El insomnio se hizo presente nuevamente.
Alexander estaba más que exhausto, pero el insomnio le hacía abrir sus ojos chocolate cada hora haciéndole imposible descansar y todo eso es gracias a alguien.
¿Quién era John Laurens? ¿Por qué tenía moretones? ¿Por qué no apreciaba la vida? ¿Por qué nadie le ayudó a hacerlo? ¿Qué quiso decir con que unos se pudrían antes de tiempo? ¿Qué acaso él lucha contra una depresión que ya le había asesinado hace tiempo?
Los ojos de John eran como faros apagados. Como luciérnagas que andan por ahí en su recta final de vida. John expresaba una versión oscura de la existencia con sus ojos, mientras que Alexander era quien iluminaba aquellas luces fundidas con su sonrisa tratando de que los demás aprecien la vida.
Pero aquellas luces, no tenían remedio, estaban cerrados con una llave que solamente John la tiene en lo profundo de su mente. ¿Cómo rayos Alexander entraría a tales luces sin siquiera conocer a John?
Así que a la siguiente semana en la noche, Alexander volvió a ir con sus amigos hacia el grupo de apoyo decidido a conocer a John, estaba dispuesto a todo para sacarle de tal depresión.
Entraron al sitio y los amigos se sentaron juntos esta vez, puesto que los lugares siempre cambiaban en cada sesión.
Ahora la mujer de coleta estaba frente a Alexander, que por una etiqueta en su playera podías deducir que le decían "Peggy". El hombre rubio ahora estaba a lado de Eliza, su etiqueta con el nombre de "George F." Y por último, el chico pequeño andaba a uno de los costados con el nombre "James" puesto.
Todos estaban excepto John, ¿es en serio? ¿No se presentaría a la sesión?
Todos saludaron cordialmente a Samuel y, justamente en ese momento, la puerta se abrió de repente dejando ver ese cuerpo delgado tras el marco de la puerta.
—Hola. —dijo sin más acercándose a la circunferencia. —Disculpa, ¿te podrías hacer a un lado? —le preguntó a Hercules, persona que estaba a lado de Alexander. —Gracias. —dijo cuando hizo la acción.
Alexander definitivamente estaba nervioso. ¿Cambió su lugar para estar a lado de él? Pero sobre todo, ¿por qué lo había hecho?
El castaño pudo reconocer el olor a nicotina procedente del contrario de inmediato. Pero también olía a hierbabuena, ¿pero qué...? Olvídenlo, era solamente la goma de mascar que el pecoso tenía entre sus dientes.
John cruzó sus piernas dejando ver unos pantalones rasgados por las rodillas como los del día de ayer, así pudiéndose notar sus rodillas ahora con moretones. ¿Qué acaso se habría peleado? Se preguntó el caribeño a sus adentros.
El castaño volteó a ver al pecoso que le veía fijamente con esos ojos esmeraldas. El semblante del de rulos cambió de repente cuando este le vio, haciendo que curveara nuevamente sus labios en una pequeña sonrisa sin dientes.
Alexander también le hubiera sonreído si no se hubiera dado cuenta que tenía marcas en su cuello, probablemente chupetones de alguna escena de pasión entre el delgado y algún desconocido para el inmigrante. Algo en su pecho se hizo presente y no era una sensación del todo agradable a decir verdad.
Definitivamente aquel chico le atraía a Alexander. Era un misterio para él y para todo quién le viese. Sentía la necesidad de conocerle, de perseguirle, de dominarle...
—Hoy quiero hacer algo que sinceramente me agrada mucho. —comentó Samuel, que había visto a los dos chicos verse mutuamente haciéndole sonreír. —Se pondrán en parejas y se enseñarán sus cicatrices. Cada uno tendrá que contarle al otro la historia de cada cicatriz, ¿vale? —vio a todos los cuales sonrieron y asintieron. —Bueno, escojan a su pareja.
El pecoso inmediatamente se volteó hacia el caribeño. Y el inmigrante solamente le vio de vuelta, no desperdiciaría su oportunidad de hablar con el chico.
—¿Quién empieza? —preguntó el chico delgado.
Puesto a que había silencio de parte del inmigrante, Laurens se quitó la sudadera que tenía para levantarse de la silla y dejar tal prenda negra en el lugar antes mencionado. Alexander se paró igualmente y dejó su chamarra en la silla como el contrario. John alzó su antebrazo y comenzó a señalar las cicatrices plateadas que tenía marcadas.
—Estas no son importantes a decir verdad. —explicó el de coleta baja.
John puso su antebrazo de vuelta haciendo que Alexander abriera los ojos sorprendido. La cantidad de las cicatrices era extensa, imposibles de contar todas en ese instante. Todas marcadas perfectamente. Todas con una historia por contar.
—La mayoría son de mis intentos de suicidio. —seguía señalando cada una de las cicatrices hasta que posó su vista en las de Alexander haciéndole temblar. —¿Te molesta? No quería hacerte sentir incómodo.
—No, no, no. —negó rápidamente haciendo que Laurens lograra su objetivo.
—¿Entonces qué te sorprende?
—Que tú mismo te estés enterrando y que absolutamente nadie trate de quitarte la tierra.
Laurens se mantenía neutral por lo que había dicho, hasta que luego soltó una carcajada dejando confundido al caribeño. ¿De qué se reía? Aunque no podía negar la bella sonrisa que este mostraba.
Era realmente hermoso.
—Tu turno, Alex.
Alexander lo pensó primero, nunca le había mostrado sus cicatrices a absolutamente nadie, ¿por qué lo haría ahora?
Finalmente suspiró para luego mostrar su antebrazo dejando a la vista pocas de ellas.
John miró las pequeñas cicatrices hasta que de inmediato posó su vista en algunos brazaletes que Alexander poseía en su lado derecho. El pecoso mostró su dentadura antes de que alzara, sin permiso alguno, los brazaletes del castaño dejando a la vista millones de cicatrices plateadas, mismas que fueron delineadas con delicadeza como si fuesen obras de arte de Dalí.
—¿Quién logró que el gran Alexander se derrumbara? —dijo casi con un tono de broma.
Alexander definitivamente se sentía incómodo, así que por ello quitó su brazo de repente del tacto del contrario que, cuando hizo eso, puso su rostro neutral nuevamente donde el protagonista pudo notar otra herida en el rostro de este.
—Tu labio está... —el pecoso pasó su lengua por el rastro de sangre que pasaba por su labio, disgustando el sabor plateado de la sangre. —¿Por qué siempre tienes heridas? —preguntó siendo directo.
—Porque solamente parecen importar cuando se ven.
Definitivamente ese chico era misterioso. Todas sus respuestas eran seguras, no las pensaba, no las tartamudeaba, no se arrepentía. Su punto de vista era intocable. Veía la vida como algo negativo. Odiaba a la humanidad en sí, pero sobre todo a su persona.
Alexander se sentía jodido por dentro. Deprimido era la palabra. Le pasaba desde que conoció a John, algo tenía ese chico que le hacía sentir... ¿empatía? No, no tan extremo. Quizá era su ansiedad nuevamente quien le hacía actuar de esa forma.
Quizá John Laurens era la representación viva de las enfermedades mentales.
—Quiero fumar. —mencionó de repente el ojiverde haciéndole fruncir el ceño al contrario. Estaba confundido. —Me has oído, ¿vienes?
Sin siquiera esperar una respuesta sus delgadas piernas se fueron moviendo en torno a la salida dejando a todos confundidos por su acción. Alexander suspiró, tomó su chamarra y la sudadera del contrario para igualmente salir del lugar, no sin antes murmurar un inaudible "lo siento" para los que estaban presentes.
Laurens al sentir la compañía del caribeño sonrió. Le agradaba. Le hacía calmarse. Sentía paz a lado de él. Sus intenciones no eran dañar a alguien, ni siquiera a sí mismo.
Pero eso cambiaría.
Así que le dio una calada a su cigarrillo que expulsaba nicotina y se volteó con una mirada pícara hacia el contrario.
—Golpéame en la cara. Golpéame lo más fuerte que puedas.
•
Siento que hago más descripción que nada.
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The Other Side Of Paradise (Lams)
FanfictionAlexander era la luz. John era ese foco fundido. WARNING: Suicidio, depresión, ansiedad, enfermedades mentales, adicciones, escenas sexuales, muerte.