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Cuando la sesión terminó, el de rulos posó un cigarro en sus labios que no fue encendido hasta que había salido de tal edificio dejando ver calles frías que próximamente te darían un aire cálido gracias a todos los que salían de aquel edificio grande, igualmente por la sesión ya terminada.

La pareja de amigos ya también había bajado, y la chica le dio un toque al contrario para que le hiciese caso solamente para recordarle que Hercules iría por ellos, además le preguntaba si la acompañaría o no.

A Alexander le daba igual el que pasaría, pues su padre carecía de importancia de él, no era nada parecido a su madre; aún así, a ambos no les importaba mucho si su hijo llegaba a casa o no, pues siempre salía.

—No, me quedo. —respondió cuando vio un auto con gente conocida para él ser aparcado frente a ellos. —Adiós. —se despidió de su amiga.

La pelinegra comenzó a caminar hacia el vehículo, provocando que su cabello se moviera por el viento.

Alexander posó su vista en el pecoso, y pudo notar como es que los ojos esmeralda de aquel se fijaban en la anatomía de su amiga, en sus piernas más bien. ¿Estaría interesado? No, apartó la vista y volvió a prestarle atención a su cigarro.

—Ha pasado un tiempo, Alex. —dijo el contrario riendo entre dientes.

El caribeño se sorprendió un poco, pues tenía razón, la última vez que se vieron fue un poco después de que se dieran el beso. John aumentó su sonrisa pícara para luego escupir el humo por sus fosas nasales, algo que a Alexander no le agradó tanto.

—¿Quieres? —le ofreció, pero lo único que recibió fue que el contrario negara. —Bueno, si no fumas te quitas una cosa de encima al menos.

—John... —la voz de Alexander había salido segura, pero en cuanto esos ojos verdes se posaron en él sintió la ansiedad invadirle nuevamente. —¿Qué es lo que en verdad quieres de mí?

Todo el ambiente se había tornado tenso, pero lo que no había cambiado para nada era el rostro del de pecas que siempre permanecía neutral ante todo. Le dio tres caladas más a su objeto de nicotina sin quitar su vista de Alexander, mientras tanto, él quería saber que rondaba por su cabeza. ¿Qué fue lo que le dañó? ¿Por qué su personalidad cambió tan de repente?

El cigarro de John se había acabado, así como su tiempo. Ahora tenía que darle una respuesta al caribeño, y eso era lo que más le aterraba al mayor, pues cualquier movimiento que hiciera era siempre inesperado.

John Laurens era una caja de sorpresas.

El pecoso se quedó un tiempo ahí, y luego se encogió de hombros para comenzar a caminar por esas calles.

Alexander estaba estático, ni siquiera obtuvo una respuesta; eso no era algo sano, era algo tóxico más bien y no se sentía nada cómodo con ello.

Tal vez y estaba en lo correcto, y simplemente John no quería ninguna relación amorosa, tal vez era de esas personas que pensaba que era algo sobrevalorado.

John definitivamente creía que el amor era un arma de alta destrucción, podría ser incluso una bomba para aquellos que lo sufrieran, dejaba todo destruido para quienes la lanzaran.

—¿Vienes? —preguntó el ojiverde ya algo alejado del contrario.

Alexander era un caos ahora; simplemente podía negar, asentir o dudar. Podría en este instante que era un imbécil o preguntarle si traía condones. Pero lo único que le dio la respuesta, fueron aquellos ojos claros que ocultaban una oscuridad tras ellos.

—¿Pueden venir mis amigos?

La sonrisa de John fue lo único que bastó.

En unos minutos, aquel coche se volvió a presentar en la vista del caribeño y, ahora, también en la del sureño.

The Other Side Of Paradise (Lams)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora