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Al día siguiente, en la mañana, fueron a un grupo de apoyo gracias al pacto que hicieron anoche.

Los había llevado un chico de tez morena, muy amigo de Hercules y era un conocido de los demás.

—Recógenos a las 12, ¿vale? —le dijo Hercules al chico.

—Ay Herc, ¿que harías sin mi? —sonrió.

—Probablemente caería en una gran depresión por no tener al amor de mi vida junto a mi. —le guiñó un ojo antes de salir del auto. —¡Adiós, Lafayette! —le gritó y de repente perdió al francés de su vista.

—Pero no son novios. —rió Eliza.

Los cuatro chicos penetraron en tal lugar y tomaron sillas para que poco a poco, junto con los demás integrantes, se formara una circunferencia casi perfecta.

El castaño estaba separado de sus amigos, porque estaba seguro que con ellos se reiría a carcajadas y a los demás no les agradaría eso, aún así el propósito era estar ahí.

Comenzó a visualizar a los demás. A lado de él había una chica morena con su pelo castaño y ondulado sujetado en una coleta mientras que su cuerpo estaba cubierto por un sweater amarillo y unos jeans junto con unas botas cafés; al otro lado se encontraba un chico rubio con ojos azules, casi grises que se parecían a la niebla de las calles frías de Londres, este vestía de una manera formal que a simple vista se le podía notar que tenía demasiado dinero; el último estaba en un central de 45º a la derecha del caribeño, era casi como su amigo Hercules, solamente que este era mucho más pequeño y estornudaba cada dos por tres, por una enfermedad obviamente.

El castaño siguió observando a los demás, uno por uno hasta que se topó con unos ojos verdes, casi esmeraldas, que le penetraban con la mirada.

Estos le pertenecían a un chico. Vestía un sweater negro que ocultaba su extrema delgadez, misma que era revelada por sus piernas cubiertas en unos pantalones negros que estaban rasgados de las rodillas y su calzado eran del mismo color que las anteriores dos prendas. Sus ojos no eran lo único atractivo de este, pues también en su rostro se podían notar manchas de color chocolate o canela, unas más pequeñas que otras. Además, este rostro hacía un conjunto perfecto con su pelo de color caramelo sujetado en una coleta baja dejando a la vista sus rulos perfectos.

En cuanto Alexander vio al chico, este solamente curveó sus labios en una sonrisa ladina dirigida solamente hacia él, haciendo que el inmigrante se sorprendiera quedando paralizado. ¿Por qué le miraba y luego le sonreía? ¿Qué acaso era tan especial para que lo hiciera?

—Por favor, preséntate hacia el grupo. —dijo el organizador de tal grupo en donde se podía observar su nombre en la etiqueta: Samuel Seabury.

El de ojos verdes se levantó para primero ver al organizador del grupo y luego posar sus amplios ojos en el caribeño nuevamente.

—Me llamo John Laurens —se presentó. —y me muero por morir.

Todos saludaron al pecoso en un coro para que este luego se sentara y siguiera viendo al inmigrante aún con esa leve sonrisa.

Las personas se siguieron presentando hasta que era el turno del castaño haciéndose que se levantase y viera a todos por igual.

—Yo soy Alexander, —comenzó. —y quiero vivir. —dijo seguro ganándose varias sonrisas de los que estaban ahí.

Como él fue el último, Samuel comenzó a explicar la actividad haciendo que el caribeño no le pusiera atención y siguiera observando a la gente, topándose nuevamente con la mirada del ojiverde.

Alexander pudo notar que bajo sus ojos deslumbrantes se notaban unas tremendas ojeras haciendo que ambos ojos se opacaran por completo, y en su ojo izquierdo tenía un moretón que ya estaba cerca del color amarillento en la parte donde antes había un tono violáceo opacando aún más sus ambos ojos brillantes.
El caribeño siguió examinando el rostro del contrario hasta que encontró que en su nariz había una cicatriz, probablemente por un puñetazo que había recibido.

El protagonista hubiera seguido observando al de mirada penetrante si no hubiera sido porque una pelota azul contra el estrés se dirigía hacia su dirección, así que actuó rápido para tomar la pelota entre sus manos y ver a Samuel a los ojos. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—Debes de contar tu historia... —murmuró la de sweater amarillo a lo cual el caribeño agradeció con una pequeña sonrisa.

—Yo uh... —tragó duro, su ansiedad volvía a aparecer, ¿por qué? —Soy huérfano uh... perdí todo cuando tenía 12 años pero los que son ahora mis padres me adoptaron cuando tenía 14 y desde ese día supe que todo mejoraría y así fue. —sonrió orgulloso. —Fui a terapia por varios años y hace poco salí de ella y... uhm... todo siempre mejora. —dio una sonrisa nerviosa y todos aplaudieron por lo que dijo.

La pelota siguió avanzando hacia las demás personas y finalmente llegó hacia Laurens. Este se levantó y vio a todos con sus ojos sin vida.

—No hay mucho que contar acerca de mí. —se alzó de hombros. —Mis padres de divorciaron. Tengo depresión. Me he intentado suicidar tres veces y he estado internado en el hospital dos veces.

Silencio.

Todas las personas de ese lugar que se habían sentido tal vez bien, o incluso alegres, se mostraron tristes de repente. La depresión de John no solamente la podías notar, la sentías con tan sólo escucharlo y la emoción en sus palabras tampoco ayudó demasiado.

—No soy muy bueno expresándome. —frunció los labios. Pero uh... lo único que les puedo decir es que no se preocupen.

La felicidad de las personas había vuelto puesto que pensaron que les daría unas palabras de ánimo, de tal vez como John lo había enfrentado todo.

Que pensamiento tan más erróneo.

—Todos vamos a morir. Todos morimos cada segundo, minuto, hora, día, semana, mes, año. —dijo seco. —Solamente que algunos nos pudrimos antes de tiempo.

Multimedia: Así de mal se verá John en esta historia. Dibujo hecho por mí, si quieres usarlo avísame nada más y da créditos.

The Other Side Of Paradise (Lams)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora