Criptonita 2da Temporada |Liam Payne| =editando=

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Capítulo 4:

Tal y como se lo pedí, Lucie me llamó a penas llego a su casa y no me fui a dormir hasta escuchar su voz. Sé que soy algo sobreprotector, pero uno nunca sabe si el taxista es un violador serial o algo parecido. En fin, el tío Zayn se quedó un rato, cenó con nosotros, Cindy me llamó para desearme un feliz cumpleaños. No pudo venir, pero ella, al ser mi mejor amiga, asiste a cada cumpleaños. También se lleva bien con mamá. Mucha gente no cree en la amistad entre un hombre y una mujer, pues yo sí creo, obviamente, establecidas ciertas condiciones. Si ninguno le “tiene ganas” al otro y si se llevan bien, la amistad es asegurada. Algo que no pasaría nunca con Lucie. Digamos que le tengo unas ganas terribles, pero trato de sedarlas un poco.

Hoy, como todos los sábados, pude levantarme un poco mas tarde. A las ocho. Yo siempre me despierto a las seis y no puedo despertarme mucho mas tarde que eso, no soy de dormir mucho. Con seis horas de sueño estoy perfecto. 

Tomé un café y unas tostadas, dejé a mi mamá durmiendo e hice un poco de tarea y estudié. Jamás me costó, gracias a dios. Ya tengo 17, un día después de mi cumpleaños y se siente raro. Terminé de hacer absolutamente todo a las once. Almorcé temprano, mi mamá me preparó una sopa, y luego me dirigí al restaurante donde trabajé hasta la tarde y luego tuve que ir casi corriendo a la cafetería.

- Buenos días grandecito – dijo Cindy al verme llegar.

- Deja de burlarte por ser un mes mas grande que yo – dije “ofendido”.

- Intentaré - dijo mientras me ponía mi delantal - ¿por qué no atiendes a los dos tortolitos? – preguntó señalando una mesa y casi me atraganto de ver a Lucie y Stan.

- Se buena y linda y ve a atenderlos tu – dije ocultándome.

- ¿Los conoces?

- Si, por favor, ve tu – dije. La verdad es que los celos me carcomían pero no podía dejar que Lucie y Stan me vieran. Lucie no lo sabía y lo único que me faltaba es que Stan me molestara también en mi trabajo sabiendo que aquí, debo hacer lo que el cliente quiere.

Estuve escondido hasta que la preciosa rubia y el otro idiota se fueran. La morena volvió exhausta.

- Ese tipo era un indeciso – habló Cindy.

- Es un idiota, créeme – dije saliendo de mi “escondite”.

- Me debes una y muy grande, mi querido Payne.

- Gracias, gracias, gracias, eres la mejor – dije abrazándola.

- Y también una explicación.

- Lo sé, lo prometo, te lo explico luego – dije.

- Ve a atender a aquel hombre – dijo y señalo con la cabeza a un hombre de unos cuarenta o treinta y pico de años.

Me acerqué al hombre que parecía rudo y fuerte. Su cabello era marrón. No tenía vista de su cara, porque se encontraba leyendo el periódico, con la cabeza gacha.

- Disculpe – dije y el hombre subió rápidamente la cabeza. Sus ojos eran cafés, su nariz era redondeada y labios ligeramente rosados. Pero había algo que me llamaba aún más la atención. Una marca de nacimiento en su cuello, parecida a la mía.

El hombre me miraba extrañado, arrugando el espacio entre ambas cejas, entrecerrando levemente sus ojos. Era raro, nos parecíamos bastante.

- ¿Qué va a ordenar, señor? – pregunté, rompiendo el silencio.

Él se paró lentamente, mirándome a los ojos.

- ¿Nathan? – preguntó y yo me congelé - ¿eres tú? 

Lo miré atónito unos segundos.

- Oh, claro – dije aliviado – leyó mi cartel – señalé un pequeño cartel que colgaba de mi pecho que contenía mi nombre, “Nathan”.

- ¿No me reconoces? – preguntó.

Se me vinieron mil cosas a la mente. Millones de pensamientos. Si es quien creo que es, más le vale desaparecer de mi vida.

El hombre sacó su billetera y me enseñó tres fotos. Una de mi madre, claramente era ella, pero más joven. Una de un bebé que, hay que decirlo, era igual a mí y otra de mi mamá y este hombre juntos, mi mamá con un vientre enorme.

- ¿Ahora si sabes quién soy? – preguntó y estaba decidido a hacerle frente.

- Sé quién eres – respondí – y te diré esto solo una vez; aléjate de mi vida, de mi madre y de todos los que me rodean, ¿oíste? 

Él no contestó y por un rato nos miramos uno al otro.

- ¿Va a ordenar algo o no? – pregunté desafiante y en tono serio.

- Café cortado – dijo luego de unos segundos, también serio.

- ¿Azúcar o edulcorante? – pregunté desafiante.

- Edulcorante – dijo y me di vuelta para irme pero me topé con alguien.

La miré directamente a los ojos.

- ¿Nath? – preguntó - ¿qué haces aquí?

- ¿Tú qué haces aquí? – pregunté inquieto. Lucie desvió la mirada y volvió a mí. 

- ¿Estoy viendo doble? – preguntó y giré noventa grados la cabeza. Se refería al tarado que estaba detrás de mí. 

- Ven, hablamos afuera – dije y la empujé levemente por la espalda. Obviamente, sin ser bruto.

La llevé hasta fuera de la cafetería.

- No sabía que trabajabas aquí.

- Esa era la idea – susurré.

- ¿Por qué no puedes serme sincero y decirme las cosas? – preguntó con tristeza.

- ¿Cuándo nos hemos sentado a hablar de nosotros, Lucie? – pregunté.

Ella me miró con esos ojitos tan lindos.

- Bien, hoy lo haremos, ¿pasas por mi a las ocho? – sonrió satisfecha.

Sin poder decirle algo mas, se dio vuelta y caminó hacia su casa, me quiero imaginar.

¿Y ahora de donde saco un auto? Maldición.

Hice el café para mi estúpido cliente y lo dejé en su mesa sin siquiera mirarlo. Intentó dirigirme la palabra pero lo ignoré, ya no tengo ganas de hablar con nadie, simplemente no puede ser que mi padre haya aparecido.