Nueve

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   Despertó adolorido y confundido. Su cabeza daba vueltas demenciales y apenas sentía sus extremidades, que mientras más iba tomando conciencia, más sabía que estaba atado a la inmunda cama de pies y manos. Quería gritar y a la vez desaparecer. La garganta le escocía de tal manera que apostaba de que estaba al rojo vivo.

   Cuando sus párpados dejaron de ser igual de pesados que el plomo, pudo abrirlos y sentirse cegado por la fuerte luz de la ampolleta, que lo confundió más de lo que ya estaba.

-Hasta que despertaste- la característica voz de Aníbal penetró sus oídos. Solo ahí se dio cuenta que seguía atrapado, pues antes estaba demasiado atontado.

-Lamentablemente- murmuró con la voz más débil y destrozada que alguna vez salió por sus labios. Veía todo borroso, pero aun así pudo percibir que Aníbal planeaba algo, ya que se oían tintineos metálicos y sus pasos pesados recorrer toda la habitación en un compás siniestro.

   Tembló aterrado cuando sintió las manos de Aníbal acariciar sus piernas descubiertas, que estaban terriblemente apretadas con las cuerdas, acalambradas y moradas.

-¿Qué planeas hacer?- preguntó con el miedo atascado en la garganta. En realidad, dudaba de querer saber lo que Aníbal tenía en mente, porque ya se esperaba cualquier cosa de él, todo menos algo bueno.

-Te voy a cortar las piernas, claro- le dijo como si fuera lo más obvio del mundo, con una sonrisita de lado y un tono entre dulce y burlón.

   Abel abrió los ojos al tope, enfocando su vista horrorizado, despertando por completo de una vez por todas. El sudor frío perló su frente y su respiración se volvió irregular y acelerada gracias a esa revelación tan abrupta.

-¿¡Qué!? ¡Puto imbécil de mierda!- le soltó furioso- ahora sí que me vas a matar ¡Felicitaciones!- en vez de tener miedo, se mostraba desafiante, mirándolo con asco.

-¿A qué te refieres?- Aníbal estaba relajado, sin inmutarse por los insultos que ya se esperaba.

-Bueno, que yo sepa no tienes mucha experiencia amputando extremidades, ¿O es que acaso buscaste en internet "¿Cómo cortarle las piernas al sujeto que tengo secuestrado sin que se desangre por la vena femoral?"- le hablaba como si tuviera un retraso mental.

-Entonces tú dime cómo hacerlo, señor enfermero- le dijo risueño. Abel rio a carcajadas crueles.

-¿En serio tienes tan pocas neuronas como para pensar que yo te voy a ayudar a que me cortes las piernas? Eres patético- le dijo con odio, escupiendo las palabras.

   Aníbal rio con ganas, toda la situación le resultaba hilarante.

-Lo siento, es que me emocionaba amputar, ya sabes, la sangre y todo eso. Pero tienes razón, voy a tener que recurrir al plan '"B"- Abel se desanimó, pensaba que Aníbal desistiría de su idea, pero por supuesto, lo había subestimado.

   Con pánico sintió los besos repartidos en sus atléticas pantorrillas, ya marchitas y violáceas, que iban dejando un hilillo de saliva hasta subir a sus muslos.

-Después de todo va a ser para mejor, extrañaría mucho cualquier parte de ti. Tus piernas son tan lindas, suaves como la seda- le comentó enderezándose y recogiendo algo del suelo -Te amo- agregó mirándolo a los ojos.

   Abel temblaba de miedo, su aparente valentía se había esfumado, pues sabía con certeza que con lo débil que estaba nunca sería un digno oponente a la fuerza descomunal de Aníbal; escalofríos recorrían su espalda mientras trataba de hilar sus pensamientos y encontrar una forma de defenderse de cualquier disparate que planeara su captor.

Siempre MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora