04.

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—¿D-Disculpa?

—Lo que escuchaste. —le dio otra calada al cigarrillo dejando salir tal humo por sus fosas nasales. —Golpéame lo más fuerte que puedas.

Alexander estaba más que impresionado. ¿Por qué le pediría eso? ¿Tan roto estaba el contrario para que quisiera que le golpeasen? Mientras tanto, John seguía fumando su cigarrillo en mano, tan neutral estaba que incluso llegaba a dar miedo.

El inmigrante decidió que cuando el contrario terminara su cigarro le golearía en la cara. Pero descartó esa idea al instante, ¿por qué lo haría? A Hamilton le gustaba ser pacífico la mayoría del tiempo, aunque llegase a armar un alboroto pero eso era ya por otras cosas. En cambio, a Laurens le gustaba el caos, no importaba si era por la mínima situación, Laurens era como un vendaval, te absorbía en su caos y no te dejaba escapar.

Era como un cataclismo.

El cigarrillo fue desapareciendo entre los dedos así como el tiempo de pensar para el castaño.

—No te golpeare. —dijo decidido. —N-No tengo un motivo para hacerlo.

—¿Quieres un motivo? —sonó amenazante mientras soltaba el último humo por sus fosas nasales y pisoteaba la colilla del cigarrillo. Alexander lo miraba detenidamente. Era adicto a sus ideas y locuras. —No quiero morirme sin ninguna cicatriz. Cicatrices que no me haya hecho yo mismo.

Y dicho esto, el ojiverde se paró frente al caribeño donde se podía notar una mínima diferencia de alturas. Andaba sonriente. Mostraba sus dientes que ya estaban tornándose de un ligero amarillo. Esa sonrisa podía ser la más agradable, pero tras ella escondía un dolor enorme. Aquellas cicatrices autoinfligidas, esos intentos de suicidio, demasiado odio pero muy poco perdón. John no merecía ser tan bello, pero tampoco merecía ser tan destructivo.

Y de un momento a otro, el puño del caribeño ya se encontraba en el rostro del pecoso haciéndole voltear. ¿Cómo había sucedido eso de repente? Ni él lo sabía. Eso era malo, ¿por qué lo había hecho? Se arrepintió al instante y se alarmó cuando escuchó una pequeña risa venir del contrario. ¿Lo disfrutó?

—Otra vez. —dijo el de rulos, como si fuese un juego.

—Ni de broma. —dijo seguro el caribeño. —Yo no...

—¡Hazlo de nuevo! —parecía más una orden que una súplica. —¡Quiero sentir algo!

Esa escena era desgarradora y traumática. Un simple chico suplicando por sentir algo y, peor aún, que ese algo fuese dolor. Simplemente era como ver una brisa convertirse en una tormenta.

—¡Sólo hazlo!

Y como había sido anteriormente, el rostro del chico se giró al recibir un puñetazo en la cara nuevamente sacándole sangre por la nariz.

Pero él suplicaba por sentir más, ¿no?

Alexander le golpeó nuevamente haciendo que ahora el pecoso cayera sobre sus rodillas cubriéndose con las palmas de sus manos. Ligeros sollozos comenzaron a asomarse por sus comisuras haciendo que Alexander le viera con miedo y se acercase a él para quitarle sus palmas con cuidado y descubrir su rostro.

Al parecer la llovizna había comenzado en tal tormenta.

Alexander veía doloroso ese rostro empapado de lágrimas, ni siquiera sabía porqué lo había hecho en primer lugar. Presión, tal vez. El rostro de John era simplemente precioso, incluso con tales moretones llegando a sonar como un psicópata. Ese rostro lleno de historias, de dolor y de sufrimiento.

John acercó su rostro al de Alexander al igual que unía sus labios contra los de él.

Sin duda, el caribeño andaba sorprendido por tal repentina acción. ¿Le estaba besando? Decidió olvidarse de tales preguntas que invadían su mente para seguirle el movimiento con tales labios que encajaban a la perfección con los suyos, como si fuesen hechos para él.

Sintió tantas emociones dentro de él en ese momento. Tantas explosiones de color pasando por su pecho. Tantos tipos de sentimientos tanto negativos como positivos. El sabor metálico le incomodó, sabía que era por la sangre de su labio, más sin embargo no dijo nada.

No pronunció palabra alguna.

Lo único que hacía era pensar en John. En lo misterioso que era. En lo bien que besaba. En esos chupetones. En sus delgadas manos enredándose en los mechones del caribeño. En sus ojos esmeralda. En su desordenada persona. En su actitud neutral. En cómo alguien le pudo haber destruido.

En cómo a nadie le importaba.

Excepto a Alexander.

La cercanía se esfumó por la falta de aire presente dejando al inmigrante sentir el frío mientras abría sus ojos encontrándose con la mirada del contrario que aún poseía los ojos cerrados.

Él no merecía tanto sufrimiento.

—¿Te curas las heridas? —preguntó preocupado por el tremendo moretón que se andaba formando.

—No.

—Deberías de. —le comenzó a inspeccionar la zona dañada. —Se te van a infectar, John.

—A nadie le importa.

—A mí me importa.

El pecoso se levantó soltando un suspiro. ¿Qué? ¿Se iba a ir acaso? ¿Le iba a abandonar? Pero lo único que hizo fue alzarse de hombros por la respuesta del castaño.

Era verdad, a nadie le importaba, ni siquiera a él.

—Mi padre nunca está. —curveó levemente sus labios. —Y mi mamá solamente me ve el fin de semana.

—Esa no es excusa. —dijo tratando de ayudarle. —Te las puedo curar yo si quieres... —sonó más a una súplica.

Estaba dispuesto a hacer todo lo que fuese para ver a John feliz. Lo invitaría a su casa. Le acompañaría en las noches a dormir. Le besaría si quería. Le curaría todas sus heridas. Todo por John.

El ojiverde alzó su ceja al igual que su sonrisa haciendo después que se convirtiese en una carcajada. Esta, venía acompañada de la mirada confundida del castaño.

—¿Te estás riendo de mí? —el contrario seguía riendo. —¿Qué se te hace tan gracioso?

—Tus esperanzas. —contestó neutral como siempre.

El pecoso ocultó sus ojos tras cerrar sus párpados quedando en un estado relajado, calmado, incluso atractivo para algunos.

Siempre después de la tormenta todo se calma.

Laurens abrió sus iris nuevamente que miraban fijamente al contrario, tal como la primera vez, solamente con más moretones.

—Puedes curar mis heridas pero no puedes curarme a mí.

El castaño estaba nuevamente confundido, ¿Qué acaso no lo estaría curando cuando aliviaran sus heridas?

—Yo no estoy enfermo, Alexander. —acarició la mejilla de este sin apartar su mirada. —Yo soy la enfermedad.

Como que voy muy rápido jaja. Aún así me gustó esto, no sé porqué.

The Other Side Of Paradise (Lams)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora