Todo apuntaba con que John estaba en lo cierto, y es que Alexander solamente sufría una atracción física hacia el pecoso. Pero quien no la tendría, el problema era que el caribeño quería conocerle del todo, absolutamente todo lo que aquel ojiverde podía dar.
Probablemente ninguno de los dos estaba preparado para el amor, ambos eran tan inestables que recaerían en depresión cuando uno de ellos se marchara o simplemente cuando ya no les correspondiera.
Era arriesgado.
Quizá nunca debieron conocerse, pero si lo hicieron era porque ambos estaban destinados a hacerlo, quién sabe. Sus miradas se encontraron, sus labios se curvearon, y en el momento en el que el caribeño vio al del sur supo que caería rendido ante él.
La imagen del caribeño chocar contra el espejo hacia aparecer un reflejo algo duro de reconocer. Un chico con pelos marrones llegado a los hombros mientras que tenía una barba levemente creciente alrededor de esos labios rosados y secos, esperando por atención a ser tocados.
Así que lo único que hizo fue comenzar a afeitarse en un día cualquiera a las 10 de la noche.
Ya habían pasado días, incluso semanas, desde que Alexander había ido al grupo de apoyo. Desde que el pecoso había contestado sus dudas no había vuelto a verlo, ni siquiera lo buscaba.
Volvía a sufrir de complicaciones de sueños, ¿por qué? Las horas pasaban como segundos, los minutos como suspiros, el cerebro de Hamilton había estado enfermo nuevamente, tenía insomnio de nuevo.
Había perdido las esperanzas otra vez.
Y parecía que todo eso era un ciclo para el caribeño, sentirse bien hasta que algo llega y lo destruye. Todo eso marcaba un final, más no sabes cuando llegará aquel final.
—Hey, te traje un café. —dijo una voz femenina conocida para él, una visita inesperada a decir verdad que ni siquiera se tomó la molestia de mirar a su amiga. —¿Ni siquiera me vas a saludar? —preguntó indignada.
Nadie contestó. Ese silencio se tornó algo incómodo, y ese silencio duró unos segundos que para ambos jóvenes era una tortura.
La peli-negra sabía que algo le pasaba a su amigo, lo podía notar en su mirada y tras esas ojeras que se cargaba.
—Hercules me dijo que no has ido de nuevo a los grupos de apoyo, pensé que no habías ido por las mismas razones que yo pero por como te veo creo que no es así... —comenzó a hablar su amiga. —¿Qué pasó contigo, Alex?
—Nada. —respondió frío, cortante y de manera rápida.
Eliza tan sólo bufó, como había dicho anteriormente, ella conocía muy bien a su amigo, así que sabía que no lo debía de presionar y que él le diría lo que le pasaba cuando él sintiera el momento necesario de hacerlo.
—Maria me llamó el otro día. —comenzó un nuevo tema de conversación después de que por treinta minutos ninguno de los dos amigos se hablaran. —Sólo quería saber si estaba bien y que había de nuevo. —sonó desesperada, algo no muy normal en la de ojos oscuros. —Creo que me he hecho muchas ilusiones a lo tonto. —suspiró con ese toque de desánimo.
—Yo no creo eso. —le respondió su amigo haciendo sorprender a la chica. —Ayer me mandó un mensaje preguntándome si tenías alguna pareja o ligue, incluso me preguntó que si yo era tu novio. —comenzó a explicar. —Yo solamente le dije que ella era lo más cercano que tú tenías a una relación. Se escuchó muy contenta después. —confesó el caribeño.
De pronto se pudo contemplar cómo es que los nervios desaparecían del cuerpo de la contraria y se pudo observar cómo sus labios se fueron curveando en una sonrisa que incluso hacía que su rostro se iluminara. Ella era feliz.
Y a veces Alexander quisiera ser como su amiga, quería ser una persona normal. Una persona que carece de enfermedades, que pueda ir a fiestas a tomar alcohol, que pueda estar en una relación, que solamente necesite tomar medicamentos solamente si le dolía la cabeza o el estómago.
Pero no.
Alexander era todo menos eso, menos normal. Dejaba crecer su cabello hasta sus hombros, era abiertamente bisexual, se dejaba utilizar por los demás, le costaba formar nuevas amistades, debía de seguir consumiendo sus antidepresivos.
—John estuvo hace unos días en mi casa, ya sabes, el chico del club. —ahora tomó la palabra esta vez. —Le curé algunas heridas que tenía y decidí aprovechar el momento para preguntarle el porqué me había besado. Dijo que no necesitaba explicaciones ya que no éramos ni seríamos nada.
No se necesitaba de palabras para saber qué alguien estaba al borde de la tristeza máxima, de la soledad, de la cuestión constante de preguntas negativas hacia su persona. Cuando el dolor se siente es lo único que se puede hacer, sentir.
Eliza se levantó de su lugar y se dirigió hacia el contrario para abrazarle dejando aquel rostro sostenido entre el hueco del cuello de la contraria, así pudiendo observar sus marcadas clavículas.
La mente y pecho de Alexander se desmoronaba a cada segundo, minuto, hora... así como la muerte poco a poco llegaba hacia él, haciéndole temer más que otra cosa en el mundo.
—¿Sabes que me decía mi padre cuando era pequeña? —le preguntó haciendo que el otro negara de inmediato. —Que llorar es bueno, tanto como reír.
—No quiero morir solo, Eliza...
—No morirás solo. —le tomó de su rostro para que le viera a los ojos. —Todos nacemos y morimos acompañados.
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¡Muchas gracias! Somos el número cuatro en la categoría de Lams y en verdad me hacen muy feliz, gracias✨
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The Other Side Of Paradise (Lams)
FanfictionAlexander era la luz. John era ese foco fundido. WARNING: Suicidio, depresión, ansiedad, enfermedades mentales, adicciones, escenas sexuales, muerte.