Capítulo 2: Incógnitas.

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Temo no sabía si de verdad era buen momento para confesar sus sentimientos, no estaba seguro de si todas las señales que Aristóteles le mandaba eran reales o si simplemente él solito se había empezado a hacer ideas por qué quería creer que un futuro con Aristóteles era posible.

Para Temo, había llegado un punto en el que todas las mañanas y todas las noches, Aristóteles era el primer y el último pensamiento que tenía, no había otra cosa en la que pudiera pensar que no fuera Aristóteles, siempre él, todo el tiempo.

Sus pensamientos iban desde simples preguntas cargadas de ilusión cómo: "¿Le gustó?", "¿Piensa en mí cómo yo en él?", "¿Siente lo mismo que yo siento cada vez que nos vemos o tocamos?".
Hasta miedos más profundos cómo: "¿Qué pasa si no siente los mismo que yo?", "¿Y si se arruina nuestra amistad?", ¿Nuestras familias nos aceptarían?".

Al final, con cada pensamiento, Temo siempre llegaba a lo mismo. No sabía en qué momento sus sentimientos por Aristóteles se habían vuelto tan grandes, que lo consumían y lo hacían sentir cosas tan bonitas, nuevas y puras, pero así era. Y por más miedo o nervios que Temo pudiera sentir, había llegado el momento, en el que ya no podía seguir fingiendo, escondiéndose o mintiendo.

Era hora de ser valiente y de enfrentarse a la verdad, incluso si era dolorosa y Aristóteles no le correspondía, tenía que dejar de torturarse con las posibilidades y comenzar a enfrentar los hechos. No podía pasar su vida entera con miedo, dejando pasar el tiempo y las oportunidades. Y al fin y al cabo, ¿qué podía salir mál? Si Aristóteles le enseñó que el corazón nunca se equivoca...

Temo se armó de valor y dijo todo lo que necesitaba decir, con nervios, con el corazón acelerado, con miedo, sintiendo que el tiempo pasaba más lento, que le faltaba el oxígeno y que la ansiedad lo estaba matando, pero lo dijo.

Lo que paso a continuación, a pesar de que no se parecía en nada a ninguno de los escenarios que Temo se había imaginado, siempre sería uno de los momentos que él más atesoraría en su corazón.

Un beso. El beso más marvilloso que cualquiera podría imaginar o que cualquiera desearía, digno de una película en la que después de todo, los protagonistas se enamoran y son felices por siempre. Un beso tierno, cálido, tímido, puro, inocente, pero lleno de amor, de juventud, del descubrimiento de nuevas emociones y sensaciones. Sencillamente, el beso más espectacular que Temo había dado en toda su vida y lo había dado con la persona más especial de todas.

Poco a poco, ambos chicos comenzaron a sentir que se les terminaba el aire y debieron separarse, Temo deseaba alejarse de forma lenta, prácticamente sin ganas de hacerlo, se había alejado con una sonrisa enorme y con ganas de repetir el momento, pero Aristóteles, por otra parte, en cuánto quedo liberado del beso, no dudo en alejarse y en correr tan rápido cómo le fuera posible.

Cuando Temo abrió los ojos, Aristóteles ya había comenzado a correr, cualquiera puede imaginar la enorme sorpresa y confusión que sintió Temo después de eso, intentó gritarle para hacerlo volver e incluso corrió detrás de él, pero sus intentos fueron inútiles. Aristóteles no le hizo caso a ninguno de los gritos de Temo y era muchísimo más rápido que él, así que alcanzarlo fue imposible.

Temo sintió un poco de nervios mientras veía a Ari alejarse, esperaba que Aristóteles simplemente regresará al edificio y que no se pusiera a deambular por las calles de Oaxaca, pues lo último que Temo quería es que terminará perdido o lastimado, ya estaba demasiado oscuro cómo para que Aristóteles se fuera sólo.

Era en momentos cómo estos que Temo odiaba que Aristóteles fuera tan impulsivo, así que decidió marcarle a su papá para hacerle saber de la inesperada reacción que había tenido Aris, para que estuviera atento de si aparecía en el edificio o no.

En lo que Temo esperaba una respuesta de su papá, comenzó a caminar alrededor del parque en busca de Aristóteles, pasaron apróximadamente 30 minutos hasta que recibió el mensaje que esperaba de su papá.

"Hijo, el Aris sí llegó. Pero qué tranza Temístocles? Qué paso entre ustedes? Por qué llegó así el Aris?"

Después te explicó papancho, la verdad es que ni yo sé qué pasó, tengo que hablar con él, ya voy para la casa.

Ten cuidado, no te tardes.

Para Temo fue un alivio saber que Aristóteles ya estaba en su casa y una vez que tuvo esa tranquilidad, pudo regresar al edificio. En el camino, al estar sólo y con las calles tan vacías, Temo pudo darse un poco de tiempo para pensar en el beso que había compartido con Aristóteles, pero también tuvo tiempo para reflexionar en lo que había pasado después.

Realmente, Temo no sabía que sentir o que hacer a continuación, sentía que tenía que darle un poco de espacio a Aristóteles, para pensar y analizar mejor la situación y sus palabras, Temo conocía bien la mente cerrada y obstinada que podían tener algunos de los integrantes de la familia Córcega, por lo que no se le hacía tan difícil entender la reacción de Ari, además, si Temo lo conocía tan bien cómo creía, es probable que Aristóteles simplemente se sintiera confundido, pues podía llegar a ser una persona muy compleja y difícil de entender.

Pero al mismo tiempo su corazón no podía dejar de sentir un hueco y una enorme confusión. Por un lado, todo había salido bien, o al menos eso es lo que él creía, pues ahora podía estar seguro de que Aristóteles sentía lo mismo que él, o si no, no le habría correspondido el beso, o al menos no de esa manera, pero por el otro, no dejaba de pensar que también existía la posibilidad de que Aristóteles sólo le había correspondido el beso para no herir sus sentimientos, pues por algo había salido huyendo. ¿Y sí todo era su culpa? ¿Y sí él había hecho algo mal para asustar y ahuyentar a Aristóteles? ¿Y si todos su miedos eran ciertos y todo esto sólo había sido un enorme error? ¿En qué momento se le ocurrió besarlo? ¿Y si Aristóteles ya no lo quería volver a ver nunca y ahora su amistad quedaría arruinada?

Temo no tenía la intención de atormentarse tanto con todas esas interrogantes, pero simplemente no podía evitarlo, su mente automáticamente se imaginaba lo peor que podía suceder. Por culpa de todas las ideas negativas que comenzaron a surgir en la mente de Temo, su corazón comenzó a dolerle cada vez más y sus pensamientos comenzaron a agobiarlo, de pronto sintió unas inmesas ganas de llorar, pensando que cómo siempre, todo era su culpa y que otra vez lo había arruinado todo.

Cuando llegó al edificio, se detuvo un momento enfrente de la puerta del departamento de Aris, sabía que no era una buena idea tocar, pero no podía alejar de su mente la idea de que deseaba verlo.

El hermoso beso que hace unos momentos se había convertido en el recuerdo más feliz de la vida de Temo, ahora se encontraba opacado por los pensamientos contradictorios que no lo dejaban tranquilo.

Él no sabía a cuál de las dos opciones debía de hacerle caso, si a la opción de que Aristóteles lo quería pero estaba confundido, o a la opción de que le tenía lástima y lo había espantado.

Temo prefería pensar que la primera opción era la correcta, pero odiaba demasiado el hecho de que Aristóteles lo había dejado sólo, ahogándose con todo lo que estaba sintiendo, con más preguntas que antes y con más temores, con una reacción tan extraña e indescifrable cómo el propio Aristóteles.

Las lágrimas comenzaron a descender por las mejillas de Temo. Miró la puerta del departamento de Aristóteles por última vez, tomando la decisión de que lo mejor sería esperar a hablar con él, al día siguiente.

Se alejo de ahí y se dirigió a su departamento, dónde lo esperaba su papá, que seguramente ya se encontraba muy preocupado. Entró, y a pesar de que intento tener fe en que todo estaría bien, una vez que vio a su papá sentado en la mesa, esperándolo, no pudo evitar correr a los brazos de su padre y derrumbarse.

Pancho abrazó a Temo, sorprendido, queriendo saber lo qué había pasado, listo para escuchar y apoyar a su hijo, sintiéndose terrible por todo el dolor que Temo sentía en esos momentos, deseando encontrar la manera de hacerlo sentir mejor.

Con miedo a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora