Prólogo

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A pesar que era de día, gruesas capas de nubes ocultaban el sol haciendo parecer al cielo oscuro y brumoso.

No muy a lo lejos, a los adentros de un pequeño pueblo, se podía escuchar unos gritos de dolor. Esa misma mañana, una joven de tan solo 18 años rompió fuente antes de tiempo y tuvieron que asistir inmediatamente a asistencia médica, pero el único doctor que podía atenderla se encontraba fuera del poblado.

A causa de sus orígenes y un pasado dudoso nadie ofrecía su ayuda a excepción de una anciana y un joven sacerdote, que a pesar de no tener muchas habilidades médicas igualmente asistirían al parto, ya que, después de todo, una nueva vida llegaría al mundo.

- ¡Aaaah! - la joven soltó un aullido lastimero. Sentía escalofríos recorrer su espalda, ella sabía porque tenía tanto miedo, pero eso no evitaría que diera el mayor esfuerzo para ver a su hijo nacer - ¡Sálvelo! ¡Por favor sálvelo! - gritó.

- ¡Tranquila! Solo aguante un poco más - le animo la anciana intentando calmarla un poco sosteniendo su mano para que ella se apoyase.

- ¡Un poco más! ¡Empuje un poco más! - le decía el sacerdote. Solo un poco más y estaría libre de su dolor. La señora coloco su mano sobre el prominente vientre.

- ¡Haaah! - la joven usaba toda su fuerza a la vez que su cuerpo se distorsionaba un poco.

Cuando el llanto del recién nacido llenan por completo la habitación, la madre suelta un suspiro de alivio.

- Gracias a dios, un niño sano – el sacerdote con mucho cuidado sostuvo al bebe en brazos y le limpió la sangre. La anciana acudió a su ayuda.

- Este niño... – en el rostro de la anciana se formo en una expresión de estupor - ¿Qué significa esto? - pregunto.

- ¿Qué sucede? - pregunto la joven madre, preocupada - ¡Mi bebe! ¡¿Algo le sucede a mi bebe?! - alterada, intento levantarse.

- Tranquila, no hay nada malo con su bebe - la anciana fue de nuevo a su lado y le tomo la mano para calmarla.

- Mi bebe... Mi bebe... - repitió una y otra vez.

- Todo está bien, no se altere - dijo el sacerdote mientras se acercaba a paso lento.

Con la poca fuerza que le quedaba, estiro sus brazos y acuno a su hermoso y adorable niño. Al estar en los brazos de su madre sus llantos cesaron. Lo abrazo contra su pecho, pues sabía que no le quedaba mucho tiempo en este mundo, por fin podía ver al ser que creció por meses en su vientre, aun si eso significaba que solo lo tendría entre sus brazos por unos momentos estaba extremadamente feliz, lágrimas de felicidad recorrían sus mejillas.

- Oh, mi bebe - la madre estudio por primera vez el rostro de su hijo. Lo primero de lo que se percato fue su cabello, un blanco tan puro como la nieve, y al momento en que abrió los ojos sus iris brillaban como el cielo y el mar. Ya no sentía miedo, pues sabía lo que era su hijo - Ryutaro, ese es el nombre que tendrás hijo mío - no pudo evitar sonreír - No importa por cual otro nombre te llamen, este es el nombre que te he dado - le dio besos por todo su rostro, seguido de una expresión de dolor.

El sacerdote inmediatamente sostuvo de nuevo al pequeño entre sus brazos con sumo cuidado.

- Señor... - sollozo - Por favor... cuide bien de él - su voz era casi inaudible. Estiro su mano en dirección al bebe y tomo su pequeña mano con lágrimas en los ojos - mi adorable niño... - poco a poco fue soltando su mano y cerrando los ojos - Hijo del gran dragón...

Hakuryuu (yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora