Capítulo 5: Pelea.

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Una vez que Temo y Aristóteles entraron a un salón vacío, en el que podían platicar con mayor discreción, Aristóteles fue el que decidió iniciar la conversación, intrigado por toda la atención que estaban recibiendo por parte de sus compañeros.

-Oye Temo, cómo que eso estuvo raro ¿no?, ¿no sientes que se nos quedaban viendo mucho? -Preguntó Aristóteles con curiosidad- O sea, sí, luego hay muchas chavas que se me quedan viendo, pero pues no así de raro ¿sabes?, o bueno... ¿tú qué opinas?

Temo no respondió al instante, no estaba seguro de cómo continuar la conversación o de cuáles serían las palabras correctas para decirle a Ari lo que estaba pasando. Y Aristóteles, que podía presumir de conocer demasiado bien cada uno de los gestos y de los hábitos que tenía su amigo, pudo notar que Temo estaba un poco distraído, algo así cómo el día en el que se conocieron, ese momento en el que se vieron por primera vez, y al menos por unos segundos, Temo se había quedado con la mirada perdida, como si estuviera pensando.

Luego de ese día, Aristóteles había podido ver esa mirada en Temo muchas otras veces, de hecho, era una mirada muy frecuente en él, o al menos lo era siempre que estaban juntos. Pero está vez no era cómo las otras veces, era diferente, ya que la mirada, más bien, era una de nervios e incomodidad.

-¿Temo? Temooo... -Decía Aristóteles tratando de llamar la atención del otro chico- ¡Oye, Temo! ¿Estás bien?

Esas palabras fueron suficientes para lograr que Temo reaccionara, se disculpo con Ari por haberse quedado pensando y después continuó:

-Ay Ari, es que yo... yo no sé cómo decirte esto y no quiero que reacciones mal... quiero que sepas que sé que lo que paso ayer fue mi culpa, por qué yo fui el que te beso y...

-Temo, ya te dije que no quiero hablar de eso. -Respondió Aristóteles, interrumpiendo las palabras de Temo- Sólo hay que olvidarlo y ya. Si eso es lo que me ibas a decir, mejor vámonos a clase, ya casi es hora.

Aristóteles no le dio tiempo a Temo para responder, prefiero dejar las cosas cómo estaban, dirigiéndose hacia la puerta del salón para irse a su primera clase.

-Pero esperáte, es que déjame hablar, no es lo que tú crees. -Dijo Temo, antes de qué Aristóteles se fuera.

-¿Entonces qué es? ¿Por qué mencionas eso ahorita?

-Pues por qué... es que... yo no sé cómo paso, pero...

-Ay Temo, mejor después me dices, en 15 minutos tenemos clase.

Aristóteles abrió la puerta del salón y camino un par de pasos, pero justo cuándo estaba por irse, Temo se armó de valor y decidió hablar:

-¡Es que toda la escuela sabe que nos besamos!

Aristóteles no respondió nada por lo que, según Temo, fue una eternidad, pero definitivamente esas palabras lo habían hecho retroceder, volver a entrar al salón y cerrar la puerta detrás de él.

Claro que el primer pensamiento que surgió en la mente de Aristóteles no fue de resentimiento hacía Temo por haberlo besado, o de arrepentimiento por haber permitido que ese beso pasara, esas eran cosas que a Aristóteles ni siquiera se le ocurrían.

En su corazón, Aristóteles tenía claro que incluso cuándo le costaba o no quería aceptar todo lo que sus besos con Temo le provocaban e intentaba negarlo de mil formas. Algo tan bonito, no podía ser malo. Y a pesar de lo que los demás dijeran, él no tenía ganas de disculparse por lo que había hecho y ni siquiera deseaba que las cosas hubieran sido diferentes o algo por el estilo, pues él no creía que ese beso fuera algo malo o algo por lo que se tuviera que sentir avergonzado.

Con miedo a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora