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|Lovely, Billie Eilish and Kalihd|
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Descanse el resto del día y cuando al fin el sueño llegó, fui a la antigua habitación de mi madre, a echarme en la cama. Dormí plácidamente toda la noche.

Al día siguiente, me levanté con la luz del sol en mi cara, de lleno.

Con toda la pesadez del mundo, salí de la cómoda cama y cerré las ventanas de golpe, sea donde sea que esté durmiendo, quiero seguir así.

- ¿Keira? - la voz de mi abuela me saca de mis intentos de volver a dormir, abro los ojos lentamente y la veo en el marco de la puerta, esperando paciente a que me levante.

- Ya voy, ya voy - Dije a la vez que me sacaba las mantas del cuerpo, había dormido con un pijama que me dió mi abuela, así que no tenía otra cosa que ponerme que lo que tenía ya... Puesto - ¿Y mi ropa?

Me señaló, por lo que bajé la mirada, y me encontré con un tipo de vestido suelto y blanco, como los que usaban los griegos.

- ¿Y esto? - Le pregunté, en ningún momento me había puesto eso.

- Ventajas de ser la reina - Dijo haciendo una mueca, restándole importacia. A mí me pareció súper importante, ya que nisiquiera había visto cuando hacía algo para que el vestido acabara en mi cuerpo.

Se dio media vuelta y comenzó a caminar por el pasillo, torpemente la seguí por detrás.

Caminaba por los blancos y pulcros pasillos como si los conocerá de toda la vida, algo que no dudé, pues ella era la reina, y había habitaciones para su hija, y... No sé, lo presenti.

Habían tantas puertas que pensé que aunque me pasara toda la vida aquí, nunca aprendería a dónde lleva cada una. Todas eran iguales, marco y manijas doradas, y el resto blanco. Era algo monótono, pero muy elegante.

Vi un cuadro con un rostro conocido, demasiado conocido mejor dicho.

- ¿Quién es él? - Mi abuela paró su caminata y miró a dónde apuntaba, un cuadro mediano con el rostro de un hombre, aparentaba unos cincuenta años y pico, con el cabello marrón chocolate, casi negro, los ojos azules me miraban fijamente, como si intentaran descubrir un misterio con la mirada, tenía la mirada endurecida, daba miedo. Su nariz era recta y delgada, perfecta, su tez blanca casi pálida, esa barba descuidada y con unas ligeras canas, todo me parecia muy conocido.

- Es Gustavo Lauv - Dijo, mirándome con un brillo en los ojos - El hombre que estaba cuando te despertaste, padre de Coel.

Me quedé estupefacta, ¿¡Padre de Coel!? ¡¿Porqué nadie me dijo nada!? ¡¿Eso quiere decir que Coel también es heredero!?

- No, querida, Coel solo hereda el puesto en el consejo, más importante por cierto.

- Oh - Es lo único que puedo decir.

Seguimos caminando sin decir palabra, en un silencio armonioso, como todo en este castillo, o palacio. Hasta que llegamos a una gran puerta que destaca sobre las otras por dos cosas: Uno, está invertida, es decir, tiene el marco y las manijas blancas, y el resto es dorado. Y dos, es más grande que las demás.

Se escuchan las voces algo fuerte desde afuera, como si estuvieran discutiendo. Mi abuela me mira cómplice con una sonrisa, y en cuanto antes las puertas de manera algo brusca, toda se callan automáticamente.

Peligrosa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora