Misma alma, diferente atavío

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Es fácil, más de lo que cualquiera se podría imaginar. Simple y básico, como cambiarse de ropa. Es hermoso, igual que el anochecer con cada destello del sol desvaneciéndose lentamente. Elegante, como cualquier vestido de seda negro.

Es un truco que puede usar a su favor.

Hay un hombre al que quiere atrapar, hay amor en su pecho queriendo explotar y un miedo en su alma al saber que le pueden rechazar y despreciar.

Hay una firme decisión en su engaño.

Se mira en un espejo un tanto aterrado, sus ojos esmeralda tiemblan y brillan con lágrimas que no quiere dejar escapar; él sabe que si fracasa, no va a haber vuelta atrás.

Nada volverá a ser igual.

Toma el vestido de seda verde que descansa en su cama y se mira en el espejo una última vez antes de ponérselo. Su espejo oval refleja a una hermosa joven de piel de porcelana, delgada, de cintura pequeña y caderas amplias; de busto redondo y firme, no tan grande como el de otras mujeres en el reino pero si lo suficiente como para atraer miradas; de piernas firmes y largas. La juventud se refleja en su rostro fino que está bien contorneado por su cabello negro y ondulado que llega hasta su espalda baja. Usa un sujetador y una pantaleta, un conjunto negro y de encaje con diseño de rosas entrelazándose. Luce diferente, luce muy diferente a su cuerpo masculino.

Se pone el vestido lentamente, no quiere arrugarlo o arruinarlo y está alargando el tiempo para ver si se arrepiente, pero cada instante se vuelve más decisivo que el anterior.

Es un acto que ya no puede detener.

El faldón de su vestido es largo pero no se arrastra y le permite ver sus pies, se ondea con cada paso que da, como olas en un lago tranquilo. Hay un par de zapatillas sobre el cofre que está al borde de su cama, son doradas, de tacón delgado como una aguja pero no tan alto, con delgadas cadenas que se atan al tobillo y una pequeña incrustación de diamante al final.

Siempre ha tenido un gusto exquisito y fino.

Sale de su habitación decidido a darlo todo esa noche. Las consecuencias las lleva grabadas en la piel y el corazón lo lleva en las manos.








-Thor.

Su voz es dulce y melodiosa, más de lo que es en realidad.

-¿Quién me habla?

El joven frente a ella voltea al escuchar su nombre y se encuentra con una doncella que jamás había visto en el reino. Ella luce hermosa y delicada como una rosa blanca, pura y casta como un haz de luna sobre un río en media noche que solo él tiene el privilegio de contemplar.

Él es a quien ama, es mayor tan sólo por unos años pero la diferencia entre ellos es notable y abismal. Ya se ve como un guerrero, de piel ligeramente bronceada por el sol, un tono perfecto; de cabellos dorados como los campos de maizales mejor cultivados en el reino; con músculos tonificados y firmes y tan alto como cualquier otro guerrero, pero él no es un guerrero. Es un príncipe. Un heredero. Un futuro Rey.

Es un sol.

No supo cuándo pero cayó como cualquier otro ser ante sus pies, fue cautivado por su resplandor como una polilla indefensa en busca de luz.

Quedó atrapado y se entregó por completo a ese encanto.

- ¿Quién eres tú?

Pregunta Thor y no es capaz de despegar la mirada del escote pronunciado del vestido que usa la joven frente a él, hay un fino collar adornando su cuello y perdiéndose entre su busto, un brazalete dorado en forma de serpiente adornando su brazo derecho y unas cadenas doradas con gemas, que hacen juego con sus ojos, engalanando su cabello como estrellas en el cielo.

Todo y NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora