor necesita...
—Por favor—mi voz se rompió al final de frase, y pronto sentí la puerta cerrarse de nuevo.
Respiré varias veces porque no quería llorar. Luego de estar aquí debía acompañar a mi madre al tribunal a plantear el caso de Olivia. Si las cosas salían bien, mis padres podrían quedar a cargo de su custodia.
—Pero primero debes recuperarte—le dije a la chica inconsciente a mi lado—, primero debes ponerte fuerte, y te llevaré a casa. Nunca estarás sola de nuevo, porque yo voy a estar contigo. Nunca vas a sentir tristeza, porque yo voy a estar allí para hacerte reír—sonreí cuando las lágrimas empezaron a brotar—. Nunca nadie más te dirá que lo arruinas todo, Olivia, te lo prometo—acaricié su mejilla con cuidado, no quería lastimarla más de lo que ya estaba—. Aun creo que lo mejoraste todo desde que apareciste en mi vida.
Y entonces lloré en su pecho, como si fuese un niño pequeño. Lloré por Olivia. Lloré por mí. Lloré por nosotros tanto tiempo como me fue permitido. Un médico entró y me dijo que ya no podía estar allí y que si algo pasaba, se aseguraría de llamarme primero. Entendí que era momento de dejar a mi chica en manos de otra persona por su propio bien.
Ya me encontraba a pasos de la salida cuando escuché la conmoción. Los signos vitales se dispararon y el doctor se cernió sobre las máquinas de oxígeno. No podía salir. No podía moverme.
Los párpados de Olivia se agitaron antes de abrirse muy delicadamente. Alguien me dijo que me fuera, pero me acerqué aun más.
Ahí estaba. Ahí estaba ese brillo en su mirada que tanto he estado idolatrando.
—Olivia—tomé su mano y tan ligera como ella, me devolvió el apretón—. Te escribí una canción.