Once

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   Por fin a Virginia le habían dado de alta, y aunque no se la podría llevar con ella a casa, estaba completamente dichosa que su niña siguiera dando la pelea, especialmente cuando estuvo tan cerca de perderla.

   La fue a buscar al hospital, hizo un bolso con ropa limpia y cuando llegó junto a la niña la vistió con mucho cuidado, temiendo poder hacerle daño, pues, aunque ya se fuera al domicilio de su abuela aún estaba débil y vendada.

   Celestina entró en la habitación con el semblante serio, pero cuando vio a la niña los ojos le brillaron, a diferencia de cuando dirigió la vista a Jessica, pues todo en ella se ensombreció, destilando hastío.

-Hola mi niña ¿Cómo te encuentras hoy?- habló la anciana acercándose a Virginia, tomando delicadamente su mano.

-... Triste- murmuró sin levantar la mirada.

-¿Qué pasa? - preguntó Jessica preocupada.

-Yo me quiero ir contigo- dijo la niña Miranda a su mamá.

-Créeme que a mí también me encantaría eso, prometo que voy a ir a buscarte lo más pronto posible- se tomaron de las manos. La chiquilla tenía los ojos bordeados en lágrimas y un mohín entristecido.

   La abuela y la madre terminaron de arreglar todo para la partida de la niña, que todavía no se acostumbraba a su nueva piel carcomida por cicatrices; cuando pensaba en cómo la molestarían sus compañeros y que cada vez que saliera a la calle con ropa un poco más reveladora todas las miradas se dirigirían a ella sin pudor, al reflexionar eso un escalofrío le recorría la espalda y quería llorar ¿Ahora quién la iba a querer sí era horrible?

   Jessica se despidió con la mano cuando el taxi que cargaba a Celestina y Virginia se alejó por la transitada calle que se ubicaba al frente del hospital, que a esas horas no tenía tanto tráfico como otras veces. Con un suspiro pesado y resignado volvió a su auto que estaba estacionado en una callejuela cercana, rodeada de casas de épocas pasadas con la pintura exterior cayéndose a gajos, mas a pesar de eso eran pintorescas y vivaces, diferente al mar de edificios que se veían a pocos pasos de ahí. Garza puso en marcha su Chevrolet Corsa con un poco de esfuerzo, teniendo que darle contacto dos veces antes de que partiera. Se dirigió a una "cita" con una señora de al menos cincuenta años que ofrecía un departamento por una renta mensual que era medianamente amistosa con su bolsillo, siendo este el más barato que había encontrado.

   Ese día lo pidió libre, así que no había mucho drama en ese sentido. Sin mucha prisa manejó por las calles pavimentadas, parando en cada semáforo rojo, y viendo con melancolía algunas esquinas que guardaban una historia de su juventud; se preguntaba si las calles pudieran ver, ¿cuántos relatos podrían contar? ¿Cuántas barbaridades, amores, desafíos, muertes y venganzas habrían observado en silencio? Vaya que le gustaría hablar con las paredes.

   Llegó antes de la hora acordada y la mujer la recibió con una sonrisa que no se veía honesta.

   Hablaron por un rato, haciéndose preguntas por cortesía, que en realidad no contestaban nada. De a poco fueron entrando en el tema que las convocaba: el alquiler.

   Jessica contó su situación con sincero pésame y logró ablandar el corazón de la cincuentona, que le ofreció una rebaja considerable en la tarifa mensual. Sin poder evitarlo la teniente se abalanzó en un abrazo de agradecimiento que segundos después de realizado la abochornó. Acordaron hacer el papeleo en ese mismo momento, para que Jessica pudiera mudarse cuanto antes y tener a su hija bajo su ala maternal otra vez.

   Ya a las dos de la tarde estaba moviendo las pocas pertenencias que le quedaban desde la casa de su hermana al departamento, que era pequeño, pero bien cuidado, con las cosas justas y necesarias. Si se decoraba bien podía llegar a ser bastante acogedor.

Siempre MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora