Ocho

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   Estaba exhausta, se encontraba a punto de rendirse en su escritorio y tomarse una siesta. Había tenido que ir más temprano de lo normal a la comisaría, pues un compañero había descubierto que Aníbal compró un auto días después de la muerte de Joaquín, así que todo el equipo tuvo que revisar las cámaras de vigilancia que estaban en las carreteras y buscar el modelo del carro y tratar de encontrar el paradero del sospechoso.

   Cuando se estaba acomodando sobre sus brazos unas pisadas aceleradas se acercaban a ella, por lo que abrió un ojo curiosa.

-¡Teniente Garza! Venga rápido, llamaron, tenemos que ir- un chico recién ingresado llamó acelerado.

-¿Por qué? ¿Qué pasó?- preguntó confundida, espantando el sueño de una vez.

-Le explico en el camino- comentó mientras ya se marchaba a la patrulla. Jessica lo siguió.

   Cuando ya estaban en marcha Jessica se removía incómoda, esperando la información, pero al ver que no venía decidió preguntar.

-¿Y bien? ¿Qué fue lo que sucedió?-

-Oh si, cierto, lo había olvidado- masculló el chiquillo -se supone que se estaba haciendo la limpieza mensual al lago del parque central; el señor que limpiaba encontró varias bolsas estancadas en el fondo y mientras se quejaba de lo sucia que era la gente...-

-Al punto, Alonso- le interrumpió Jessica, sin ánimos de dramatismo.

-Sí, bueno. Lo que pasó es que el hombre encontró a alguien descuartizado adentro de las bolsas y desesperado nos llamó, no a nosotros dos, me refiero a la policía, pero nosotros somos policías...- paró al ver la cara de aburrimiento que tenía la teniente.

   Ella esperaba que todavía el cuerpo fuera reconocible -lo dudaba, había estado un buen tiempo bajo el agua- pero eso sería de gran ayuda, independiente de que caso se tratara; así se ahorraba trabajo forense.

   Cuando llegaron ya había otra patrulla estacionada y cintas amarillas demarcaban la escena del crimen. Un hombre de no más de cincuenta años estaba esperando tembloroso después de lo que vio a que le interrogaran y algunos periodistas actualizados estaban sedientos por información.

-Buenos días- la teniente saludo al hombre con un decaído apretón de manos. El trabajador también respondió el saludo, con la voz titubeante y la vista perdida -Bien, según lo que me informaron usted fue el que encontró el cuerpo ¿No?- el hombre asintió -¿Me podría contar más detalles?-

-Estaba limpiando como todos los meses, busqué la basura más contundente que la maquinaria no puede extraer y me encontré con esta serie de bolsas. Al principio pensé que eran desechos comunes de gente muy sucia, pero cuando llegué a la superficie sentí el olor pútrido que emanaban, curioso del hedor abrí una de las bolsas y me encontré con una mano negra de descomposición, tanto que algunos huesos se podían ver. Después de recuperarme del shock llamé inmediatamente a la policía- la mujer escuchó con atención, sintiendo empatía por el hombre y por el muerto.

   Se acercó a las bolsas, y comprobó con sus propios ojos la información antes dicha. Se alejó después de enterarse por sí misma que el cuerpo era masculino, descartando de una vez todos los casos de mujeres que tenía archivados en la cabeza. Tuvo que hacer todo el procedimiento de siempre, para después ver cómo se llevaban el cuerpo rebanado para que se les hicieran pruebas; iban a llamar a la familia de Joaquín y varias más para que llevaran pruebas de dónde se pudiera sacar ADN. Por suerte el hueso todavía estaba intacto.

   Ahora sí que estaba a punto de desplomarse. Se subió a su auto con movimientos garbosos y se tomó unos segundos para apoyar la cabeza contra el manubrio. Suspiró exhausta y cuando los parpados ya no le picaban ni dolían tanto, por fin insertó las llaves en la chapa y encendió el motor. Ya cerca del sector donde residía pudo notar en el cielo, en su mayoría oscuro, solo en el horizonte intervenía un celeste fallecido, frondosas estelas de humo perversamente negras que avanzaban a la misma rapidez del viento que soplaba frenético. Supuso que era un incendio y no pudo, ni quiso, evitar Pensar en los sujetos afectados por las llamas y sentirse apenada por ellos, por lo mismo no hallaba la hora de volver a su casa y comprobar el bienestar de su retoña. Lo que no se esperaba era que al llegar a su cuadra ya pudiera divisar gran ajetreo y gente que se asomaba curiosa. Sintió su estómago encogerse de miedo y las náuseas escalando por su garganta cuando vio tan nítidos a los carros de bomberos aparcados fuera de su residencia y más aún cuando notó que el gran camino de humo que se expandía por la ciudad venía del mismo lugar en que vivía. Se estacionó sin cuidado mientras recordaba con odio hacia sí misma la conversación que mantuvo con su hija hace no más de una hora, en donde decía que si tenía hambre calentara la cena en la cocinilla, ya que el microondas se había averiado y ella, estúpidamente, había preferido que su hija no muriera de hambre en vez de que la esperara hasta su tardía llegada.

Siempre MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora