CAPITULO 4

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AURORA

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AURORA

Después de pedir dos veces disculpas a Marcia.

Una, por no llegar los diez minutos antes por culpa.

Y segunda disculpa colateral.

De ese sujeto motorizado y empapar mi falda y por eso, perder ese tiempo en el baño de damas intentando sacar algún tipo de mancha por ser agua sucia con mi pañuelo.

Cual, agradezco en el momento de comprar la prenda, haber elegido este azul oscuro y no, de tono claro que también me gustaba.

Y Marcia aceptándolas.

Debo admitir que esta mujer, aunque parece desconfiada, tiene una mente y cerebro maestro en todo lo que se refiere a los movimientos de la metalúrgica.

Porque me enseña, ayuda y es increíble explicando y aclarándome las dudas hasta que me familiarice.

Y por eso, las primeras horas de las mañana me pasan volando.

Pero los siguientes minutos.

Nop.

Minutos que transcurren después que el ascensor del piso 30 se abre y bajo, no solo de una Marcia posicionándose mejor tras la recepción y un ligero tumulto de mis nuevos compañeros de trabajo, cual algunos merodeaban por el piso.

Otros, atendiendo un cliente en espera de los jefes o sobre sus box.

Como media docena de estos, en una habitación y puerta continua a la de reunión y frente nuestro.

Que por acomodarse mejor en sus respectivos lugares, el leve murmullo de momentos antes, se intensifica por el deslizamiento rápido de sus sillas al tomar asiento, interrumpiendo mi charla con Marcia explicándome el uso del intercomunicador y hasta el de unos empleados de una firma de catering sirviendo un elegante como suculento servicio de desayuno en la sala de reuniones.

¿Por qué, preguntan?

Simple.

Por lo que sale, tras las puertas al abrirse del bendito ascensor.

Y digo bendito, porque esa caja de acero que hace que suba y baje la gente de un piso a otro, merece un monolito.

Y uno bien grande en su honor para ser adorado por nosotras las mortales, como un templo de veneración.

Por llevar y traer.

Y regalarnos a la vista y a nuestro placer, cuando y como si fuera en cámara lenta.

Dichas puertas se entreabren y como si tuviera luz de un aura propia interior.

Algo así, como para que lo imaginen.

Salen de él.

Aparecen.

Los jefes.

En realidad, dos de ellos.

Los hermanos Jo.De.Te®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora