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Después de tan solo dos semanas, Jimin ya no quería oír hablar ni de un simple vaso de cristal. Jamás pensó que un trabajo en verano podría llegar a ser tan duro y con el paso del tiempo incluso se llegó a preguntar si le valía la pena. Tampoco es que necesitara el dinero y con las horas que llevaba haciendo esos días le daría de sobra para pegarse algunos días de fiesta con sus amigos. O incluso para quedarse disfrutando en aquella playa, pero como cliente y no sirviendo cócteles.

A penas le quedaban un par de horas para terminar el turno. Llevaba una bandeja con tres refrescos y varios cócteles. En la otra mano llevaba otra con aperitivos y el atrayente olor de estos no paraba de colarse por sus fosas nasales hasta provocar un rugido en su estómago. No se lo pensó dos veces cuando a la que volvió a la barra vio la bolsa llena de cacahuetes frente a él. Agarró un puñado y se escondió por ahí mientras observaba el panorama. Tenía más que merecido ese mini e ilegal descanso.

Hacía un sol abrumador y los asientos más resguardados de este no duraban ni medio segundo libres. La gente se arrimaba a la sombra como si de vida fuera, y en cierto modo tenían razón, pues desde que había entrado a trabajar en su primer día, ya habían sido tres las personas con insolaciones. Casi que pasaba más la ambulancia por aquel tranquilo y popular local que por los garitos que frecuentaba en fiestas con sus compañeros.

Todo el mundo lucía igual, con gafas de sol y camisa abierta. Entre las mujeres abundaban vestidos y camisetas de tirante, más coloridas. De niños apenas podía hablar porque los pocos que había estaban alejados y él no tenía el menor interés de tomar el pedido o la cuenta a aquellas mesas, estaba acostumbrado a evitar familias y después de dos semanas las cosas no iban a cambiar.

Siguió comiendo los cacahuetes, embobado en sus pensamientos, viéndolo todo, pero sin mirar a nadie, hasta que lo reconoció.

Junto a una pequeña mesa redonda, sobre una silla desplegable en tonos anaranjados, distinguió una persona muy conocida y a la vez irreconocible. Era su profesor de literatura, pero con un aspecto muy diferente al que mostraba en clases. Al igual que muchos en el local, los botones superiores de su camisa blanca estaban desabrochados y la tenía remangada hasta los codos. Estaba leyendo un libro con el ceño fruncido, probablemente completamente ensimismado en su lectura. Jimin se quedó observándole, fijándose en pequeños detalles que no le habían interesado lo más mínimo de cualquier otro cliente.

Se fijó en como su expresión se tensaba y destensaba a medida que iba leyendo. Como reía e inmediatamente cuando se percataba de ello intentaba disimularlo o miraba al su alrededor para comprobar que nadie se hubiera fijado. No podía ver sus ojos debido a que llevaba unas gafas de sol negras que se los cubrían por completo, pero por algún motivo ese detalle le resultó incluso más atractivo.

Su profesor era más atractivo de lo que parecía en clase. Jamás lo hubiera dicho.

- ¡Ya estás otra vez holgazaneando! —una palmada en su trasero lo sacó de su ensoñación y puso alerta. La chica causante del susto dejó una bandeja en la barra y se hizo rápidamente con otra, comprobando el pedido de la pequeña hoja al instante. Jimin aprovechó que no le miraba para terminarse los pocos cacahuetes que quedaban en su mano. — Ay que ver... solo dos semanas y ya te escaqueas...

- E-estaba...

- Estabas llevando este pedido a la mesa siete —le interrumpió la rubia. Al contrario que él, ella no era teñida. En general si le comparaban con su encargada, podrían denominarse la noche y el día. La chica era demasiado trabajadora para el gusto de Jimin, y por desgracia él estaba bajo sus órdenes. Rodó los ojos, pero inmediatamente agarró la bandeja y adoptó una imagen más formal. — A la siete, ¡no te equivoques!

- No, no...

Como era de esperar no se equivocó. Fue directo a cumplir su cometido, más en vez de volver igual de directo a la barra para encargarse del siguiente, se desvió hacia una mesa solitaria más alejada. Esbozó su mejor sonrisa y cogió la bebida ya terminada de aquel cliente.

- ¿Quiere que se la rellene, señor? —fingía inocencia mientras esperaba ansioso por ver la cara de su profesor al verle ahí frente a él. Quizás ni le reconocía, más de cualquier manera quería hacerse notar.

El mayor disimuló perfectamente el pequeño sobresalto que le dio el camarero y sin quitarse las gafas alzó la vista, cerrando el libro que tenía entre sus manos, pero no sin antes colocar el dedo índice entre las páginas por las que se había quedado. Jimin nunca se había fijado en sus manos hasta ese momento, y no pudo pensar otra cosa más que eran las manos más atractivas que había visto nunca.

- Sí, tráigame otra, si me hace el favor.

- Claro, señor.

Eso fue todo. El hombre bajó la vista de nuevo y siguió con su lectura, dejando al rubio pasmado sin saber cómo reaccionar, decepcionado porque no le hubiera reconocido. Incluso parecía ignorar su presencia una vez agarró el libro. Ese maldito libro. Literalmente que a Jimin se le pasaron por la cabeza cincuenta bebidas diferentes que podría derramar sobre esas hojas que al parecer eran suficiente para opacarle.

Resignado volvió a la barra y se dispuso a rellenar él mismo el cóctel de su profesor. Le sorprendió que no llevara alcohol. En general los adultos, por no decir absolutamente todos, pedían alcohol. Eran vacaciones de verano, nadie se planteaba un mínimo de control. Nadie hasta ahora.

- Su cóctel —se lo dejó en la mesa y esperó de pie un par de segundos, esperando que en este segundo asalto el adulto notara su presencia, pero parecía inútil. Se lo agradeció sin siquiera mirarle y agarró la copa, dándole más atención a esta que a él. Suspiró y colocó la bandeja bajo el brazo con intención de marcharse.

- Eh, espera — no hizo falta que se lo repitiera una segunda vez. Como si su voz fuera lo único que pudiera escuchar entre tanto barullo, se giró y retrocedió rápidamente hacia la mesa, sonriendo emocionado. — Yo a ti te conozco... —Jimin asintió varias veces, sonriendo como el niño que era. — ¿Eres alumno mío? —Volvió a asentir.

- Asisto a su clase de Literatura, señor Min. —Hizo una pequeña reverencia y se revolvió el pelo con nerviosismo. Ahora que le había notado, no sabía cómo actuar. Después de todo era su profesor, veraneando tranquilamente, y seguro que no tenía ningún interés en que un alumno le molestara en su tiempo libre. — Soy Park Jimin de tercer curso.

- Park...

- Seguramente no me recuerde entre tantos alumnos —rio e hizo ligeros aspavientos con la mano. — No se preocupe, señor. Me alegra haberle visto.

- Lo mismo digo, Park.

- Llámeme Jimin —pidió el rubio. Yoongi bajó sus gafas y el menor pudo casi asegurar que una pequeñísima sonrisa apareció en su rostro, detalle que le hizo sentir orgulloso. En el colegio las personas que hacían sonreír al profesor Min podían contarse con los dedos de una mano, y Jimin nunca había estado entre ellas, al menos hasta ahora.

Volvió a colocarse sus gafas y prosiguió con su lectura, escondiendo aquel sorprendente mente pálido rostro entre las páginas de aquel libro. Jimin suspiró, decepcionado por no poder hablar más con él, pero como el adulto que era, o en el que se estaba convirtiendo, antepuso sus obligaciones y volvió directo a la barra dispuesto a terminar su jornada sin más interrupciones.

Al menos las ganas de dimitir ese mismo día habían desaparecido. 

Corrígeme si me equivoco  ▬ [Yoonmin]Where stories live. Discover now