Dos

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   El día que tanto había esperado por fin había llegado. Días antes Joaquín le había preguntado si no le molestaba que vinieran unos amigos y que se los podía presentar. Aníbal le dijo que no tenía ningún problema, en realidad sí, todos esos bastardos eran unos imbéciles que se reían con chistes de tetas, amaban salir en grupo y causar disturbios a la vez que se empachaban con cerveza. Pero todo eso no le importó cuando supo que vendría Abel, su ángel que no era parecido a esos payasos, lo sabía.

   Ya en el presente, Aníbal estaba ayudando a Joaquín a colocar algunos aperitivos en una mesita que estaba al centro de unos sillones marrones roñosos. Su primera impresión fue que el departamento era un asco, pero lo disimuló estupendamente. Cuando volvía de clases a veces se dedicaba a arreglar un poco el desastre.

-¿Crees que son muy pocas cervezas?- le preguntó Joaquín mirando las doce latas que se encontraban en el refrigerador.

-Depende de cuánto toman tus amigos-

-Mmm... mejor voy a comprar más- con rapidez tomó las llaves y bajo trotando a la calle, por suerte la botillería estaba cerca.

   Aníbal se sintió feliz al quedarse solo, aunque fuera por unos minutos. Con ojos de artista observó que la luz que se colaba por la ventana se veía preciosa (sabiendo que se vería mejor con Abel bañándose en el fulgor) así que, buscando el ángulo preciso, sacó una bonita foto que serviría para un proyecto de la universidad.

   Interrumpiendo su tranquilidad unos golpes se escucharon en la puerta. Se sintió emocionado, había una posibilidad de que fuera Abel. Saltando el sillón, avanzó con paso rápido y abrió la puerta ilusionado.

   Su corazón empezó a latir como loco, sus manos sudaban y una sonrisa boba se formó en su rostro con barba.

-Tú debes ser el compañero del Juaco ¿Cierto?- le preguntó uno de esos imbéciles, este tenía sobrepeso y el pelo negro al estilo militar. A su lado se encontraba Abel, apoyando relajado su esbelto cuerpo en el marco de la puerta con las manos reposando sin preocupaciones en el bolsillo de su polerón.

   El joven le sonrió con simpatía y Aníbal estuvo a punto de desmayarse. "actúa normal" se repitió mentalmente como un mantra.

-Sí, soy yo. Pasen, Joaquín fue a comprar más cervezas- Aníbal no podía quitar los ojos de Abel, aunque trataba de evitarlo, no podía ignorar el cómo le sonreía con la blancura de la luna, cómo pestañaba con la misma gracilidad de una mariposa al aletear.

-Un gusto, soy Abel y él es David, la chancha para los amigos- no podía creer que un ser tan etéreo como Abel le estuviera estrechando la mano mientras le sonreía amable. Espabilando se corrió de la puerta para que el par entrara en la estancia. Observó maravillado la figura atractiva de Abel bajo la luz de la ventana, justo cómo lo había imaginado.

-Que bueno que fue a comprar más cervezas...- comentó David mientras abría el refrigerador y analizaba lo que para él eran poquísimas provisiones alcohólicas -¿y tú cómo te llamas?- la chancha estaba seguro de que Joaquín había mencionado el nombre de su compañero en alguna conversación, pero ya no se acordaba.

-Aníbal-

-sí que eres un tonto, yo lo recordaba perfectamente- Abel le dijo divertido a su amigo. Aníbal se sintió como en el cielo, ¡Le importaba! ¡Recordaba su nombre! O al menos eso era lo que su retorcida mente veía.

-Hola chicos- como caído del cielo llegó Joaquín con una bolsa ente sus manos -te traje un vino- se dirigió a Aníbal.

- Gracias- apreció su consideración.

-¿Así que te gusta más el vino?- ¡Abel le estaba hablando! Decidió comportarse normal, aunque en realidad sus deseos para con Abel eran otros.

-Sí, es de los pocos licores que tolero- le comentó mientras se sentaba junto a él en el sillón roñoso. La calidez que irradiaba Abel le cosquilleaba en la piel y tuvo que tener una gran fuerza de voluntad para resistir a la tentación de atraerlo a su cuerpo y no dejarlo escapar jamás.

-Me pasa algo parecido, pero con la cerveza- Aníbal estaba tan hipnotizado con la voz relajante y profunda de Abel que le costaba reaccionar; era similar al mar, solo que creía fervientemente que todo lo que venía de Abel era mejor.

   Tratando de sacar tema de conversación, viendo que Aníbal no era muy platicador decidió seguir siendo el que guiaba la charla.

-¿Y cómo conociste a Joaquín?- "¿y qué importa él cuando te tengo al frente, tan real y palpable?", pensó Aníbal, aunque se guardó sus pensamientos para sí mismo.

-Lo boté al suelo- ¿Le estaría espantando? ¿Estaría siendo muy cortante? ¡No podía darse el lujo de tratarlo mal! paró de procesar cuando escuchó la risa de dioses de Abel, ligera y melodiosa, que removió su mundo de principio a fin, como un apocalípsis que él añoraba.

-Cuando el Juaco nos habló de ti me dieron ganas de conocerte, ahora no me arrepiento- la sonrisa de Abel, junto al brillo de sus ojos canela dejo boquiabierto a Aníbal, que no podía creer que su más grande amor le digiera tal cosa.

-Bueno...me alagas. Yo también quería conocerte- soltó de una. Ambos se sonrieron con simpatía, aunque los ojos de Aníbal cargaban con algo mucho más profundo que eso

   En poco tiempo llegaron otros dos tipos que Aníbal conoció de cara, ya había visto que se juntaban con Abel. uno se llamaba Ezequiel, era uno de esos que son tan normales que te confunden. El otro era un chico era más bajo que los demás y se llamaba Samuel. Empezó a compararlos con los Backstreet Boys, eran cinco y hombres ¿Qué más se podía pedir?

   Escuchaba cómo hablaban y le bajó el sueño. El único que resaltaba ahí era Abel, que parecía un ángel entre chimpancés. Con pereza se peinaba el largo pelo con los dedos, mirando hacia la ventana, mientras de reojo veía a Abel; si no fuera porque él no estaba en la reunión ya estaría en su cama, viendo fijamente al techo y pensando en conspiraciones sobre aliens e illuminatis.

   Abel estaba sentado en uno de esos sillones largos y marrones entre Joaquín y Aníbal. todos sus amigos veían un juego de fútbol que no le importaba, en donde el equipo predilecto iba perdiendo 2-0. Él vio de reojo como Aníbal se derretía de aburrimiento, mientras peinaba su pelo.

-Me gusta tu cabello- le susurró, comenzando a hacerle una trenza- cuando era adolescente tuve una etapa emo, así tenía de largo el pelo, eso sí, la mitad en la cara- rio al recordar su antiguo aspecto.

   A Aníbal casi se le sale el corazón por la garganta, al igual que sus mejillas se coloraron de un rosado chillón que Abel pasó de largo. Siguieron su conversación de la manera más convencional que Aníbal podía, hablando de sus pasados junto con anécdotas graciosas. Abel lo hacía reír un montón. lo único raro ahí era como el chico pensaba sobre Abel, sabía que con ese tipo de comentario Abel ya le pertenecía en cuerpo y alma.  

Siempre MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora