La brisa que removía su pelo largo y rubio cesó al cerrar la puerta detrás de sí. Emocionado, Aníbal se posicionó detrás de las gradas del gimnasio. En ese mismo momento el equipo de baloncesto jugaba. Eran varios muchachos, Pero él solo tenía ojos para Abel, su amor de amores, rey de sus pensamientos, catalizador de sus deseos, el hombre que lograba que perdiera el sueño al evocarlo en su memoria plagada de Abel, con imágenes desde la primera vez que le vio hasta este mismísimo segundo en donde el chico jugaba habilidoso. Sus pies ni siquiera rechinaban en el suelo, pues se movía con ligereza y seguridad por el campo. Aníbal observaba enamorado como su piel dorada refulgía como el sol y el cómo su sudor corría por su bonito cuerpo, así como llamaradas solares que se apegaban a su ser gracias a la gravedad. Él quería ser la gravedad, para que sí o sí Abel tuviera que pegarse a su cuerpo que lo esperaba con ansias fervientes y desesperadas de abrazarle.
Abel marcó el punto definitivo, que hizo que su grupo ganara el partido de entrenamiento. Sus compañeros se acercaron felices por la victoria mientras el otro grupo refunfuñaba por la derrota. Lo elevaron sobre sus cabezas, teniendo su cuerpo como único soporte los brazos de su equipo a la vez que revolvían su pelo rizado, mientras él reía por el sentimiento de ganador y las cosquillas que le provocaban las manos de sus amigos en el torso. Aníbal sacó su cámara, listo para fotografiarlo, como ya había hecho miles de veces antes. Enfocaba su rostro sonriente y sacaba todas las fotos posibles. A él no le importaba llenar cada memoria con las fotos de Abel, podía comprar las que fueran necesarias, pero jamás borraría una toma de su preciado amor, su tesoro, su sol.
Eliza se acercó a su novio contenta, uniéndose a la celebración del equipo. Aníbal maldijo a la maldita perra, cómo le decía él, que se metía en sus intentos de fotos cuando besaba efusivamente a Abel, mientras él reía y la tomaba en sus brazos, cuando al mismo tiempo sus compañeros hacían sonidos de burla, riéndose de los enamorados. Ya no sería una buena postal gracias a la mal parida.
De a poco los chicos se fueron dirigiendo a los camarines, dejando a Eliza sola con Aníbal, aunque ella no lo sabía. El chico resistió sus ganas insaciables por rodear su delicado cuello con sus fibrosas manos y ahorcarla hasta que viera como la vida se iba lentamente por sus ojos celestes. Para no tentarse a hacer algo, se fue de ahí tan rápido como llegó.
Aníbal caminó por el campus sintiendo como miradas reprobatorias se posaban en él, pues cualquiera le diría Stalker o acosador, pero no era más que su imaginación. Mientras se dirigía a su salón a esperar que el receso del almuerzo terminara (él no había comido, pero poco le importaba) sus ojos se iluminaron al notar que su precioso Abel -recién cambiado, fresco como una lechuga- estaba hablando con su amigo, Joaquín. Como buen espía se escondió detrás de una muralla, cerca de donde mantenían la conversación.
-Ya no sé qué hacer, tengo que conseguir otro compañero, o sí no me van a echar del departamento- Joaquín vivía junto con otro chico, ambos ponían de su parte para llegar al monto que el arrendatario pedía, pero ahora se había quedado sin compañero porque este había abandonado la carrera y se marchó al extranjero; estaba desesperado porque ya no tenía cómo pagar.
-Te puedo ayudar a buscar otra persona- Abel dijo amable, acariciando la espalda de su amigo para reconfortarlo. Cómo Aníbal esperaba, Abel se ofreció a ayudar, tan afable como siempre.
-¿En serio? Gracias bro- respondió feliz, al igual que ilusionado. Se abrazaron y chocaron las palmas, haciendo un saludo que Aníbal ya se sabía de memoria.
Siguieron hablando, mas Aníbal no prestó atención, estaba muy feliz, pues ahora tenía una manera de conocer a Abel.
Al salir de clases Aníbal buscó disimuladamente con la mirada a Joaquín. Estaba decidido. Dándole gracias al universo lo encontró despidiéndose de su grupo más cercano de amigos. Caminó rápidamente hasta que estuvo a sus espaldas. Chocó su dorso haciendo que cayera directo al suelo. Cuando Joaquín volteo enfadado, Aníbal fingió la mejor cara de horror y culpabilidad que podía hacer.
-¡Oh! Demonios, amigo, lo siento mucho- le decía mientras se encorvaba para ayudar al joven que había caído de bruces en el suelo -Enserio disculpa, iba pensando en mis problemas y me desconecté de la realidad-
-Está bien, no hay cuidado, en cierta forma te entiendo, yo también solo tengo cabeza para un problema- a diferencia de lo que se espera, Joaquín no le hizo mucho escándalo, lo que ayudaba más a su propósito.
- ¿A dónde te diriges? Tal vez te puedo acompañar y hablar sobre ese problema- decidió lanzarse, sabiendo que Joaquín no se negaría.
-Al metro, todos mis amigos toman los buses de la otra calle -
-Qué casualidad, yo también tomo el metro, ¿Te parece si vamos juntos?- no quería parecer insistente, pero el imbécil no le respondía su pregunta.
-Está bien- le dijo algo inseguro.
Comenzaron a caminar, sin perder el tiempo Aníbal siguió su plan.
-¿Y que era ese problema que te tiene tan preocupado?- él ya sabía, pero tenía que fingir.
-Ah- suspiró apenado -Tengo que conseguir un compañero que comparta conmigo el departamento y ya estoy cerca De qué me cobren la renta. Estoy desesperado-
-¡Debes estar bromeando!- a este punto ya estaban en la estación- Yo estoy buscando un lugar donde quedarme- era mentira, él tenía su propio departamento que sus papás le habían dado, pero poco le importaba mentir.
Joaquín se quedó en silencio, analizado los pros y contras de meter a un tipo extraño a su casa. Después de convencerse a sí mismo -guiado por la urgencia del momento- de que Aníbal no se veía desequilibrado o algo por el estilo, se lo propuso.
-Sé que es apresurado, pero ¿Quieres que ahora seamos compañeros?- sabía que podía ser mala idea, pero también era malo terminar en la calle sin ningún peso encima, sin un techo que le diera cobijo.
-¡Claro!- perfecto. Había salido todo como lo planeaba. Cualquiera diría que habían mil y una formas más fáciles -y baratas- de acercarse a Abel, pero para él y su retorcida mente, que se enredaba sin control en las situaciones que se conectaban de una u otra forma a su preciado amor, no le quedaba otra opción que acercarse a él de una forma que se viera disimulada mediante un intermediario, en este caso, Joaquín.
En el vagón se pusieron de acuerdo con todos los detalles. Quedaron en que Aníbal fuera al siguiente día, ya con todas sus pertenencias. Joaquín estaba extrañando de que ni siquiera había querido ver el departamento, pero su desesperación calmó todas sus dudas.
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Siempre Mío
Mystery / ThrillerAníbal lo amaba con locura, lo quería para él, le costaba soportar cada segundo sin su presencia. Abel, dueño de sus anhelos, de sus deseos más profundos. Sería para él, quisiera o no.