28 Cabeza rapada

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Era un tiempo templado, las hojas volaban llenando la calzada, remontándose hasta caer de nuevo desde las copas de los árboles.

Su cabeza rapada al acero aparecía oscura del sudor, y el sol como las piernas con unos largos pantalones de pana.

No había cumplido los diez años.
Era un niño pequeño.

Íbamos andando a través de aquel amplio paseo, mecidos por el rumor de los frondosos eucaliptos envueltos en remolinos de polvo y hojas secas que lo invadían todo, los rincones de los bancos, las vías. Todos.

Menudas y rojizas, pardas como de castaño enano o abedul; llenaban todos los huecos pequeños que fuesen; pegándose a nosotros como el almas al cuerpo.

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Un pequeño texto que escribí hace muchísimos años, muy lejos de mi casa, de mi familia y de mi.
Conocí a este chico, ojos zafiro, impresionantes, pelado, pequeño y menudito. Muy pequeño. Pero me enseñó cosas bastante importantes.

No tiene mucho sentido en varias partes y tampoco lo puedo renovar ya que no es el mismo sentimiento; se fue desgastando, poquito a poco.
Pero aún así. Sentimiento.

Interiores de MachaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora